A Dictatorship With “Results” Is Still a Dictatorship — Una dictadura con “resultados” sigue siendo una dictadura

Jun 3, 2025

A dictatorship with results is still a dictatorship. And this is not a recent alarm; we have been saying it all along: when there are no voices or megaphones left to denounce human rights violations, the next victim could be anyone. — Una dictadura con resultados sigue siendo una dictadura. Y esta no es una alarma reciente, lo venimos diciendo: cuando no haya voces ni megáfonos que denuncien las violaciones contra los derechos humanos, la próxima víctima podrá ser cualquiera.

In El Salvador, a dictatorship is tolerated. And no argument can justify it.

“I couldn’t care less if they call me a dictator. I’d rather they call me a dictator than see Salvadorans killed in the streets. I’d rather they call me a dictator as long as Salvadorans can finally live in peace. Let them keep arguing about their semantics while we continue to focus on results.”

— Nayib Bukele, June 1, 2025.

One year into his unconstitutional term—his sixth governing El Salvador—Nayib Bukele has shown his hand and dictated how he intends to remain in power.

It comes as no surprise to those of us who have been warning about Bukele’s authoritarian escalation that his ambition and thirst for recognition and accumulation have led him to take the easiest path for his aspirations, yet the most detrimental for the country.

Today, Bukele governs El Salvador based on illegality, repression, and fear.

And it must be clear that no security achievement can justify that, as of this editorial’s publication, there are people imprisoned in El Salvador for expressing different opinions, for investigating and denouncing abuses of power, and for protecting people’s rights. No security result justifies living under a dictatorship.

It is undeniable that the public’s main outcry has been addressed. People report feeling less worried about falling victim to crime, but this does not mean insecurity has vanished from El Salvador: today, fear and expressions of violence emanate from the state, through persecution, criminalization, its inaction in the face of precarious education and healthcare, poverty, and the dispossession of land.

We went from being extorted by gangs to being intimidated by authorities who use security as a bargaining chip. Government propaganda, funded by millions of dollars of our taxes, sends us a clear warning: to question, dissent, and denounce those in power is to invite the return of the gangs. Therefore, they demand not only that we see, hear, and remain silent, but that we obey and accept the “peace” offered to us, even if imposed by military boots.

In this first year of his unconstitutional term, Bukele no longer fears labels and attempts to redefine them. He decided to embrace the term dictator, and as such, he persecutes the independent press, uses the Military Police and imprisonment to intimidate any action to defend territory in the poorest communities, and jails human rights defenders and critics.

It is no coincidence that the president trivializes concepts like “democracy,” “human rights,” “institutions,” and “rule of law.” None of these principles are useful to those who seek to exercise power without agreements, without respect for differences, and without checks and balances. The well-being of the majority and guaranteeing the coexistence of minority opinions are not on the president’s agenda, nor have they been since his first term began.

But a dictator, whether “cool” or not, does not need agreements because he has the force to impose them, much less respect differences, especially if they involve criticisms that erode his image. In practice, a dictator conditions the well-being of the working classes on blind loyalty that allows him to act unchecked, and turns minorities into enemies when they do not fit into his political project.

El Salvador’s democratic conditions continue to deteriorate rapidly in the face of an insatiable thirst for accumulation by the Bukele Clan and a few in power. And it does so before millions convinced that freedom and security are incompatible. But they are not.

That is the task of democratic voices: to keep resisting, to keep explaining, to keep denouncing that the dictatorship does not only affect journalists, a few media outlets, and NGOs.

This responsibility also falls to political actors and civil society, who must build a competitive electoral proposal with a feasible and urgent formula: guaranteeing security with human rights; security with freedoms and democracy.

Because living under a dictatorship is not about confronting a semantic conflict: it is about resisting state terror.

A dictatorship with results is still a dictatorship. And this is not a recent alarm; we have been saying it all along: when there are no voices or megaphones left to denounce human rights violations, the next victim could be anyone.

Focos TV: https://focostv.com/una-dictadura-con-resultados-sigue-siendo-una-dictadura/

Una dictadura con “resultados” sigue siendo una dictadura

En El Salvador se consiente una dictadura. Y no hay argumento que la justifique.

