The meeting between President Donald Trump and the unconstitutional president of El Salvador, Nayib Bukele, this Monday, April 14th made one thing clear: the Trump administration wants to turn the small and impoverished Central American country into its penal colony in Latin America. Trump has hinted that the future of what many describe as a Salvadoran gulag involves filling the prisons of the Bukele regime with people the Trump government considers undesirable. These undesirables could include U.S. citizens, but also nationals from other countries in the region and around the world.
The model Trump and Bukele are weaving differs from the one the same Trump administration used with Panama and Costa Rica in its early days. Migrants sent to these two Central American nations were at least received as asylum seekers.
In El Salvador’s case, what should be a simple deportation becomes a prisoner transfer, similar to moving inmates from one prison to another within U.S. territory. This is happening in a country where the rule of law has been dismantled by Bukele and his permanent state of exception, which has been in place for 3 years.
At the heart of this strategy is the authoritarian cruelty of the Salvadoran regime. Under the state of exception in effect since 2021, migrants arriving in El Salvador can be jailed without trial, under unfounded charges of terrorism or organized crime. The words of an official, or even the president himself, are enough to justify indefinite detention, without need for evidence or judicial process.
This model has already been tested on U.S. citizens of Salvadoran origin, who remain detained without formal charges in Salvadoran prisons. Human rights organizations in the United States have described these prisons as centers of torture and inhumane conditions. Investigations by the newspaper El Faro reveal that, with visits prohibited, families must bribe lawyers or prison system employees to see their loved ones.
The “pilot test” for this internationalization of the Salvadoran gulag was the wrongful deportation of Salvadoran immigrant Kilmar Abrego and the mass transfer of Venezuelans. Bukele went so far as to publicly label Abrego a “terrorist.”
Trump has found that the legal route is slow and often ineffective. Although the Supreme Court ordered Abrego’s return to the United States, the Trump administration has used technicalities to delay or evade federal court decisions.
Just as George W. Bush turned the Guantanamo Bay base into the symbol of his “war on terror” after the September 11th attacks, Trump aims to make El Salvador the international face of his immigration policy. But, unlike Bush, Trump does not seek to cloak his strategy in any legal or moral justification. On the contrary, the United States has replicated and promoted propaganda videos produced by the Bukele government, showing the cruel treatment of Venezuelan migrants, including an asylum seeker who worked as a stylist in the U.S.
For now, the Salvadoran gulag devours Salvadorans and Venezuelans. But it would not be surprising if, in the future, it begins to swallow nationals from other Latin American countries. A gulag like the one Bukele aspires to needs human flesh – and the crumbs of legitimacy and funding thrown its way by Washington.
Letras Libres: https://letraslibres.com/politica/valencia-trump-bukele-migracion-colonia-penitenciaria/
Trump quiere convertir a El Salvador en su colonia penitenciaria
La reunión del presidente Donald Trump y el mandatario inconstitucional de El Salvador, Nayib Bukele, este lunes 14 de abril dejó claro una cosa: la administración Trump quiere convertir al pequeño y empobrecido país centroamericano en su colonia penitenciaria en Latinoamérica. Trump ha dejado entrever que el horizonte del que muchos califican como un gulag salvadoreño es llenar las cárceles del régimen bukelista de personas que el gobierno de Trump considera indeseables. Entre los indeseables podrían incluirse ciudadanos estadounidenses, pero también nacionales de otros países de la región y del mundo.
El modelo que están tejiendo Trump y Bukele difiere del que la misma administración de Trump utilizó con Panamá y Costa Rica en sus primeros días. Los migrantes enviados a estas dos naciones centroamericanas fueron al menos recibidos como solicitantes de asilo.
En el caso de El Salvador, lo que debería ser una simple deportación se convierte en una transferencia de prisioneros, similar al traslado de internos de una cárcel a otra dentro del territorio estadounidense. Esto ocurre en un país donde el Estado de derecho ha sido desmantelado por Bukele y su estado de excepción permanente, que tiene 3 años.
El centro de esta estrategia es la crueldad autoritaria del régimen salvadoreño. Bajo el régimen de excepción vigente desde 2021, los migrantes que llegan a El Salvador pueden ser encarcelados sin juicio, bajo cargos infundados de terrorismo o crimen organizado. Las palabras de un funcionario, o incluso del propio presidente, bastan para justificar una detención indefinida, sin necesidad de evidencia ni proceso judicial
Este modelo ya ha sido probado con ciudadanos estadounidenses de origen salvadoreño, quienes permanecen detenidos sin cargos formales en cárceles salvadoreñas. Organizaciones de derechos humanos en Estados Unidos han descrito estas prisiones como centros de tortura y condiciones inhumanas. Investigaciones del periódico El Faro revelan que, con las visitas prohibidas, las familias deben sobornar a abogados o empleados del sistema penitenciario para poder ver a sus seres queridos.
La “prueba piloto” de esta internacionalización del gulag salvadoreño fue la deportación errónea del inmigrante salvadoreño Kilmar Abrego y el envío masivo de venezolanos. Bukele llegó a calificar públicamente a Abrego de “terrorista”.
Trump ha comprobado que la vía legal es lenta y, muchas veces, ineficaz. Aunque la Corte Suprema ordenó el regreso de Abrego a Estados Unidos, la administración Trump ha utilizado tecnicismos para retrasar o evadir las decisiones de los tribunales federales.
Así como George W. Bush convirtió la base de Guantánamo en el símbolo de su “guerra contra el terrorismo” tras los atentados del 11 de septiembre, Trump pretende hacer de El Salvador el rostro internacional de su política migratoria. Pero, a diferencia de Bush, Trump no busca revestir su estrategia de justificación legal o moral alguna. Por el contrario, Estados Unidos ha replicado y promovido los videos de propaganda producidos por el gobierno de Bukele, donde se muestra el trato cruel a migrantes venezolanos, incluyendo a un solicitante de asilo que trabajaba como estilista en E. U.
Por ahora, el gulag salvadoreño devora a salvadoreños y venezolanos. Pero no sería sorprendente que en el futuro comience a engullir a nacionales de otros países latinoamericanos. Un gulag como el que Bukele ambiciona necesita carne humana –y las migajas de legitimidad y financiamiento que le arroja Washington.
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