Liquid Popularity — Popularidad líquida

Oct 17, 2025

Bukele's popularity is liquid. It molds itself to expectations. That is why he says one thing today and the opposite the day after tomorrow. He promises without intent to deliver. He exploits the insecurities and frustrations of the masses to dominate digital networks. He has no aim to build a more equitable and harmonious society. On the contrary, he cultivates division, insult, and vengeance, for they sell well. — La popularidad de Bukele es líquida. Se acomoda a las expectativas. Por eso, hoy dice una cosa y pasado mañana la contraria. Promete sin intención de cumplir. Explota las inseguridades y las frustraciones de las mayorías para prevalecer en las redes digitales. No pretende construir una sociedad más igualitaria y bien avenida. Al contrario, cultiva la división, el insulto y la venganza, porque se venden bien.

Freedom of expression terrifies authoritarian power, but not because it gives voice to novel, disruptive, or dangerous ideas. The regime does not silence complaints that offer valuable insights into what ought to be corrected or which official should be dismissed, but rather those that can resonate with public opinion, challenge the official narrative, and give rise to an alternative vision—one that progressively displaces the top-down imposition until it is utterly discarded. In such cases, mass mobilization against the established order becomes a genuine possibility.

Simultaneously, requests for help, grievances over broken promises, and complaints about government negligence that circulate in cyberspace tend to be addressed. Power is acutely sensitive to portrayals that expose it as distant and indifferent to people’s needs. In turn, the response is rewarded with recognition and gratitude—also online—from the beneficiaries. These interventions confirm the regime’s benevolence and deprive its detractors of ammunition. Although they are nothing more than ad hoc interventions that meet the petitioners’ urgent needs, not those of everyone in similar straits, the digital networks at its service elevate to the status of policy what is nothing more than a handout.

In contrast, power harshly represses information with the potential to galvanize protest. Its digital networks unleash relentless attacks on the sources, for it cannot tolerate any erosion of its ideological monopoly. They do not debate arguments, lacking both the substance and the inclination to do so. They are paid to discredit, distort, and mercilessly insult. The confrontation is brutal, unfolding in plain view of anyone. In this way, they lay the groundwork for criminal prosecution and imprisonment.

The message itself is harmless, even if embraced by a sector that power dismisses as a leftist, extremist, or globalist minority. Its fear is that many others will accept it, make it their own, and amplify it—not so much from conviction, but because others are doing the same. The imitation that propels it into trending status is what truly matters. Messages circulating in cyberspace are brands that users consume because others deem them captivating. The principle holds for all manner of commodities, including personalities and opinions.

The value of these objects lies not solely in the thousands who view them, but also in the awareness that thousands of others have already done so. It is the power of views and likes. Knowing that others know something, and that they know we know, wields immense influence. The Bukele brand is popular because it trends. Some sign on because others—both domestic and foreign—have already done so.

This is its strength and also its profound weakness. Bukele is not popular for what he does, but for what he claims to do. Whether he follows through is secondary. His image consultants deftly exploit the power of imitation to forge a trend that masquerades as reality. Yet the digital marketing of the Bukele brand carries no guarantee of success. Like any commodity, it demands constant reinforcement to avoid fading. Equally serviceable are the imposition of fashion trends and schoolyard slang, stray dogs and cats, or the architecture of great capitals. What matters is the brand’s circulation. Without reinforcement, the trend is liable to weaken, opening a space for an alternative to corner it.

The first step in breaking the monopoly over the marketplace of ideas is shared information. Obsequious deference to power turns to ridicule when someone boldly declares that the emperor has no clothes. Everyone sees it, but no one dares to voice it. The spell breaks when someone utters it aloud. Then, the grotesqueness enters the public domain. Still, one must not underestimate the persuasive force of enchantment nor the deterrent might of ruthless repression.

Bukele’s popularity is liquid. It molds itself to expectations. That is why he says one thing today and the opposite the day after tomorrow. He promises without intent to deliver. He exploits the insecurities and frustrations of the masses to dominate digital networks. He has no aim to build a more equitable and harmonious society. On the contrary, he cultivates division, insult, and vengeance, for they sell well. Adolescents brawl fiercely over trifles because the most brutish crave a reputation that deters any challenge. They demand to be seen as untouchable.

Bukele’s popularity is hollow. Whenever it rains, the newly refurbished rural and urban infrastructure springs leaks. Instead of addressing obsolete basic services, he seeks a foreign partner to humanely eliminate stray dogs and cats, and admires the architectural design of Rome, Paris, and New York.

* Rodolfo Cardenal, director of the Centro Monseñor Romero (Monsignor Romero Center).