“Me tiene sin cuidado que me llamen dictador. Prefiero que me llamen dictador a ver cómo matan a los salvadoreños en las calles. Prefiero que me llamen dictador pero que los salvadoreños podamos vivir al fin en paz. Que se queden ellos discutiendo su semántica y nosotros vamos a seguir enfocados en resultados”.

— Nayib Bukele, 1 de junio de 2025.

Al primer año de su mandato inconstitucional, el sexto gobernando El Salvador, Nayib Bukele ha revelado sus cartas y ha dictado la manera en la que pretende seguir en el poder.

No es una sorpresa para quienes venimos alertando la escalada autoritaria de Bukele que su ambición y sed de reconocimiento y acumulación le ha hecho tomar el camino más fácil para sus pretensiones, pero el más perjudicial para el país.

Hoy en día, Bukele gobierna El Salvador con base en la ilegalidad, la represión y el miedo.  

Y debe quedar claro que ninguna gestión en seguridad puede justificar que, al momento de publicar este editorial, en El Salvador existan personas encarceladas por el hecho de opinar diferente, de investigar y denunciar los abusos del poder y de proteger los derechos de las personas. Ningún resultado en seguridad justifica vivir en una dictadura.

Es incuestionable que el principal clamor de la ciudadanía ha sido atendido. Las personas expresan vivir menos preocupadas por ser víctimas de la delincuencia, pero eso no implica que la inseguridad desapareció de El Salvador: hoy, el miedo y las expresiones de violencia vienen del Estado, con persecución, criminalización, su inacción ante la precariedad de la educación y la salud, la pobreza, y el despojo de los territorios.

Pasamos de ser extorsionados por las pandillas a ser intimidados por autoridades que utilizan la seguridad como moneda de cambio. La propaganda gubernamental, pagada con millones de dólares de nuestros impuestos, nos lanza una advertencia clara: cuestionar, disentir y denunciar al poder  es invocar el regreso de las maras.  Por tanto, exigen no solo ver, oír y callar, si no obedecer y aceptar la “paz” que se nos ofrece, aunque sea impuesta con botas militares.

En este primer año de su período inconstitucional, Bukele ya no teme a las etiquetas y trata de resignificarlas. Decidió abrazar el término de dictador, y como tal, persigue a la prensa independiente, intimida con la Policía Militar y la cárcel cualquier acción de defensa del territorio en las comunidades más pobres, y encarcela a defensores de derechos humanos y críticos.

No es casual que el presidente banalice conceptos como “democracia”, “derechos humanos”, “institucionalidad”, “estado de derecho”. Ninguno de estos principios le son útiles a quienes buscan ejercer el poder sin acuerdos, sin respeto a las diferencias y sin contrapesos. El bienestar de las mayorías y garantizar la coexistencia de opiniones minoritarias no está en la agenda del presidente, ni lo ha estado desde que inició su primer mandato.  

Pero un dictador, sea o no sea “cool”, no precisa de los acuerdos porque tiene la fuerza para imponerlos, mucho menos de respetar las diferencias, sobre todo si implican cuestionamientos que erosionen su imagen. En la práctica, un dictador condiciona el bienestar de las clases populares a cambio de una lealtad ciega que le habilita a hacer y deshacer sin controles, y convierte a las  minorías en enemigos cuando no encajan en su proyecto político. 

El Salvador sigue deteriorando aceleradamente sus condiciones democráticas frente a una sed insaciable de acumulación del Clan Bukele y unos pocos en el poder. Y lo hace frente a millones convencidos de que libertad y seguridad son incompatibles. Pero no lo son. 

Esa es la tarea de las voces democráticas: seguir resistiendo, seguir explicando, seguir denunciando que la dictadura no afecta solo a periodistas, unos pocos medios y oenegés. 

La tienen también los actores políticos y la sociedad civil, que deben construir una propuesta electoral competitiva con una fórmula posible y urgente: garantizar seguridad con derechos humanos; seguridad con libertades y democracia.

Porque vivir en dictadura no se trata de enfrentarse a un conflicto semántico: es resistir al terror de Estado. 

Una dictadura con resultados sigue siendo una dictadura. Y esta no es una alarma reciente, lo venimos diciendo: cuando no haya voces ni megáfonos que denuncien las violaciones contra los derechos humanos, la próxima víctima podrá ser cualquiera.

Focos TV: https://focostv.com/una-dictadura-con-resultados-sigue-siendo-una-dictadura/