While affluent nations in the North banish electronic devices from classrooms, El Salvador distributes them lavishly, even as it hastily digitalizes public education. Two explanations emerge for this paradox. The first stems from a naive and reckless fascination with emerging technologies. The unwary often assume these innovations hold solutions to every personal and societal ill. They overlook that such technologies’ effectiveness hinges on the specific programming devised by a human coder. Thus far, they extend no further. The second explanation lies in isolation and ignorance. Bukele’s El Salvador, buoyed by an autosufficiency more imagined than real, shuns the outside world, which it views as a threat. Cocooned in its reveries, it remains oblivious to events beyond its borders.
Nordic countries are curbing technology use from primary school through higher education, as it enables widespread fraud and fosters massive distraction. Initially, they invested heavily in emerging technologies to deliver top-tier education. Yet since the early 2020s, Sweden, Denmark, and Finland—nations boasting the highest-quality public education—have begun prohibiting digital tools in classrooms. Even certain U.S. states have adopted comparable measures.
Education experts have warned that laptops, desktops, tablets, and smartphones serve as inescapable distractions. Rigorous studies have concluded that technology can aid in mathematics, but evidence of improved performance in other knowledge domains remains scant.
In these settings, a broadening consensus favors a return to physical textbooks, reading, handwriting, and in-person examinations, whether oral or written. The cognitive benefits of handwriting, not only in the humanities, are now indisputable. Manually transcribing and organizing lecture notes enhances retention and critical thinking. That said, reverting to traditional learning processes naturally demands more human resources—educators with robust training and, above all, genuine vocation.
By contrast, Bukele’s El Salvador charges in the opposite direction. It disregards the hard lessons from nations with proven excellence in education and doubles down on digitalization, entranced by its purported virtues. Perhaps with an eye toward trimming the teaching staff. The new “teacher” will become a mere facilitator, an extension of the technology itself. The brunt of the teaching-learning process will fall to a machine, sidelining interactions between educator and student. This concept is hardly novel. Decades ago, a groundbreaking project introduced television into classrooms. The educational television instructors were exemplary, but classroom teachers fell short due to inadequate preparation, and the initiative collapsed. Nonetheless, as today, outcomes in mathematics and sciences were not negligible.
Experience shows that technology—television then, digitalization now—remains merely a tool, its impact contingent on teachers and students, that is, on people. A similar dynamic applies to curricula. They may be outdated, yet a skilled teacher knows how to extract value from them. Conversely, updated curricula can falter if not embraced by a teaching corps infused with vocation, a sense of mission, and societal esteem. The human element is paramount.
The recent agreement signed with Finland to incorporate its educational practices into the country ostensibly seeks to reclaim that element. Yet a Finnish-style educational reform entails reducing class sizes, nurturing students’ intellectual capacities, fostering their creativity, honoring their inclinations, cultivating their ingenuity, employing teachers qualified to guide these practices, hiring far more educators, and rethinking the role of emerging technologies. If this is the path, it represents a medium- to long-term commitment, demanding investments vastly exceeding those allocated to the military.
Curiously, the agreement’s objectives clash with Bukele’s educational rhetoric, which surrenders unreservedly to emerging technologies. Apparently, he forges ahead just as those who have been there are pulling back. But this poses no obstacle to adopting the model of one such nation. It is commonplace to say one thing and do another.
Emerging technologies are tools created by and for humans. They can serve benevolent or malevolent ends, depending on the motivations at play. Multinational technology corporations, particularly those wielding artificial intelligence, are reshaping the world in unpredictable, hostile, and unreliable ways. They will not build the El Salvador that Bukele proclaims, but rather the one they deem fit, aligned with their own interests. Thus far, they concern themselves solely with profits, expansion, and power. Entrusting the nation to them is reckless.
Rodolfo Cardenal
Director of the Centro Monseñor Romero (Monsignor Romero Center)
Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (José Simeón Cañas Central American University, UCA)
San Salvador, El Salvador
EDH: https://www.eldiariodehoy.com/opinion/el-pais-va-cuando-los-otros-vienen/50714/2025/
El país va cuando los otros vienen
Cuando los países ricos del norte destierran de las aulas los dispositivos electrónicos, El Salvador los distribuye generosamente, mientras digitaliza apresuradamente la educación pública. Caben dos explicaciones para este contrasentido. La primera es una fascinación ingenua e imprudente con las tecnologías emergentes. Los incautos tienden a pensar que ellas poseen la respuesta para todos los problemas personales y sociales. Pasan por alto que su eficacia depende de la programación específica ejecutada por un programador, es decir, por un ser humano. Hasta ahora, esas tecnologías no van más allá. La segunda explicación es el aislamiento y la ignorancia. El Salvador de Bukele, confiado en su autosuficiencia, más imaginada que real, prescinde del mundo exterior, que percibe como una amenaza. Replegado en sus sueños, ignora lo que acontece fuera de sus fronteras.
