Name a lovely Latin American country that’s smaller than Massachusetts. It’s dotted with charming mountain villages, produces fine coffee, and has great beaches. Can’t guess? Hint: It’s home to the biggest prison in the Western Hemisphere, and more than 1 percent of its citizens are behind bars. The government says none will ever be released.
Until a few months ago, few Americans gave much thought to El Salvador. Some old folks remembered the civil war of the 1980s, which set off a wave of solidarity actions in the United States. Otherwise, El Salvador didn’t appear on our radar any more than neighboring Honduras or Guatemala.
That has suddenly changed. This month, El Salvador’s authoritarian leader, Nayib Bukele, self-styled “world’s coolest dictator,” appeared at the Oval Office for a lovefest with President Trump. They discussed America’s newest export to El Salvador: human beings.
Trump has sent hundreds of prisoners, whom he describes as criminal aliens, to the sprawling El Salvador prison known as CECOT: Terrorism Confinement Center. One of them, Kilmar Abrego García, was sent there mistakenly but has been unable to win release, setting off a mini-scandal in Washington. Trump has said he would like to begin sending “home-grown criminals” to the CECOT prison. That could turn it into a Guantanamo for Americans — a warehouse into which detainees can be thrown with no access to American law.
This prospect pulls the United States into one of the most remarkable stories to unfold in the Western Hemisphere during this century. Bukele has liquidated democracy while transforming El Salvador from the most murderous country in the world to one of the safest.
When Bukele assumed the presidency in 2019, his country was in the grip of terror gangs. Machete murders and dismemberments were common, businesses could not operate without paying protection, buses and taxis were regularly burned, boys were pressed into the gangs, and girls became their slaves. Many Salvadorans survived by barricading themselves inside their homes.
In 2022 Bukele suddenly declared a state of emergency. He sent the army to capture every Salvadoran with what looked like a gang tattoo and everyone who was said by neighbors to be a gang member. Thousands are packed into the CECOT prison, which has a capacity of 40,000 and may soon be doubled in size. Inmates have no contact with lawyers, relatives, or anyone else in the outside world. Trials are desultory, with a hundred or more defendants lined up and sentenced by an anonymous judge, denied the chance to prove their innocence. Human rights advocates estimate that as many as one-third of CECOT inmates may be innocent.
Bukele has abolished due process. Any suspect may be jailed indefinitely without appeal. This is by any standard a monstrous violation of basic human rights. Yet it has produced an astonishingly felicitous result. Gang violence has disappeared. Salvadorans freely enjoy life. A country oppressed by terror is now a tourist destination. It is an eerie tradeoff: At least 1 percent of the population is imprisoned, perhaps for life, so the rest can live in peace.
“We accomplished the unthinkable and cleaned up our society,” Bukele has said. “They were worried about the human rights of the killers. Of course they have human rights, I don’t say they don’t, they’re humans. But if you have to prioritize, what would you prioritize?
Trump seemed to agree. “I just want to just say hello to the people of El Salvador and say they have one hell of a president,” he said at their White House meeting. “He’s very tough on crime.”
Bukele’s version of “tough on crime” doesn’t only mean locking up huge numbers of people without trial. He has also forced Supreme Court justices to retire, crushed the press, intimidated opposition parties, and run for reelection despite a constitutional ban. That wouldn’t work in the United States — at least not yet. The idea of sending American inmates into the Salvadoran gulag, however, is a step toward outsourcing our criminal justice system to a country where the rule of law is nonexistent.
Salvadoran and American history have been intertwined for a century. The United States supported a succession of Salvadoran dictators, but the period of dictatorship set off an armed rebellion in 1980. Because the rebels were led by Marxist supporters of Fidel Castro, the Reagan administration poured hundreds of millions of dollars into defeating them. It tolerated horrific atrocities committed by the Salvadoran military.
The savagery of combat and death squads drove hundreds of thousands of Salvadorans to flee. Many ended up in Los Angeles, where Salvadoran boys and young men were absorbed into the culture of street gangs. Beginning in the 1990s, after the civil war ended, they were deported back home. They brought the gang culture with them. The terror that these gangs imposed on their homeland has its roots in an exile experience that was set off indirectly by American military intervention there.
Bukele’s radical solution to criminal violence is immensely popular. Polls give him an approval rating of at least 75 percent. Leaders around the hemisphere dream of emulating him. Trump may be among them.
Boston Globe: https://www.bostonglobe.com/2025/04/23/opinion/trump-bukele-cecot-el-salvador/
La preocupante admiración de Trump por El Salvador
Nombra un encantador país latinoamericano más pequeño que Massachusetts. Está salpicado de pintorescos pueblos de montaña, produce café de calidad y tiene excelentes playas. ¿No adivinas? Pista: alberga la prisión más grande del Hemisferio Occidental, y más del 1 % de sus ciudadanos están tras las rejas. El gobierno dice que ninguno será liberado jamás.
Hasta hace unos meses, pocos estadounidenses pensaban mucho en El Salvador. Algunos mayores recordaban el conflicto armado de la década de 1980, que desencadenó una ola de acciones de solidaridad en Estados Unidos. Por lo demás, El Salvador no aparecía en nuestro radar más que sus vecinos Honduras o Guatemala.
