The President of El Salvador, Nayib Bukele, stated on Sunday that he does not care about being called a “dictator” despite criticism over the detention of activists and repression against human rights organizations. Bukele defended his hard-line approach against gangs and rejected accusations of authoritarianism, arguing that his priority is to maintain peace and security in the country.
During a speech at the National Theater, where he commemorated the first year of his second term, Bukele accused NGOs of political activism and protecting criminals, and criticized the press for joining what he described as an “organized attack” with international support.
“I don’t care if they call me dictator. I’d rather they call me dictator than watch Salvadorans get killed in the streets,” he maintained.
Bukele emphasized that, despite the criticism, his government presents “more results than any other in our entire history.” “I’d rather they call me dictator but Salvadorans can finally live in peace. Let them keep discussing their semantics while we continue to focus on achieving results, contrary to the lies they spread day and night,” he added.
Criticism against Bukele intensified after the May 18 detention of Ruth López, a lawyer for an NGO investigating alleged state corruption cases and assisting families of Venezuelans deported and imprisoned in El Salvador. The Attorney General’s Office accuses López of embezzlement when she was an advisor to the Electoral Tribunal, but international organizations like Amnesty International and Human Rights Watch believe this action seeks to silence human rights defenders.
Humanitarian organizations denounce an “authoritarian escalation” by the government, which is leveraging the state of exception imposed three years ago in the war on gangs to persecute critics. In recent months, in addition to López, activists who supported peasant protests and human rights leaders accused of gang ties have been arrested, such as Fidel Zavala, leader of the Unidad de Defensa de Derechos Humanos y Comunitarios (Unit for the Defense of Human and Community Rights, UNIDEHC).
In his speech, Bukele defended the Foreign Agents Law, which requires NGOs to register and pay a 30% tax on the funds they receive. This law, similar to those implemented in Russia and Nicaragua, has been criticized for limiting the work of civil society organizations.
“Democracy, institutionality, transparency, human rights, rule of law… they sound good, they are great ideals in reality, but they are terms that are actually only used to keep us subjugated,” Bukele stated before the Legislative Assembly, in a solemn session at the National Theater.
His administration keeps 252 Venezuelans and 36 Salvadorans deported by the United States imprisoned in the Centro de Confinamiento del Terrorismo (Terrorism Confinement Center, Cecot), accused without evidence of criminal offenses. The arrival of these migrants, with shaved heads and handcuffed, was widely disseminated by the government on social media, while lawyers report they suffer “physical and moral torture.”
Bukele, a 43-year-old businessman and publicist of Palestinian descent, currently controls Congress, the Attorney General’s Office, the Supreme Court, and other state institutions, which his critics interpret as a concentration of power. His reelection, secured with 85% popular support, is contested because it was permitted by a judicial ruling that overturned the constitutional ban on reelection.
The director of the NGO Socorro Jurídico Humanitario (Humanitarian Legal Aid), Ingrid Escobar, stated that “in this first year of the unconstitutional second term, there is an authoritarian escalation. It is the consolidation of the dictatorship.”
Bukele also strengthened his alliance with U.S. President Donald Trump on anti-migrant policies and a hard-line approach against gangs, which has secured him international support but has also generated opposition from human rights organizations.
The president attributes his strict measures to the need to guarantee the safety of Salvadorans and reduce violence, which historically was among the highest in Latin America. Since the beginning of his term, his “war on gangs” has managed to reduce homicides and violent crimes to levels not seen in decades.
“It is said that a vote is more powerful than a bullet,” Bukele stated when voting early in 2024, referring to citizen support for his security model and his authoritarian style.
However, political and social tension continues to rise due to the persecution of opponents and activists. The international community, through organizations such as the United Nations and Amnesty International, has called for respect for human rights and freedom of expression in El Salvador.
The Salvadoran president maintains that his priority is peace and that he is willing to face criticism to protect his country from violence and chaos. Meanwhile, civil society organizations and human rights defenders continue to denounce an authoritarian turn and the erosion of democratic guarantees in the Central American country.
Bukele habló sobre las denuncias por los arrestos de activistas de Derechos Humanos en El Salvador: “Me tiene sin cuidado que me llamen dictador”
El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, afirmó este domingo que no le importa ser llamado “dictador” pese a las críticas por la detención de activistas y la represión contra organizaciones de derechos humanos. Bukele defendió su mano dura contra las pandillas y rechazó los señalamientos que lo acusan de autoritarismo, argumentando que su prioridad es mantener la paz y la seguridad en el país.
