The Dictatorship’s Empty Narrative — El relato vacío de la dictadura

Jul 4, 2025

Reality is steadily eroding the narrative. The current dictatorship is no better than democracy; it is merely an updated version of past dictatorships that enriched the oligarchy, fed the military’s lust for power, and humiliated the majority. — El relato pierde terreno ante el empuje de la realidad. La dictadura actual no es mejor que la democracia. Es una versión revisada de las dictaduras pasadas, que enriquecieron a la oligarquía, satisficieron la ambición de poder de los militares y humillaron a las mayorías.

The dictatorship’s narrative trumpets its supposed superiority over democracy as the finest form of government. As irrefutable proof it cites the suppression of the separation of powers and their concentration in the Executive, which, it insists, allowed it to eradicate the gangs by clearing the path for the state of exception; freed of institutional checks and oversight, that measure now operates with abandon. This license also opened the door to political persecution, equating its targets with gang members. Such despotic, unappealable will has delivered what it boasts of as public security—thus far its most substantive achievement. At the same time, it released public funds from the safeguards of sound administration, placing them entirely at its disposal. The resulting lack of control fostered waste and corruption, swelled the public debt, and ushered in a financial crisis.

Viewed in this light, the dictatorship’s crowning feat is the suppression of democratic institutions. Certain it has struck gold, it no longer bothers to disguise its true nature. Yet the swagger, highlighted by the international press, is largely a façade. The security to which the narrative clings as a calling card is neither as grand nor as beautiful as Trump proclaims. Were it so, the satisfaction of a mission accomplished would brush aside criticism without a second thought.

This is not the case. The dictatorship that burst onto the scene as an untouchable phenomenon proves acutely sensitive to opposing opinions. It lashes out at international bodies that acknowledge its success yet do not hesitate to rank the country among the world’s most flagrant human-rights violators—a humiliating first place for its cruelty and inhumanity. It attacks the press that exposes its contradictions and inconsistencies, above all the corrupt pact with the gangs. Instead of punishing the wolf to defend the sheep, as the narrative claims, it enlists the wolf to ravage the flock while draping itself in decency.

The steady stream of revelations has stripped the dictatorship of respectability. The tale of the responsible shepherd no longer holds. When more than thirty male models marched as CECOT prisoners during Paris Fashion Week, the display was an act of denunciation and contempt. The dictatorship’s sarcastic response implicitly admits the protest’s damaging impact—another contradiction, given that the prison is a compulsory stop on the itinerary of its VIP guests.

The New York Times soon weighed in, not only confirming the pact with the gangs but revealing that one of Bukele’s closest collaborators—the official in charge of the prison system, and therefore privy to the talks—visited the United States embassy twice to request “first-class” asylum in exchange for details of his chief’s conspiracy. By that time Bukele was already the subject of a federal investigation ordered by Trump. One of the investigators dismissed him as “dirty” and “corrupt.”

Bukele did not reach power for theoretical or ideological reasons but through a blend of chance, opportunism, and pragmatism. The collapse of the gang pact and the instant popularity of massive, indiscriminate imprisonment were the starting point. Repressive authoritarianism resonated with a society that, since time immemorial, has yearned for the iron fist that imposes discipline, order, and respect. This longing ignores the fact that iron discipline and ruthless repression breed domestic and social violence. In this sociocultural context, Bukele emerged as the ideal ruler.

The State’s chronic weakness—cultivated by the oligarchy and the armed forces in a joint venture to amass capital and nurture militarism—smoothed Bukele’s path to power. The FMLN squandered its chance to strengthen democratic institutions. Genuine separation of powers, oversight of the public administration, and vigorous prosecution of crime would have been revolutionary in the strict sense. Instead of confronting the de facto powers, its leaders grew comfortable, abandoned their base, and prospered. Had they remained faithful to their principles, they would have reinforced the rule of law and barred the dictatorship’s entrance.

Bukele’s dictatorial narrative is paltry and brittle. Were it otherwise, it would luxuriate in its own storyline, overflowing with dazzling, unrivaled triumphs. The intoxication of a mission accomplished would disdain criticism as irrelevant. Yet it cannot ignore such critics, for failing to respond to the exposure of its imposture would amount to a self-inflicted conviction.

Reality is steadily eroding the narrative. The current dictatorship is no better than democracy; it is merely an updated version of past dictatorships that enriched the oligarchy, fed the military’s lust for power, and humiliated the majority.