Eso ha cambiado de repente. Este mes, el líder autoritario de El Salvador, Nayib Bukele, autodenominado “el dictador más genial del mundo”, apareció en el Despacho Oval para un festival de afecto con el presidente Trump. Discutieron la exportación más nueva de Estados Unidos a El Salvador: seres humanos.
Trump ha enviado a cientos de prisioneros, a quienes describe como extranjeros criminales, a la extensa prisión salvadoreña conocida como CECOT: Centro de Confinamiento del Terrorismo. Uno de ellos, Kilmar Abrego García, fue enviado allí por error pero no ha podido conseguir su liberación, lo que desató un mini escándalo en Washington. Trump ha dicho que le gustaría comenzar a enviar “criminales de cosecha propia” a la prisión CECOT. Eso podría convertirla en un Guantánamo para estadounidenses: un almacén al que se puede arrojar a los detenidos sin acceso a la ley estadounidense.
Esta perspectiva arrastra a Estados Unidos a una de las historias más notables que se han desarrollado en el Hemisferio Occidental durante este siglo. Bukele ha liquidado la democracia mientras transformaba a El Salvador del país más homicida del mundo a uno de los más seguros.
Cuando Bukele asumió la presidencia en 2019, su país estaba bajo el yugo de pandillas terroristas. Los asesinatos a machetazos y los desmembramientos eran comunes, los negocios no podían operar sin pagar protección, los autobuses y taxis eran quemados regularmente, los niños eran reclutados a la fuerza por las pandillas y las niñas se convertían en sus esclavas. Muchos salvadoreños sobrevivían atrincherándose dentro de sus hogares.
En 2022, Bukele declaró repentinamente un régimen de excepción. Envió al ejército a capturar a todo salvadoreño con lo que pareciera un tatuaje de pandilla y a todos aquellos que, según los vecinos, eran miembros de una pandilla. Miles están hacinados en la prisión CECOT, que tiene una capacidad de 40 000 y pronto podría duplicar su tamaño. Los reclusos no tienen contacto con abogados, familiares ni nadie del mundo exterior. Los juicios son superficiales, con cien o más acusados alineados y sentenciados por un juez anónimo, negándoseles la oportunidad de probar su inocencia. Defensores de los derechos humanos estiman que hasta un tercio de los reclusos del CECOT podrían ser inocentes.
Bukele ha abolido el debido proceso. Cualquier sospechoso puede ser encarcelado indefinidamente sin apelación. Esto es, bajo cualquier estándar, una monstruosa violación de los derechos humanos básicos. Sin embargo, ha producido un resultado asombrosamente favorable. La violencia de las pandillas ha desaparecido. Los salvadoreños disfrutan libremente de la vida. Un país oprimido por el terror es ahora un destino turístico. Es una contrapartida inquietante: al menos el 1 % de la población está encarcelada, quizás de por vida, para que el resto pueda vivir en paz.
“Logramos lo impensable y limpiamos nuestra sociedad”, ha dicho Bukele. “Estaban preocupados por los derechos humanos de los asesinos. Por supuesto que tienen derechos humanos, no digo que no, son humanos. Pero si tienes que priorizar, ¿qué priorizarías?”
Trump pareció estar de acuerdo. “Solo quiero saludar a la gente de El Salvador y decirles que tienen un presidente increíble”, dijo en su reunión en la Casa Blanca. “Es muy duro con el crimen”.
La versión de Bukele de “mano dura contra el crimen” no solo significa encerrar a un gran número de personas sin juicio. También ha obligado a magistrados de la Corte Suprema a jubilarse, ha aplastado a la prensa, ha intimidado a los partidos de oposición y se ha postulado para la reelección a pesar de una prohibición constitucional. Eso no funcionaría en Estados Unidos, al menos no todavía. La idea de enviar reclusos estadounidenses al gulag salvadoreño, sin embargo, es un paso hacia la externalización de nuestro sistema de justicia penal a un país donde el estado de derecho es inexistente.
La historia salvadoreña y estadounidense han estado entrelazadas durante un siglo. Estados Unidos apoyó a una sucesión de dictadores salvadoreños, pero el período de dictadura desencadenó una rebelión armada en 1980. Debido a que los rebeldes estaban liderados por marxistas partidarios de Fidel Castro, la administración Reagan invirtió cientos de millones de dólares para derrotarlos. Toleró atrocidades horrendas cometidas por el ejército salvadoreño.
La brutalidad del combate y los escuadrones de la muerte llevaron a cientos de miles de salvadoreños a huir. Muchos terminaron en Los Ángeles, donde niños y jóvenes salvadoreños fueron absorbidos por la cultura de las pandillas callejeras. A partir de la década de 1990, después de que terminó el conflicto armado, fueron deportados de regreso a casa. Trajeron consigo la cultura de las pandillas. El terror que estas pandillas impusieron en su tierra natal tiene sus raíces en una experiencia de exilio que fue desencadenada indirectamente por la intervención militar estadounidense allí.
La solución radical de Bukele a la violencia criminal es inmensamente popular. Las encuestas le dan un índice de aprobación de al menos el 75 %. Líderes de todo el hemisferio sueñan con emularlo. Trump puede estar entre ellos.
Boston Globe: https://www.bostonglobe.com/2025/04/23/opinion/trump-bukele-cecot-el-salvador/