Durante un discurso en el Teatro Nacional, donde conmemoró el primer año de su segundo mandato, Bukele acusó a las ONG de hacer activismo político y de proteger a criminales, y criticó a la prensa por unirse a lo que calificó como un “ataque organizado” con apoyo internacional.
“Me tienen sin cuidado que me llamen dictador. Prefiero que me llamen dictador a ver cómo matan a los salvadoreños en las calles”, sostuvo.
Bukele subrayó que, a pesar de las críticas, su gobierno presenta “más resultados que cualquier otro en toda nuestra historia”. “Prefiero que me llamen dictador pero que los salvadoreños podamos vivir al fin en paz. Que se queden ellos discutiendo su semántica y nosotros vamos a seguir enfocados en buscar resultados y contrario a las mentiras que ellos difunden día y noche”, agregó.
Las críticas contra Bukele aumentaron tras la detención, el 18 de mayo, de Ruth López, abogada de una ONG que investigaba casos de supuesta corrupción estatal y asistía a familias de venezolanos deportados y encarcelados en El Salvador. La Fiscalía General acusa a López de peculado cuando fue asesora del Tribunal Electoral, pero organizaciones internacionales como Amnistía Internacional y Human Rights Watch consideran que esta acción busca silenciar a defensores de derechos humanos.
Organismos humanitarios denuncian una “escalada autoritaria” del gobierno que aprovecha el régimen de excepción impuesto hace tres años en la guerra contra las pandillas para perseguir a críticos. En los últimos meses, además de López, han sido arrestados activistas que apoyaron protestas campesinas y líderes de derechos humanos acusados de vínculos con pandillas, como Fidel Zavala, dirigente de la Unidad de Defensa de Derechos Humanos y Comunitarios (UNIDEHC).
En su discurso, Bukele defendió la Ley de Agentes Extranjeros, que obliga a ONG a registrarse y a pagar un impuesto del 30% sobre los fondos que reciben. Esta ley, similar a la aplicada en Rusia y Nicaragua, ha sido criticada por limitar el trabajo de organizaciones de la sociedad civil.
“Democracia, institucionalidad, transparencia, derechos humanos, Estado de derecho… suenan bien, son grandes ideales en realidad, pero son términos que en realidad solo se usan para mantenernos sometidos”, afirmó Bukele ante la Asamblea Legislativa, en una sesión solemne en el Teatro Nacional.
Su administración mantiene encarcelados en el Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot) a 252 venezolanos y 36 salvadoreños deportados por Estados Unidos, acusados sin pruebas de delitos criminales. La llegada de estos migrantes, con el cabello rapado y esposados, fue difundida ampliamente por el gobierno en redes sociales, mientras abogados denuncian que sufren “torturas físicas y morales”.
Bukele, empresario de 43 años y publicista de ascendencia palestina, controla actualmente el Congreso, la Fiscalía, la Corte Suprema y otras instituciones estatales, lo que sus críticos interpretan como una concentración de poder. Su reelección, obtenida con un 85% de apoyo popular, es cuestionada porque fue permitida por un fallo judicial que rompió la prohibición constitucional de la reelección.
La directora de la ONG Socorro Jurídico Humanitario, Ingrid Escobar, afirmó que “en este primer año del segundo mandato inconstitucional hay una escalada autoritaria. Es la consolidación de la dictadura”.
Bukele también estrechó su alianza con el presidente estadounidense Donald Trump en políticas antimigrantes y de mano dura contra las pandillas, lo que le ha garantizado apoyo internacional, pero también ha generado rechazo de organizaciones de derechos humanos.
El mandatario atribuye sus medidas estrictas a la necesidad de garantizar la seguridad de los salvadoreños y reducir la violencia, que históricamente fue una de las más altas en América Latina. Desde el inicio de su gestión, su “guerra contra las pandillas” ha logrado reducir homicidios y crímenes violentos a niveles no vistos en décadas.
“Se dice que un voto es más poderoso que una bala”, afirmó Bukele al votar anticipadamente en 2024, en referencia al apoyo ciudadano a su modelo de seguridad y su estilo autoritario.
Sin embargo, la tensión política y social sigue aumentando debido a la persecución de opositores y activistas. La comunidad internacional, a través de organismos como Naciones Unidas y Amnistía Internacional, ha llamado a garantizar el respeto a los derechos humanos y la libertad de expresión en El Salvador.
El presidente salvadoreño sostiene que su prioridad es la paz y que está dispuesto a enfrentar críticas con tal de proteger a su país de la violencia y el caos. Mientras tanto, organizaciones civiles y defensores de derechos humanos continúan denunciando un giro autoritario y la erosión de las garantías democráticas en el país centroamericano.