I have long given El Salvador’s president Nayib Bukele the benefit of the doubt. But after refusing to return a mistakenly imprisoned man deported from the United States, he’s fallen out of favor with me. I wonder if the leaders of surf institutions, flush with millions of dollars from Bukele’s tourism ambitions, feel the same.
It’s atypical that a single government plays such a pivotal role in the global surfing landscape, but Bukele, the “self-proclaimed world’s coolest dictator,” has gleefully muscled his way into that conversation. He’s made surfing the poster child of El Salvador’s transformation from murder capital to vacation hotspot. And surf events have been a key instrument to catalyze that change. Bukele and surfing have become inextricable.
But as Bukele mocks U.S. law and order with “LMFAO” emojis, how should the surfing community respond? Are his political antics and El Salvador’s tourism renaissance intrinsically linked? Or can we separate the two, keeping an increasingly controversial human rights record from overshadowing the positive impact surfing is having on the country? It’s a question myself, and surely the sport’s major institutions, are grappling with.
In March, Bukele cut a deal with the United States, accepting 238 alleged gang-involved immigrants, putting them in his mega prison in exchange for $6 million annually. Aside from the fact that all of these immigrants were sent to prison in a foreign country without any hearing or chance to plead their case, one man emerged as an example of the United States’ alarming carelessness in vetting deportees. The Trump administration admitted that it had accidentally included a Maryland man with protected status, Kilmar Abrego Garcia, in the round-up.
Trump claimed he was powerless to get Abrego Garcia back once he was transferred to Bukele’s jurisdiction. And when a federal judge in the U.S. demanded that the immigrants be returned, Bukele taunted the order with a post on X that read, “Oopsie…too late.” Bukele then went to the White House, doubled down on his social media post, and peddled an unsubstantiated claim that Abrego Garcia is a “terrorist.” Now Bukele is trying to use these same prisoners as bargaining chips in an exchange for prisoners currently held in Venezuela, so he clearly does have the power to release them if he wants.
I’ve met Bukele. The guy is approachable and charming. Our paths crossed when I was working at the International Surfing Association’s (ISA) 2019 Standup Paddle championships in El Salvador – Bukele’s first major surfing event.
Bukele’s rhetoric sounds pragmatic. Thus, I kept an open mind when he was preaching his plan to give El Salvador a major facelift. After all, how could I possibly understand what it’s like to live in a country ruled by gangs, where people live in constant fear for their lives? I cannot remotely relate, so I optimistically listened. And the results, on paper, have been astoundingly successful: Homicides have fallen by 98 percent and El Salvador is now one of the safest countries in the Americas as far as murders per capita.
Bukele’s actions present an interesting ethical dilemma regarding the extent to which a society’s rights should be compromised for the greater safety of the whole. Furthermore, in a surfing context, it presents the leaders of the sport with a quandary of their own: Where do they draw the line with Bukele? Is there a political tipping point where they would turn down Bukele’s event cash?
When I posed this question to the ISA, a spokesperson explained that individual political matters in El Salvador go beyond the scope of their partnership with the country, which is specifically based on developing surfing. The WSL didn’t respond to this line of questioning.
El Salvador has forged a symbiotic relationship with these institutions. Bukele needs their events to bring global media attention and credibility to his “Surf City” plan. And the WSL/ISA bank on Bukele’s role as a reliable partner who takes on the financial risk of their premier surfing events.
I understand that the ISA (and presumably the WSL) deduce that Bukele’s surf events are distinct and unrelated to his authoritarian policies. But I reckon that Bukele’s refusal to return an innocent prisoner to the U.S. has at the very least opened a rift between El Salvador and these institutions. The WSL and ISA, U.S.-based organizations, must be having uncomfortable conversations behind closed doors about the long-term viability of having El Salvador as such a close partner.
I can support El Salvador’s vision for surfing. But Bukele, who has made a mockery of another country’s legal processes while leveraging Trump to boost his own persona, I can no longer stand by – not while he knowingly holds at least one innocent man hostage.
I’m not sure a boycott is the answer – doing so could cause real financial harm to the Salvadoran people. But if Bukele refuses to rectify the situation, surfing’s institutions will have some difficult questions to confront: To what extent are we complicit?
The Inertia: https://www.theinertia.com/surf/margaret-river-surfing-worlds-best-surfers/
El Salvador: ¿Podemos separar el turismo de surf de los derechos humanos?
Durante mucho tiempo le di al presidente de El Salvador, Nayib Bukele, el beneficio de la duda. Pero después de negarse a devolver a un hombre encarcelado por error y deportado de Estados Unidos, ha perdido mi favor. Me pregunto si los líderes de las instituciones de surf, que manejan millones de dólares procedentes de las ambiciones turísticas de Bukele, sienten lo mismo.
Es atípico que un solo gobierno desempeñe un papel tan crucial en el panorama mundial del surf, pero Bukele, el “autoproclamado dictador más cool del mundo”, se ha abierto paso alegremente en esa conversación. Ha convertido el surf en el emblema de la transformación de El Salvador de capital de los asesinatos a destino turístico popular. Y los eventos de surf han sido un instrumento clave para catalizar ese cambio. Bukele y el surf se han vuelto inextricables.