Los países nórdicos están restringiendo el uso de la tecnología, desde la escuela hasta la educación superior, porque facilita el fraude generalizado y fomenta la distracción masiva. Inicialmente, apostaron fuerte por las tecnologías emergentes para ofrecer una formación de alto nivel. Pero desde comienzos de la década de 2020, Suecia, Dinamarca y Finlandia, los países con la educación pública de mejor calidad, empezaron a prohibir las herramientas digitales en las aulas. Incluso algunos estados de Estados Unidos han adoptado medidas similares.
Los especialistas en educación han avisado que las computadoras portátiles y de escritorio, las tabletas y los teléfonos son distractores que no se pueden ignorar. Estudios serios han concluido que la tecnología puede ayudar con las matemáticas, pero, en las otras áreas del conocimiento, la evidencia de un mayor rendimiento es escasa.
En estos ambientes existe un consenso cada vez más amplio sobre la necesidad de retornar al libro de texto físico, a la lectura, a la escritura a mano y a los exámenes presenciales, orales o escritos. Los beneficios de la escritura a mano para la cognición, no solo en humanidades, son ya indudables. Escribir y sistematizar a mano las notas de clase ayuda a la retención y al pensamiento crítico. Ahora bien, regresar al proceso de aprendizaje tradicional demanda, como es natural, más recursos humanos con una formación sólida y, sobre todo, con vocación.
En cambio, El Salvador de Bukele va en sentido contrario. Ignora la mala experiencia de los países con experiencia comprobada en la excelencia educativa y apuesta fuerte por la digitalización, confiado en sus virtualidades. Quizás con la idea de reducir la plantilla docente. El nuevo “maestro” será un facilitador, una especie de extensión de la tecnología. El peso del proceso de enseñanza-aprendizaje estará a cargo de una máquina, relegando la interacción entre el docente y el estudiante. El invento no es nuevo. Hace décadas, un proyecto rompedor introdujo la televisión en el aula. Los docentes de la televisión educativa eran excelentes, pero los del aula no estaban a la altura por falta de formación y el proyecto fracasó. No obstante, igual que ahora, los resultados en matemáticas y ciencias no fueron despreciables.
La experiencia demuestra que la tecnología, la televisión, entonces; la digitalización, ahora, es solo una herramienta, cuya trascendencia depende de los docentes y los estudiantes, es decir, de las personas. Algo parecido sucede con los planes de estudio. Pueden estar desfasados, pero un buen docente sabe cómo sacarles provecho. Y, al revés, los planes actualizados pueden fracasar, si no son asumidos por un magisterio con vocación, mística y reconocimiento social. El factor humano es fundamental.
El reciente convenio firmado con Finlandia para introducir sus prácticas educativas en el país aparentemente busca recuperar dicho factor. Pero una reforma educativa al estilo finlandés supone reducir la cantidad de estudiantes por aula, estimular sus capacidades intelectuales, promover su creatividad, respetar sus inclinaciones, cultivar su ingenio, contar con docentes capacitados para dirigir estas prácticas, contratar muchos más profesores y replantear el uso de las tecnologías emergentes. Si esta es la opción, la apuesta es de mediano y largo plazo, y exige una inversión muy superior a la del ejército.
Curiosamente, los objetivos del convenio contradicen el discurso educativo de Bukele, que se entrega sin vacilar a las tecnologías emergentes. Aparentemente, él va cuando los que ya estuvieron ahí están de regreso. Pero esto no es inconveniente para convenir adoptar el modelo educativo de uno de esos países. Es común que donde dijo digo, diga diego.
Las tecnologías emergentes son herramientas creadas por y para seres humanos. Pueden ser utilizadas con fines benéficos o maléficos, según sean las motivaciones. Las multinacionales tecnológicas, en concreto, la inteligencia artificial, están reconfigurando el mundo de manera impredecible, hostil y poco fiable. No construirán El Salvador que Bukele predica, sino el que ellas decidan, según sus intereses. Hasta ahora, solo se ocupan de sus ganancias, su crecimiento y su poder. Dejar en sus manos el país es temerario.
Rodolfo Cardenal
Director del Centro Monseñor Romero
Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA)
San Salvador, El Salvador
EDH: https://www.eldiariodehoy.com/opinion/el-pais-va-cuando-los-otros-vienen/50714/2025/

