Relatives are barred from calling or visiting, have no proof the men are alive, and lack even a full list of names. The lawyers and activists defending the 252 Venezuelans deported by the United States and imprisoned without trial in a sprawling Salvadoran prison keep slamming into a legal wall.
They launched this David-against-Goliath fight after seeing, in March, images of shaven, shackled men kneeling inside the Centro de Confinamiento del Terrorismo (Terrorism Confinement Center, Cecot), the maximum-security prison President Nayib Bukele built for gang members.
U.S. President Donald Trump and his ally Bukele—who rules El Salvador with near-absolute power—keep all information about these Venezuelans under seal, accusing them of belonging to the criminal gang Tren de Aragua without presenting evidence, including proof of identity.
At Cristosal, attorney René Valiente says he has knocked on the doors of the prison authority, the presidential palace, ministries, and the courts.
“We have requested information and it has been denied time and again. Of roughly seventy habeas corpus petitions, not one has been resolved,” says Valiente, head of investigations at the human-rights group, which provides psychological and legal support to the families from afar.
On his laptop he displays the online platform Cristosal created for relatives who spotted names in an unofficial list circulated by U.S. media or recognized their loved ones in official videos showing the transfer from the airport to Cecot.
Alongside Valiente, attorney Ruth López—Cristosal’s anti-corruption chief—was guiding these families when she was arrested on May 18, accused by the prosecutor’s office of illicit enrichment.
Days earlier López, a fierce critic of Bukele’s security policy who had been investigating alleged government corruption, told AFP how she was helping relatives document what she called “forced disappearances.”
Total Silence
Her detention set off alarms among critical lawyers, activists, and NGOs, whom Bukele brands as left-wing operatives bent on manipulation.
“Speaking up, asking for anything that is not aligned with the government, means risking arrest,” says Cristosal director Noah Bullock.
In a back-corner café, far from prying ears, Salvador Ríos—an attorney with a law firm retained by the Venezuelan government—spreads out documents and cites the treaty clauses and constitutional articles underpinning his defense.
“We have requested the agreement Mr. Bukele struck with Mr. Trump, the list of prisoners, the charges against them, and access to Cecot. We have that right as defense counsel. These are illegal detentions and the authorities remain silent. Every door has been slammed shut,” he laments.
Walter Márquez, president of the Venezuelan NGO Fundación Amparo, voices the same complaint. He accompanied relatives who traveled to El Salvador in June—some in wheelchairs—families not represented by Ríos because they oppose President Nicolás Maduro.
Reina Cárdenas, one such relative, says they raffled goods, sold food, and collected donations to buy plane tickets. They returned to Venezuela without seeing the detainees, without even a “proof of life.”
Vice President Félix Ulloa claims his country provides a “prison lodging” service for which Washington pays El Salvador six million dollars annually. But nothing more is known.
AFP requested interviews with Salvadoran authorities; none have been granted.
An “Inconvenient” Voice
Upon her arrest, Ruth López told police she was being detained for belonging to an “inconvenient organization.” Cristosal unceasingly denounces that the state of exception, the cornerstone of Bukele’s anti-gang crusade, tramples human rights.
In force since 2022, the state of exception suspends several liberties. About 87,000 people have been detained since then without warrants and without the right to phone calls or visits, not even from attorneys. The Venezuelans share the same fate.
“They are in a legal black hole, in limbo,” Valiente asserts.
The data compiled by Cristosal, he adds, paint “a completely different story” from the criminal image promoted by Bukele and Trump. The group has so far identified 152 deportees, 90 percent of whom, relatives say, have no criminal history.
“We aim to document this serious human-rights violation and create a record. We are exhausting domestic remedies,” an indispensable step before turning to international bodies, he notes.
Walter Márquez notes that “forced disappearance” is “a crime against humanity that gives grounds for international prosecution.” But he waited until leaving El Salvador to mention the International Criminal Court (ICC).
Prudence is vital for lawyers and humanitarian activists, yet discretion alone is not enough. Perseverance is also required. “The victims’ truth, sooner or later, prevails,” Bullock says.
David vs Goliat: la batalla para defender a los venezolanos deportados a El Salvador
No tienen derecho a llamarlos ni a visitarlos, no tienen pruebas de que están vivos, ni siquiera una lista de nombres. Los abogados y activistas que defienden a los 252 venezolanos deportados por Estados Unidos y encarcelados sin juicio en una gigantesca prisión de El Salvador chocan con un muro legal.
Emprendieron esta batalla de David frente a Goliat apenas vieron en marzo las imágenes de esos hombres rapados y encadenados, de rodillas en el Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot), la prisión de máxima seguridad construida por el presidente Nayib Bukele para pandilleros.
