The Time Machine That Has Taken Us Back to Terror — La máquina del tiempo que nos ha llevado de regreso al terror

Jun 2, 2025

Bukele's inner circle is already being blamed for deaths such as that of his national security advisor or those of dozens of prisoners who, without evidence, ended up in jail under the state of exception. — Al entorno de Bukele, además, ya se le atribuyen muertes como las de su asesor nacional de seguridad o las de decenas de presos que, sin pruebas, fueron a parar a la cárcel en el marco del régimen de excepción.

I have spent the last two weeks listening to testimonies from people in El Salvador, Guatemala, Honduras, and even Argentina, who are victims of espionage, harassment, and persecution by state agents, whether intelligence officers, prosecutors from the Ministerio Público (Public Ministry), ministers, or presidents. It is serious. This is a systematic violation of fundamental rights—to liberty, to due process, to a defense, to expression, to life—which, as we have already seen in Central America in recent years, can end with the harassed in prison or in the cemetery.

It is as if we have all stepped into a time machine that has taken us back to the 1970s and 80s in Latin America. I was a child then, but I remember it vividly: my parents on alert in the living room or dining room of our house in San Miguel, El Salvador, watchful for strange cars or the passage of armed individuals. I also remember exile, my mother striving to make a new life far from her roots; my father resigned to the impossibility of leaving his country behind. “The bitter wine of the exile,” as Sabina says.

And I remember the stories of the dead. Of the karate teacher taken by the National Guard. Of the cleric from the school where I spent my first primary years who turned up in a ravine. I remember the terror. It is the same terror I experience now, the same terror being experienced by those who defy the repressive methods of the current powers, those who put us in the time machine that has taken us back to the darkest years of our histories.

These powers—Nayib Bukele’s in El Salvador, those who prop up Attorney General Consuelo Porras in Guatemala, the most unhinged factions of the Honduran government or Javier Milei’s in Argentina—have already lost any semblance of shame. Some more, some less, depending on their own circumstances and those of their countries, but with several common threads: all have resorted to propaganda (after dismantling civic spaces and media landscapes and expanding their dissemination networks, sometimes with public funds), to espionage, to old tricks like smear campaigns, and, in Guatemala and El Salvador, to imprisonment.

Consuelo Porras and her lieutenants elevated to a master art form the invention of criminal cases based on nothing or, better yet, based on spurious complaints filed by front men, as in some of the cases with which they attempted to derail Bernardo Arévalo’s ascent to power. They also refined mechanisms to involve the money of large Guatemalan private enterprise and the entire spectrum of counter-insurgency actors—with the Fundación contra el Terrorismo (Foundation Against Terrorism) at the forefront—in their strategy. They created, let’s say, a hybrid model that operates from both the state and the private sector to close down civic space and ensure the corruption and impunity that are, perhaps more than in any other Central American state, their hallmark.

Furthermore, Bukele’s inner circle is already being blamed for deaths such as that of his national security advisor or those of dozens of prisoners who, without evidence, ended up in jail under the state of exception.

Daniel Ortega’s Nicaragua and Nicolás Maduro’s Venezuela, which the continental right-wing insisted on labeling only with ideological tags, were the prologue. Bukele is the continuation, the more polished variant, the one that never felt the need to resort to old eighties slogans to burst into power, even though his political origins lie, once again, in the darkest corner of the FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional), the historic and now devalued left-wing party.

These days, exchanging notes with a Guatemalan colleague, we drew some conclusions. What has happened with Guatemala and its Public Ministry (MP) has been devastating and, to a large extent, has silenced the public voices that challenged power, especially economic power, and that proved so healthy a decade ago; the shyness and indecisiveness of the current president, Bernardo Arévalo, have also contributed to this.

My colleague told me something that, once verbalized, chilled me to the bone. In Guatemala, despite everything, it is usually known where prisoners are, and even with the co-optation of the judicial system, there are still due process procedures that are difficult to bypass. In Guatemala, it is still difficult to disappear opponents and critics or innocent people. This is not the case in El Salvador, where there is no news of hundreds of detainees.

In the Salvadoran case, as a high-ranking official of the National Civil Police confirmed to me, there is an order to send patrols to harass the families of journalists and human rights defenders who have left the country in recent days, threatened with possible arrest warrants for non-existent crimes. This source says that Bukele is preparing to celebrate his sixth year in power—the first of his second term, which is unconstitutional—with operations involving arrests and persecution of the critical voices still heard in El Salvador.

These are reigns of terror. In Central America. Also in Argentina, where Javier Milei’s government considers those who “erode” the government’s security strategies or economic discourse as targets for its intelligence apparatuses. That is the beginning; then come the exiles, the prison, the disappearances. All that we Salvadorans, Guatemalans, Argentines know so well. Then our past returns.

Prensa Comunitaría: https://prensacomunitaria.org/2025/05/la-maquina-del-tiempo-que-nos-ha-llevado-de-regreso-al-terror/

La máquina del tiempo que nos ha llevado de regreso al terror

He pasado las últimas dos semanas escuchando testimonios de personas que, en El Salvador, Guatemala, Honduras, incluso Argentina, son víctimas de espionaje, acoso y persecución por parte de agentes estatales, ya sean oficiales de inteligencia, fiscales del Ministerio Público, ministros, presidentes. Es grave. Se trata de una violación sistemática de los derechos fundamentales, a la libertad, al debido proceso, a la defensa, a la expresión, a la vida, que, como ya hemos visto en Centroamérica en años recientes puede terminar con los acosados en la cárcel o en el cementerio.