UCA: https://noticias.uca.edu.sv/articulos/popularidad-liquida

Popularidad líquida

La libertad de expresión aterroriza al poder autoritario, pero no por expresar ideas novedosas, disruptivas o peligrosas. El régimen no silencia las quejas que proporcionan información valiosa sobre lo que debiera corregir o el funcionario que convendría despedir, sino aquellas que pueden encontrar eco en la opinión pública, poner en entredicho el discurso oficial y dar lugar a una visión alternativa, que desplace progresivamente la impuesta desde arriba hasta desecharla. En este caso, la movilización masiva contra el orden establecido es una posibilidad real.

Simultáneamente, la petición de ayuda, el reclamo por la promesa no cumplida y la queja por la negligencia gubernamental que circulan en el espacio cibernético suelen ser atendidas. El poder es muy sensible a la exposición que lo exhibe lejano y frío ante las necesidades de la gente. Por otro lado, la respuesta es recompensada por el reconocimiento y el agradecimiento, también cibernético, de los favorecidos. Estas intervenciones confirman la bondad del régimen y quitan argumentos a sus detractores. Si bien no son más que intervenciones puntuales, que satisfacen el apremio de los peticionarios, no de todos los que se encuentran en una situación similar, las redes digitales a su servicio se encargan de elevar a norma lo que no es más que una especie de limosna.

En cambio, el poder reprime duramente la información con potencial para movilizar la protesta. Sus redes digitales se lanzan implacables contra las fuentes, ya que no puede permitir que le arrebaten el monopolio ideológico. No debaten argumentos, porque no los tienen ni les importan. Les pagan para descalificar, tergiversar e insultar despiadadamente. La confrontación es muy violenta, porque se desarrolla al alcance de cualquiera. De esa manera, preparan el terreno para la imputación judicial y la cárcel.

El mensaje en sí mismo es inofensivo. Incluso si es aceptado por un sector, al cual el poder descalifica como minoría izquierdista, extremista o globalista. Su temor es que otros muchos lo acepten, se lo apropien y lo reproduzcan. No tanto por convencimiento, sino porque otros hacen los mismo. La imitación que coloca en la tendencia de moda es lo que importa. Los mensajes que circulan en el espacio cibernético son marcas que los usuarios consumen, porque otros las consideran fascinantes. El principio es válido para toda clase de mercancías, incluidas las figuras y las opiniones.

El valor de estos objetos no estriba únicamente en los miles que los ven, sino también en que estos saben que otros miles ya los han visto. Es el poder de las visualizaciones y los likes. Saber que otros saben algo y que ellos saben que nosotros sabemos es poderoso. La marca Bukele es popular por ser tendencia. Unos se apuntan porque otros, tanto nacionales como extranjeros, también se han apuntado.

Esta es su fortaleza y también su gran debilidad. Bukele no es popular por lo que hace, sino por lo que dice que hace. Que después lo haga o no es secundario. Sus asesores de imagen explotan hábilmente el poder de la imitación para crear la tendencia que se proyecta como realidad. Ahora bien, la comercialización digital de la marca Bukele no tiene el éxito garantizado. Como cualquier otra mercancía, necesita refuerzos constantes para no desvanecerse. Lo mismo sirve la imposición de la moda y del lenguaje escolar, que los perros y gatos callejeros, o la arquitectura de las grandes capitales. Importa la circulación de la marca. Sin refuerzos, la tendencia tiende a debilitarse y abre espacio para que una tendencia alternativa la arrincone.

El primer paso para romper el monopolio del mercado ideológico es la información compartida. La deferencia obsequiosa con el poder se convierte en ridículo cuando alguien advierte en voz alta que el rey va desnudo. Todos lo ven, pero nadie se atreve a verbalizarlo. El encanto se rompe cuando alguien lo expresa en voz alta. Entonces, lo grotesco es del dominio público. De todas maneras, no hay que menospreciar el poder persuasivo del encantamiento ni el disuasivo de la represión despiadada.

La popularidad de Bukele es líquida. Se acomoda a las expectativas. Por eso, hoy dice una cosa y pasado mañana la contraria. Promete sin intención de cumplir. Explota las inseguridades y las frustraciones de las mayorías para prevalecer en las redes digitales. No pretende construir una sociedad más igualitaria y bien avenida. Al contrario, cultiva la división, el insulto y la venganza, porque se venden bien. Los adolescentes pelean fieramente entre ellos por motivos triviales, porque los más brutos necesitan la reputación de que nadie se puede meter con ellos. Necesitan ser reconocidos como intocables.

La popularidad de Bukele está vacía. Cada vez que llueve la infraestructura rural y la urbana recién remozada hacen agua. En lugar de prestar atención a los obsoletos servicios básicos, busca socio extranjero para eliminar a los perros y los gatos callejeros sin crueldad, y admira el diseño arquitectónico de Roma, París y New York.

* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.

UCA: https://noticias.uca.edu.sv/articulos/popularidad-liquida