El presidente estadounidense Donald Trump y su aliado Bukele, que gobierna El Salvador con poder casi absoluto, mantienen en reserva toda información de estos venezolanos a quienes acusan de integrar la banda criminal Tren de Aragua sin mostrar pruebas. Incluida su identidad.
En Cristosal, el abogado René Valiente cuenta que ha golpeado las puertas de la dirección de centros penales, presidencia, ministerios y cortes de justicia.
“Hemos pedido información y ha sido denegada en repetidas ocasiones. De unos 70 habeas corpus presentados, ninguno se ha resuelto”, dice Valiente, jefe de investigaciones de este grupo de derechos humanos que asiste psicológica y legalmente a familias de los deportados a distancia.
En su computador portátil muestra la plataforma en línea que creó Cristosal para recibir datos de familiares de deportados que vieron sus nombres en una lista extraoficial publicada por la prensa estadounidense o que los reconocieron en videos oficiales de su traslado del aeropuerto al Cecot.
Junto a Valiente, la abogada Ruth López, jefa anticorrupción de Cristosal, trabajaba para orientar legalmente a esas familias cuando fue detenida el 18 de mayo, acusada de enriquecimiento ilícito por la fiscalía.
Días antes, López, fuerte crítica de la política de seguridad de Bukele y quien investigaba casos de presunta corrupción gubernamental, contó a la AFP cómo ayudaba a los familiares a documentar lo que llamó “desapariciones forzadas”.
Silencio total
Su detención encendió las alarmas entre abogados críticos, activistas y oenegés, a quienes Bukele señala de militancia de izquierda y manipulación.
“Hablar, pedir algo que no esté alineado con el gobierno, implica arriesgarse a ser capturado”, afirma Noah Bullock, director de Cristosal.
En una mesa de una cafetería alejada de oídos extraños, Salvador Ríos, abogado de un bufete contratado por el gobierno venezolano, muestra documentos y enumera los artículos de tratados internacionales y de la Constitución en los que basa la defensa de los deportados.
“Hemos pedido el acuerdo que hizo el señor Bukele con Trump, la lista de presos, saber de qué los acusan y entrar al Cecot. Tenemos derecho como defensores. Son detenciones ilegales y guardan silencio total. Nos han cerrado las puertas”, lamenta.
De lo mismo se queja Walter Márquez, presidente de la oenegé venezolana Fundación Amparo, quien acompañó en silla de ruedas a parientes de los deportados que viajaron en junio a El Salvador, y que no están representados por el bufete de Ríos por ser críticos del presidente Nicolás Maduro.
Reina Cárdenas, uno de esos familiares, relató que para comprar los boletos de avión hicieron rifas, vendieron comida y recibieron donaciones. Pero volvieron a Venezuela sin verlos, y sin siquiera tener una “prueba de vida”.
El vicepresidente Félix Ulloa afirma que su país presta un servicio de “alojamiento carcelario” por el cual Washington paga a El Salvador seis millones de dólares anuales. Pero no se sabe más.
La AFP pidió entrevistas con autoridades salvadoreñas, sin respuesta hasta ahora.
Voz “incómoda
Cuando fue arrestada, Ruth López dijo a la policía que la detenían porque pertenece a una “organización incómoda”. Cristosal denuncia constantemente que el régimen de excepción, piedra angular de la guerra antipandillas de Bukele, viola los derechos humanos.
El estado de excepción, vigente desde 2022, suprime algunas libertades. Unas 87,000 personas fueron detenidas desde entonces sin orden judicial ni derecho a llamadas o visitas, ni siquiera de abogados. Así están también los venezolanos.
“Están en un hoyo negro jurídico, en el limbo”, asegura René Valiente.
Los datos recopilados por Cristosal, dice, cuentan “una historia completamente diferente” al perfil criminal de los venezolanos del que hablan Bukele y Trump. Identificaron a 152 deportados hasta ahora, un 90% sin antecedentes penales, según sus familiares.
“Buscamos documentar la grave violación de derechos humanos, dejar un registro. Estamos agotando las vías nacionales”, un paso indispensable para acudir a instancias internacionales, destaca.
Walter Márquez recuerda que la “desaparición forzada” es “un crimen de lesa humanidad que da pie a un enjuiciamiento internacional”. Pero esperó a salir de El Salvador para hablar de la Corte Penal Internacional (CPI).
La prudencia es clave en la labor de los abogados y activistas humanitarios. Pero no basta con ser discreto. También se requiere constancia: “La verdad de las víctimas tarde o temprano se impone”, dice Bullock.