*Rodolfo Cardenal, Director, Centro Monseñor Romero (Monsignor Romero Center)

UCA: https://noticias.uca.edu.sv/articulos/el-relato-vacio-de-la-dictadura

El relato vacío de la dictadura

El relato de la dictadura enfatiza su superioridad sobre la democracia como la mejor forma de gobierno. Aduce como prueba irrefutable que la supresión de la independencia de los poderes del Estado y su concentración en el Ejecutivo hizo posible erradicar a las pandillas, al despejar el camino para el régimen de excepción; sin obstáculos ni controles institucionales, este opera desenfrenadamente. El libertinaje permitió incluir la persecución política, cuyas víctimas son asimiladas a los pandilleros. Esa voluntad última, inapelable y despótica hizo realidad la seguridad ciudadana, hasta ahora su logro más sustantivo. Asimismo, liberó los fondos públicos de los controles de la sana administración, los cuales quedaron así a su disposición. El descontrol propició el despilfarro y la corrupción, el aumento de la deuda pública y la crisis financiera.

Visto así, el mayor logro de la dictadura es la supresión de la institucionalidad democrática. Convencida de haber acertado, ya ni siquiera se molesta en encubrir o disimular su verdadero talante. Sin embargo, el envalentonamiento, destacado por la prensa internacional, tiene mucho de apariencia. La seguridad a la que el relato se aferra como carta de presentación no es tan grandiosa y hermosa, como dice Trump. Si lo fuera, la satisfacción de la misión cumplida no prestaría atención a las críticas.

Pero no es el caso. La dictadura que emergió como fenómeno insuperable, resulta ser extremadamente sensible a las opiniones contrarias. Se revuelve contra los organismos internacionales que tomaron nota de su éxito y no vacilan en colocar al país entre los mayores transgresores de derechos humanos. Un primer lugar vergonzoso por lo que implica de crueldad e inhumanidad. Embiste a la prensa que denuncia sus contradicciones e inconsistencia, en especial, el pacto corrupto con las pandillas. No castiga al lobo para defender a las ovejas como sostiene el relato, sino que lo usa para depredar el rebaño revestida de decencia.

El flujo constante de revelaciones ha despojado de respetabilidad a la dictadura. El relato del pastor responsable no se sostiene. El desfile de más de treinta modelos como prisioneros del Cecot en la semana de la moda de París fue de denuncia y desprecio. La reacción sarcástica de la dictadura reconoce implícitamente el impacto nocivo de la protesta. Una contradicción más, porque la prisión es visita obligada para sus invitados VIP.

Enseguida intervino el New York Times, que no solo corroboró el pacto con las pandillas, sino también informó que uno de los colaboradores más cercanos de Bukele y, por tanto, con conocimiento directo de las conversaciones con los pandilleros, el responsable del sistema carcelario, acudió a la embajada de Estados Unidos en dos ocasiones para solicitar asilo “a lo grande” a cambio de proporcionar detalles sobre la conspiración de su jefe. En ese momento, Bukele ya estaba en la mira de una investigación federal, pedida por Trump. Uno de los investigadores lo descalificó por “sucio” y “corrupto”.

En realidad, Bukele no llegó al poder por razones teóricas o políticas, sino por una mezcla de casualidad, oportunismo y pragmatismo. El fracaso del pacto con las pandillas y la popularidad instantánea del encarcelamiento masivo e indiscriminado fueron el comienzo. El autoritarismo represivo sintonizó con una sociedad que, desde tiempos inmemoriales, añora la mano dura que impone disciplina, orden y respeto. Esta pretensión pasa por alto que la disciplina férrea y la represión despiadada se traducen en violencia doméstica y social. En este contexto sociocultural, Bukele emergió como el gobernante ideal.

La debilidad del Estado, cultivada desde siempre por la oligarquía y los militares, una alianza para acumular capital y cultivar el militarismo, facilitó el ascenso de Bukele al poder. El FMLN desperdició la oportunidad de robustecer la institucionalidad democrática. La independencia de poderes, el control de la administración pública y la persecución del delito hubieran sido revolucionarios, en sentido estricto. Pero en lugar de enfrentar a los poderes de facto, sus líderes se acomodaron al orden establecido, se olvidaron de sus bases y medraron. Si hubieran sido fieles a sus principios, habrían reforzado el Estado de derecho y así habrían cerrado la puerta a la dictadura.

El relato de la dictadura de Bukele es pobre y frágil. De lo contrario, se regodearía en su propia narrativa. Abundaría en éxitos deslumbrantes e inigualables. La satisfacción por la misión cumplida sería tan embriagante que despreciaría las críticas por irrelevantes. Pero no puede desentenderse de ellas, porque no reaccionar ante el desvelamiento de la impostura es condenarse de antemano.

El relato pierde terreno ante el empuje de la realidad. La dictadura actual no es mejor que la democracia. Es una versión revisada de las dictaduras pasadas, que enriquecieron a la oligarquía, satisficieron la ambición de poder de los militares y humillaron a las mayorías.

* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.

UCA: https://noticias.uca.edu.sv/articulos/el-relato-vacio-de-la-dictadura