Amid the storm of national and international criticism sparked by the Salvadoran parliament’s decision to approve indefinite reelection — which will allow Nayib Bukele to remain in power — the Donald Trump administration has delivered a resounding endorsement to its closest political ally in Central America: “The Legislative Assembly of El Salvador was democratically elected to advance the interests and policies of its constituents. The decision to make constitutional changes is theirs. It is up to them to determine how their country should be governed,” stated a State Department spokesperson.
On July 31, the popular Salvadoran president fulfilled his loftiest political ambition, taking advantage of his legislative majority to break the constitutional barriers that prohibit indefinite reelection, the most common evil that has led dozens of Latin American countries to dictatorships.
The constitutional changes clear the way for Bukele to seek a third term; they extend the presidential term to six years (up from five) and eliminate the runoff round in the voting process. For Salvadoran civil society organizations and international human rights defenders, the reform approved by the Bukele-led Assembly raises alarm bells about what they see as the latest step in an increasingly authoritarian regime.
“They are following Venezuela’s path. It begins with a leader who uses his popularity to concentrate power, and ends in a dictatorship,” warned Juanita Goebertus, director of the Americas Division of Human Rights Watch (HRW), on her X account. For his part, HRW deputy director for the Americas, Juan Pappier, recalled that the Inter-American Court of Human Rights “has been clear about the risks to democracy posed by indefinite presidential reelection.” That court warned, in a June 2021 advisory opinion, “that the greatest current danger for the region’s democracies is not an abrupt breakdown of the constitutional order, but a gradual erosion of democratic safeguards that can lead to an authoritarian regime, even if it is elected through popular elections.”
However, the Trump administration, which became a staunch ally of Bukele after the latter offered his Cecot mega-prison to house deportees from the United States, has decided to support reform in El Salvador, a country that has seen around 40 journalists and human rights defenders go into exile in recent months and already holds several political prisoners, including lawyer Ruth López.
“We reject the comparison of El Salvador’s legislative process — democratic and constitutionally sound — with illegitimate dictatorial regimes elsewhere in our region,” the State Department spokesperson insisted. This represents a complete reversal from the previous administration, that of Joe Biden, which consistently challenged Bukele’s burgeoning authoritarianism and sanctioned several of his officials, including Director General of Penitentiary Centers and Deputy Minister of Justice and Public Security Osiris Luna Meza.
Specifically, through the Penal Centers portfolio, Bukele made his Terrorism Confinement Center (Cecot) available to Washington to house deported migrants, including Venezuelans accused without evidence of belonging to the Tren de Aragua criminal organization.
Last week, Pappier told EL PAÍS that the reason Bukele was able to carry out the constitutional reform allowing indefinite reelection at this point is because he knows that with Trump in the White House, he has a “free rein.” “Today, he feels he has no international barriers to prevent him from taking the country down the path of Nicaragua. He knows that Trump couldn’t care less about democracy and the separation of powers; that what matters to him is having governments like El Salvador’s that do his work for him, and [Bukele] is happy to do Trump’s homework at the expense of his authoritarian project.”
Trump respalda la reelección indefinida de Bukele: “Rechazamos la comparación con regímenes dictatoriales”
En medio del torbellino de críticas nacionales e internacionales que ha causado la decisión del Parlamento de El Salvador de aprobar la reelección indefinida que permitirá a Nayib Bukele perpetuarse en el poder, la administración de Donald Trump ha dado un rotundo espaldarazo a su mayor aliado político en Centroamérica: “La Asamblea Legislativa de El Salvador fue elegida democráticamente para promover los intereses y las políticas de sus electores. La decisión de realizar cambios constitucionales es suya. Les corresponde decidir cómo debe gobernarse su país”, declaró un portavoz del Departamento de Estado.
El 31 de julio pasado, el popular mandatario salvadoreño consumó su ambición política más alta, y aprovechó su mayoría legislativa para romper los candados constitucionales que prohíben la reelección indefinida, el mal más común que ha conducido a decenas de países latinoamericanos a dictaduras.
Los cambios constitucionales dejan vía libre a Bukele para optar a un tercer mandato; amplía el periodo presidencial a seis años –cuando era de cinco– y elimina la segunda vuelta electoral. Para organizaciones civiles salvadoreñas y defensores de derechos humanos internacionales, la reforma aprobada por la Asamblea bukelista enciende todas las alarmas de lo que ven como el último paso de un régimen cada vez más autoritario.
“Están recorriendo el mismo camino que Venezuela. Empieza con un líder que usa su popularidad para concentrar poder, y termina en dictadura”, advirtió en su cuenta de X Juanita Goebertus, directora de la División de las Américas de Human Rights Watch. Por su parte, el subdirector de esa organización, Juan Pappier, recordó que la Corte Interamericana de Derechos Humanos “ha sido clara sobre los riesgos a la democracia que implica la reelección presidencial indefinida”. Ese tribunal advirtió, en una opinión consultiva de junio de 2021, de “que el mayor peligro actual para las democracias de la región no es un rompimiento abrupto del orden constitucional, sino una erosión paulatina de las salvaguardas democráticas que pueden conducir a un régimen autoritario, incluso si este es electo mediante elecciones populares”.
Sin embargo, la administración de Trump, que se convirtió en un firme aliado de Bukele después de que este le ofreciera su megacárcel del Cecot para recibir a deportados de Estados Unidos, ha decidido apoyar la reforma de El Salvador, un país que en los últimos meses ha visto exiliarse a una cuarentena de periodistas y defensores de derechos humanos y que ya cuenta con varios presos políticos, entre ellos la abogada Ruth López.
“Rechazamos la comparación del proceso legislativo de El Salvador, basado en la democracia y constitucionalmente sólido, con regímenes dictatoriales ilegítimos en otras partes de nuestra región”, insistió el portavoz del Departamento de Estado. Se trata de un viraje total a la administración antecesora, la de Joe Biden, que constantemente cuestionó el autoritarismo en ciernes de Bukele y sancionó a varios funcionarios de Bukele, como Osiris Luna Meza, director general de Centros Penales y Viceministro de Justicia y Seguridad Pública.
Precisamente, desde la cartera de Centros Penales, Bukele puso a la disposición de Washington su Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot) para albergar a migrantes deportados, entre ellos los venezolanos acusados sin pruebas por Trump de pertenecer al Tren de Aragua.
La semana pasada, el subdirector para las Américas de HRW, Juan Pappier, aseguraba en declaraciones a EL PAÍS, que si Bukele había podido llevar a cabo la reforma constitucional que le permite la reelección indefinida en este momento tiene que ver con que sabe que, con Donald Trump en la Casa Blanca, tiene “vía libre”. “Hoy, él siente que no tiene diques de contención internacionales que impidan que lleve al país por el camino de Nicaragua. Él sabe que a Trump la democracia y la separación de poderes no le puede importar menos, que lo que le importa es tener gobiernos como el de El Salvador que le hagan la tarea y él está feliz de hacerle los deberes a Trump a costa de su proyecto autoritario”, añadió.