Es como si nos hubiésemos metido todos en una máquina del tiempo que nos ha llevado de vuelta a los años 70 y 80 en América Latina. Yo era un niño entonces, pero lo recuerdo de forma vívida: mis padres alerta en la sala o el comedor de nuestra casa en San Miguel, en El Salvador, atentos a automóviles extraños o el paso de personas armadas. Recuerdo también el exilio, a mi madre esforzándose por hacer una nueva vida lejos de sus raíces; a mi padre resignado ante el imposible de dejar su país atrás. “El vino amargo del exiliado”, dice Sabina.

Y recuerdo las historias de los muertos. Del profesor de karate al que se llevó la Guardia Nacional. Del religioso del colegio en que estudié los primeros años de primaria que apareció en un barranco. Recuerdo el terror. Es el mismo que vivo ahora, el mismo que están viviendo quienes desafían las formas represivas de los poderes de turno, esos que nos metieron en la máquina del tiempo que nos ha llevado de regreso a los años más oscuros de nuestras historias.

Esos poderes, el de Nayib Bukele en El Salvador, el de quienes sostienen a la fiscal general Consuelo Porras en Guatemala, el de las porciones más enloquecidas del gobierno hondureño o del de Javier Milei en la Argentina, han perdido ya cualquier tipo de vergüenza. Unos más otros menos, dependiendo de las circunstancias propias y de sus países, pero con varias líneas en común: todos han acudido a la propaganda -previa anulación de espacios cívicos y mapas mediáticos y ampliación de sus redes de difusión, a veces con fondos públicos-, al espionaje, a trucos viejos como las campañas de desprestigio, y, en Guatemala y El Salvador, a la cárcel.

Consuelo Porras y sus lugartenientes elevaron a la categoría de máster el arte de inventarse procesos penales basados en nada o, mejor, basados en denuncias espurias presentadas por testaferros, como en algunos de los casos con los que pretendieron malograr la ascensión de Bernardo Arévalo. También afinaron los mecanismos para hacer partícipes de la estrategia a los dineros de la gran empresa privada guatemalteca y de toda la fauna contrainsurgente, Fundación contra el Terrorismo a la vanguardia. Crearon, digamos, un modelo híbrido que actúa desde el Estado y desde lo privado para cerrar el espacio cívico y procurar la corrupción y la impunidad que son, acaso más que en ningún otro Estado centroamericano, marca de fábrica.

Al entorno de Bukele, además, ya se le atribuyen muertes como las de su asesor nacional de seguridad o las de decenas de presos que, sin pruebas, fueron a parar a la cárcel en el marco del régimen de excepción.

La Nicaragua de Daniel Ortega y la Venezuela de Nicolás Maduro, que la derecha continental se empeñó en calificar solo con etiquetas ideológicas, fueron el prólogo. Bukele es la continuación, la variante más trabajada, la que nunca se vio necesitada de recurrir a viejas consignas ochenteras para irrumpir en el poder a pesar de que su origen político es, de nuevo, el rincón más oscuro del FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional), el histórico y hoy devaluado partido de la izquierda.

En estos días, intercambiando notas con una colega guatemalteca, dibujamos algunas conclusiones. Lo de Guatemala y su Ministerio Público (MP) ha sido arrollador y, en buena medida, ha silenciado a las voces públicas que generaron controversia al poder, sobre todo al económico, y que tan saludables se mostraron hace una década; ha contribuido a esto también la timidez y falta de decisión del presidente actual, Bernardo Arévalo.

Me decía mi colega algo que, verbalizado, me heló. En Guatemala, a pesar de todo, suele saberse dónde están los presos y, con todo y la cooptación del sistema judicial, aún hay trámites del debido proceso que es difícil saltarse. En Guatemala todavía es difícil desaparecer a opositores y críticos o a inocentes. No es el caso de El Salvador, donde no hay noticias de centenares de detenidos.

En el caso salvadoreño, según me confirmó un alto oficial de la Policía Nacional Civil, hay orden de enviar patrullas a acosar a familiares de periodistas y defensoras de derechos humanos que han salido del país en los últimos días, amenazados con posibles órdenes de detención por delitos que no existen. Dice esta fuente que Bukele se dispone a celebrar su sexto año en el poder -el primero de su segundo periodo, que es inconstitucional- con operativos de capturas y persecución a las voces críticas que aún suenan en El Salvador.

Son reinos del terror. En Centroamérica. También en Argentina, donde el gobierno de Javier Milei considera objetivos de sus aparatos de inteligencia a quienes “erosionen” las estrategias de seguridad o el discurso económico del gobierno. Ese es el comienzo, luego vienen los exilios, la cárcel, las desapariciones. Todo eso que los salvadoreños, los guatemaltecos, los argentinos conocemos tan bien. Luego vuelve nuestro pasado.

Prensa Comunitaría: https://prensacomunitaria.org/2025/05/la-maquina-del-tiempo-que-nos-ha-llevado-de-regreso-al-terror/