Pero mientras Bukele se burla del sistema legal y el orden público estadounidense con emojis de “LMFAO” [acrónimo de Laughing My Fucking Ass Off, que significa ‘me parto de risa’], ¿cómo debería responder la comunidad del surf? ¿Están sus maniobras políticas y el renacimiento turístico de El Salvador intrínsecamente ligados? ¿O podemos separar ambos, evitando que un historial de derechos humanos cada vez más controvertido eclipse el impacto positivo que el surf está teniendo en el país? Es una pregunta con la que yo, y seguramente las principales instituciones de este deporte, estamos lidiando.
En marzo, Bukele llegó a un acuerdo con Estados Unidos, aceptando a 238 inmigrantes presuntamente involucrados en pandillas, encerrándolos en su megacárcel a cambio de 6 millones de dólares anuales. Aparte del hecho de que todos estos inmigrantes fueron enviados a prisión en un país extranjero sin ninguna audiencia ni oportunidad de defender su caso, un hombre surgió como ejemplo de la alarmante negligencia de Estados Unidos al investigar a los deportados. La administración Trump admitió que había incluido accidentalmente en la redada a un hombre de Maryland con estatus de protección, Kilmar Abrego García.
Trump afirmó que era incapaz de recuperar a Abrego García una vez que fue transferido a la jurisdicción de Bukele. Y cuando un juez federal en EE. UU. exigió que los inmigrantes fueran devueltos, Bukele se burló de la orden con una publicación en X que decía: “Ups… demasiado tarde”. Luego, Bukele fue a la Casa Blanca, insistió en su publicación en redes sociales y difundió una afirmación infundada de que Abrego García es un “terrorista”. Ahora Bukele está tratando de usar a estos mismos prisioneros como moneda de cambio en un intercambio por prisioneros actualmente retenidos en Venezuela, así que claramente tiene el poder de liberarlos si quiere.
Conocí a Bukele. El tipo es accesible y encantador. Nuestros caminos se cruzaron cuando trabajaba en los campeonatos de Standup Paddle de 2019 de la Asociación Internacional de Surf (ISA, por sus siglas en inglés) en El Salvador, el primer gran evento de surf de Bukele.
La retórica de Bukele suena pragmática. Por lo tanto, mantuve una mente abierta cuando pregonaba su plan para darle a El Salvador un importante lavado de cara. Después de todo, ¿cómo podría yo entender lo que es vivir en un país gobernado por pandillas, donde la gente vive con un miedo constante por sus vidas? No puedo ni de lejos comprenderlo, así que escuché con optimismo. Y los resultados, sobre el papel, han sido asombrosamente exitosos: los homicidios han disminuido un 98 por ciento y El Salvador es ahora uno de los países más seguros de América en cuanto a asesinatos per cápita.
Las acciones de Bukele presentan un interesante dilema ético sobre hasta qué punto se deben comprometer los derechos de una sociedad por la mayor seguridad del conjunto. Además, en el contexto del surf, presenta a los líderes de este deporte su propio dilema: ¿Dónde trazan la línea con Bukele? ¿Existe un punto de inflexión político en el que rechazarían el dinero de Bukele para eventos?
Cuando planteé esta pregunta a la ISA, un portavoz explicó que los asuntos políticos individuales en El Salvador van más allá del alcance de su asociación con el país, que se basa específicamente en desarrollar el surf. La Liga Mundial de Surf (WSL, por sus siglas en inglés) no respondió a estas preguntas.
El Salvador ha forjado una relación simbiótica con estas instituciones. Bukele necesita sus eventos para atraer la atención mediática global y la credibilidad a su plan “Surf City” [Ciudad del Surf]. Y la WSL y la ISA cuentan con el papel de Bukele como socio fiable que asume el riesgo financiero de sus eventos de surf de primer nivel.
Entiendo que la ISA (y presumiblemente la WSL) deducen que los eventos de surf de Bukele son distintos e independientes de sus políticas autoritarias. Pero considero que la negativa de Bukele a devolver un prisionero inocente a EE. UU. ha abierto, como mínimo, una brecha entre El Salvador y estas instituciones. La WSL y la ISA, organizaciones con sede en Estados Unidos, deben estar teniendo conversaciones incómodas a puerta cerrada sobre la viabilidad a largo plazo de tener a El Salvador como un socio tan cercano.
Puedo apoyar la visión de El Salvador para el surf. Pero a Bukele, que se ha burlado de los procesos legales de otro país mientras aprovecha a Trump para impulsar su propia imagen, ya no puedo apoyarlo, no mientras mantiene secuestrado deliberadamente al menos a un hombre inocente.
No estoy seguro de que un boicot sea la respuesta; hacerlo podría causar un daño financiero real al pueblo salvadoreño. Pero si Bukele se niega a rectificar la situación, las instituciones del surf tendrán que enfrentar algunas preguntas difíciles: ¿Hasta qué punto somos cómplices?
The Inertia: https://www.theinertia.com/surf/margaret-river-surfing-worlds-best-surfers/