Prisoner Swap — Canje de prisioneros

Jul 26, 2025

Bukele’s rhetoric is left in tatters. The Venezuelans were freed because Trump ordered it. Bukele’s El Salvador was nothing more than a cog in his machine. — La retórica de Bukele queda mal parada. Los venezolanos fueron liberados porque así lo ordenó Trump. El Salvador de Bukele no fue más que una pieza de su engranaje.

At the heart of the swap—involving 252 Venezuelans detained, held incommunicado, mistreated, and abused in CECOT for ten U.S. citizens and residents plus an unknown number of Maduro’s political prisoners—looms Nayib Bukele. He was cast in a role he never actually played. Washington and Caracas struck the deal; San Salvador was sidelined from the talks until the moment came to repatriate the Venezuelans. Nevertheless, Bukele was handsomely rewarded for his services.

In April, he proposed to Maduro swapping the Venezuelans for political prisoners, an offer Maduro dismissed as cynical. One does not float such a proposal on X. Bukele anticipated the rebuff. His aim was not to free the political prisoners but to score points against Maduro. The swap was hammered out directly between Washington and Caracas. It stalled due to disagreements among Trump’s officials over the future of Chevron’s operations in Venezuela.

The exchange, however, laid bare the collusion between Trump and Bukele. Neither took responsibility for the Venezuelans’ fate. Trump claimed they were in Bukele’s custody, while Bukele countered that he merely rented out cells. In any case, he would not release such exceedingly dangerous criminals. The conspiracy unraveled with the Salvadoran Ábrego, returned to the United States by court order, and with the Venezuelans, repatriated on Trump’s orders despite Bukele’s apparent last-minute attempt to keep the planes from taking off.

The relative ease with which Washington and Caracas struck a deal reveals that the repatriated Venezuelans are not the murderers, thieves, rapists, and “criminals in general” that Bukele claims. It is unthinkable that Trump would agree to free members of an international criminal organization like Tren de Aragua. Independent sources that probed the Venezuelans’ records found that only a handful have outstanding legal issues.

Washington does not set high-profile criminals free. It held onto leaders of Mara Salvatrucha (MS-13) until Bukele requested them and extradites Mexican cartel bosses and, recently, Ecuadorian ones. Bukele’s rhetoric is left in tatters. The Venezuelans were freed because Trump ordered it. Bukele’s El Salvador was nothing more than a cog in his machine.

Despite this, his services were rewarded “beautifully and grandly,” Trump-style. The ten hostages held by Maduro—including one acknowledged criminal—instead of being flown straight to the United States, were brought before him. There, a high-ranking State Department official hailed him as a key player in their release. The grateful group presented him with the American flag. And Bukele officially declared them “free.”

The strength of the Trump-Bukele relationship is dubious. If Trump considers him a linchpin of his foreign policy, why does Bukele not intercede on behalf of the diaspora? If the bond is so robust and fluid, why has he not demanded protections for Salvadorans or an exemption from the remittance tax? If he cares so deeply about the national economy, why has he not sought a waiver on the tariff poised to burden Salvadoran exports? Perhaps, as in everything else, the only thing that matters in relations with Washington is Bukele’s own persona.

Neither Trump nor Bukele cares about the Venezuelans or the prisoners in Caracas. They are merely bargaining chips deployed to advance their personal interests. Neither battles dark, satanic forces; they invoke them to legitimize their authoritarian grip. As long as they are believed, their hold is secure. Neither fights a corrupt establishment, nor do they tell it like it is. Neither has clean hands. That is why they reverse themselves without batting an eye. And if the landscape grows thorny, they introduce shiny distractions.

The ploy’s effectiveness is no sure thing. It can fail when you least expect it. Bukele would do well to heed Trump’s current straits; like his Salvadoran counterpart, he has peddled conspiracy theories throughout his political career. Now, unexpectedly, he risks being consumed by one of them. He scrambles to defend himself by doubling down, only to sink deeper. The movement that once backed him has turned on him, holding him to account for his ties to a convicted child abuser deeply entangled with the rich and famous.

His followers are realizing that Trump embodies everything they despise—and the very reason they followed him. He stripped them of their freedoms, wields the state to enrich himself and crush his foes, and shields the elite. Once innocence is lost, the spell shatters. It is a point of no return.

Director of the Monseñor Romero Center (UCA)

EDH: https://www.elsalvador.com/opinion/editoriales/venezuela-donald-trump-nayib-bukele-canje-prisioneros/1233025/2025/

Canje de prisioneros

En el centro del canje de 252 venezolanos, retenidos, incomunicados, maltratados y abusados en el CECOT por diez ciudadanos estadounidenses y residentes en Estados Unidos más un número desconocido de presos políticos de Maduro figura Bukele. El guión del intercambio le asignó un papel que, de hecho, no tuvo. Washington y Caracas negociaron el intercambio. San Salvador quedó fuera de las conversaciones hasta el momento de repatriar a los venezolanos. Sin embargo, Bukele fue recompensado por sus servicios.

