U.S. President Donald Trump welcomed El Salvador’s President Nayib Bukele to the White House on Monday. In a friendly, relaxed atmosphere, the two celebrated the agreement that allows Washington to use the Central American populist’s mega‑prison to lock up Salvadoran gang members en masse and to deport there—without any prior judicial process—any immigrant the White House deems a dangerous criminal. At least 260 immigrants have already been expelled from the United States and jailed under these especially summary and cruel conditions, turned into fodder for social‑media spectacle.
By the time the meeting took place, however, the shock and outrage triggered by this policy—whose sole purpose is to terrorize millions of immigrants—had already reached a new level. Among those deported was at least one Salvadoran citizen, 29‑year‑old Kilmar Armando Abrego García, a legal U.S. resident with no criminal record and a court order specifically protecting him from deportation because of the danger he faced in El Salvador. A federal judge has ordered the Trump administration to bring Abrego back to the United States. The Supreme Court, in a unanimous decision, has ruled that the White House must “facilitate” his return.
Asked about the case, Trump and Bukele engaged in a display of cynicism that can only be read as a mockery of the judiciary—a sinister precedent for how the White House may react when challenged in court. Bukele claimed he lacks the authority to release Abrego and send him back to the United States and sees no reason to do so, since Abrego was delivered to him as a “criminal” and “terrorist.” The White House, for its part, interprets the Supreme Court order as obliging it strictly to “facilitate” the return; that is, if Bukele frees Abrego, it will provide the plane, but it cannot tell another country what to do. Trump denies violating any ruling and even insists the Supreme Court has vindicated him.
Everything about this scene is terrifying and nauseating: two heads of state laughing before the cameras as they acknowledge and defend a flagrant human‑rights violation and an unprecedented affront to judicial authority. Little can be expected from Bukele, a would‑be dictator. But Trump heads the world’s oldest constitutional democracy. To make matters worse, Trump said he wants to extend deportations to “domestic criminals.” “We have to see what the laws say,” the president remarked, dismissing the very notion of citizenship.
Amid the swirl of headlines about trade wars or the harassment of universities and the press, the case of an unknown Salvadoran citizen deported by the United States may seem anecdotal. It is not. It is the first precedent indicating that the White House has decided to operate outside the law and the courts. Toughness toward immigrants and sheer arbitrariness are two different things. Faced with the boldness of the U.S. executive branch and the paralysis of the legislative, one can only hope for greater firmness and clarity from the courts—especially the Supreme Court—and for a mobilized civil society that will disabuse the White House, as soon as possible, of the notion that it can quietly slide the country toward autocracy without resistance.
El País: https://elpais.com/opinion/2025-04-16/la-burla-de-trump-y-bukele.html
La burla de Trump y Bukele
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, recibió este lunes en la Casa Blanca al presidente de El Salvador, Nayib Bukele. En un ambiente cordial y distendido, ambos celebraron el acuerdo que permite a Washington utilizar la megacárcel construida por el populista centroamericano para encarcelar masivamente a pandilleros salvadoreños y deportar allí, sin proceso judicial previo, a cualquier inmigrante que la Casa Blanca considere un criminal peligroso. De esta manera ya han sido expulsados de EE UU y encarcelados al menos 260 inmigrantes, en circunstancias especialmente expeditivas y crueles para convertirlos en un espectáculo de redes sociales.
Para cuando se produjo el encuentro, sin embargo, el estupor y la indignación que ha provocado esta política cuyo único propósito es aterrorizar a millones de inmigrantes había dado un salto cualitativo importante. Entre los deportados se encontraba al menos un ciudadano salvadoreño, Kilmar Armando Abrego García, de 29 años, con residencia legal en el país, sin antecedentes penales, y con una orden judicial que lo protegía específicamente contra la deportación por el riesgo que corría en El Salvador. Un juez federal ha ordenado a la Administración de Trump que lleve de vuelta a Abrego a EE UU. El Tribunal Supremo, en una decisión unánime, ha reconocido que la Casa Blanca debe “facilitar” la devolución.
Preguntados por este caso, Trump y Bukele hicieron un ejercicio de cinismo que no se puede interpretar más que como una burla a la justicia y que sienta un tenebroso precedente sobre las intenciones de la Casa Blanca cuando sea cuestionada por los tribunales. Bukele aseguró que él no tiene competencias para liberar y enviar a Abrego de vuelta a EE UU, ni tiene ninguna razón para hacerlo, pues a él le ha sido entregado como “criminal” y “terrorista”. La Casa Blanca, por su parte, interpreta que el auto del Supremo le pide estrictamente “facilitar” el regreso. Es decir, que si Bukele libera a Abrego le pondrán un avión, pero que no está en su mano decirle a otro país lo que tiene que hacer. Trump niega que esté incumpliendo ninguna resolución, e incluso asegura que el Supremo le ha dado la razón.
Todo en esa escena es aterrador y nauseabundo. Dos jefes de Estado reconociendo y defendiendo ante las cámaras, entre risas, una violación flagrante de los derechos humanos y una burla sin precedentes de las resoluciones judiciales. Poco se puede esperar de Bukele, aspirante a dictador. Pero Trump preside la democracia constitucional más antigua del mundo. Por si fuera poco, Trump afirmó que quiere ampliar las deportaciones a los “criminales domésticos”. “Tenemos que ver lo que dicen las leyes”, afirmó el presidente, despreciando la idea misma de ciudadanía.
En medio del torbellino de titulares sobre guerras comerciales o acoso a las universidades y a la prensa, el caso de un desconocido ciudadano salvadoreño deportado de vuelta a su país por Estados Unidos puede parecer anecdótico. No lo es. Se trata del primer precedente que apunta a que la Casa Blanca ha decidido operar al margen de la ley y de lo que diga la justicia. La dureza con los inmigrantes y la arbitrariedad son cosas distintas. Ante la osadía del poder ejecutivo estadounidense y la parálisis de su poder legislativo queda esperar mayor contundencia y claridad de los jueces, especialmente del Supremo, y una movilización de la sociedad civil que le quite de la cabeza cuanto antes a la Casa Blanca la idea de que puede ir tácitamente deslizando al país hacia la autocracia sin oposición.
El País: https://elpais.com/opinion/2025-04-16/la-burla-de-trump-y-bukele.html