En abril le propuso a Maduro intercambiar a los venezolanos por los presos políticos, lo cual aquel rechazó por estimarlo cínico. Una oferta de esa naturaleza no se lanza en X. Bukele contaba con el rechazo. El propósito no era liberar a los presos políticos, sino ganar puntos frente a Maduro. El canje lo negociaron directamente Washington y Caracas. Se retrasó por discrepancias entre los funcionarios de Trump sobre el futuro de las operaciones de la petrolera Chevron en Venezuela.

El canje, sin embargo, dejó al descubierto la confabulación de Trump y Bukele. Ninguno se responsabilizó por la suerte de los venezolanos. Trump alegó que estaban en poder de Bukele y este respondió que solo alquilaba celdas. En cualquier caso, no pondría en libertad a unos criminales peligrosísimos. La conspiración falló en el caso del salvadoreño Ábrego, devuelto a Estados Unidos por orden judicial, y en el de los venezolanos, repatriados por orden de Trump, incluso pasando por encima de la aparente oposición de Bukele que, a última hora, habría intentado impedir el despegue de los aviones.

La relativa facilidad con la que Washington y Caracas alcanzaron un acuerdo muestra que los venezolanos repatriados no son los asesinos, ladrones, violadores y “criminales en general” que dice Bukele. Es inconcebible que Trump haya convenido en liberar a miembros de una organización criminal internacional como el Tren de Aragua. Fuentes independientes que investigaron el historial de los venezolanos, encontraron que solo unos pocos tienen cuentas pendientes con la justicia. 

Washington no deja en libertad a criminales de altos vuelos. Retuvo a los líderes de la MS-13 hasta que Bukele los pidió y extradita a los jefes de los carteles mexicanos y, recientemente, del Ecuador. La retórica de Bukele queda mal parada. Los venezolanos fueron liberados porque así lo ordenó Trump. El Salvador de Bukele no fue más que una pieza de su engranaje.

Pese a ello, sus servicios fueron recompensados de manera hermosa y grande, al estilo de Trump. Los diez rehenes de Maduro, entre los cuales hay un criminal reconocido, en lugar de ser trasladados directamente a Estados Unidos, fueron llevados a su presencia. Ahí, un alto funcionario del Departamento de Estado lo saludó como actor clave de su liberación. Aquellos, agradecidos, le entregaron la bandera de Estados Unidos. Y Bukele los declaró oficialmente “libres”.

La solidez de las relaciones de Trump y Bukele es dudosa. Si aquel lo considera una pieza clave de su política exterior, por qué este no intercede a favor de la diáspora. Si la conexión es tan fuerte y fluida, por qué no ha pedido garantías para los salvadoreños y la exención del impuesto sobre las remesas. Si tanto le interesa la economía nacional, por qué no ha solicitado la dispensa del arancel que está a punto de gravar las exportaciones salvadoreñas. Tal vez en las relaciones con Washington, como en todo, lo único que cuenta es la figura de Bukele.

Ni a Trump ni a Bukele les importan los venezolanos y los presos de Caracas. Estos no son más que piezas negociables para satisfacer sus intereses. Ninguno lucha contra fuerzas oscuras y satánicas. Las invocan para legitimar su poder autoritario. Mientras sean creídos, esto está asegurado. Ninguno lucha contra el orden establecido corrupto, ni dice las cosas como son. Ninguno tiene las manos limpias. Por eso, dicen y se desdicen sin dificultad. Y si el panorama se les complica, introducen temas atractivos para distraer.

La eficacia de este truco no está garantizada. A veces falla el día menos pensado. Bien haría Bukele en tomar nota de los aprietos de Trump, quien, al igual que su colega salvadoreño, ha propagado teorías conspirativas durante su carrera política. Ahora, de forma inesperada, se encuentra en peligro de ser devorado por una de esas teorías. Intenta defenderse abundado en ellas, pero más se hunde. El movimiento que lo apoyaba se revuelve en su contra y le pide cuentas de su relación con un abusador de niños convicto, muy vinculado con ricos y famosos.

Sus seguidores realizan que Trump encarna lo que tanto desprecian y la razón por la cual lo siguieron. Los despojó de sus libertades, utiliza el Estado para enriquecerse y acabar con sus enemigos y protege a los ricos. Cuando se pierde la inocencia, el encanto se hace añicos. Es un punto de no retorno.

Director del Centro Monseñor Romero (UCA)

EDH: https://www.elsalvador.com/opinion/editoriales/venezuela-donald-trump-nayib-bukele-canje-prisioneros/1233025/2025/