Nayib bukele has won over many aspiring autocrats with his combination of charm and disrespect for the rule of law. On April 14th that heady mixture was on display for his counterpart in the United States, Donald Trump. During a meeting in the Oval Office, El Salvador’s president beamed as he asked why the media were not reporting Mr Trump’s “remarkable” work at the border. He assured Mr Trump that the women in his cabinet had not been hired in the name of diversity, equality and inclusion. Mr Trump chuckled and called him “a great friend”. Their bromance is theatrical. Its consequences are not.
The 43-year-old Mr Bukele has long been influential within the maga movement for his tough stance on crime and flashy use of social media. He is now one of Mr Trump’s most useful allies. Since March the Trump administration has deported hundreds of people—mostly Venezuelans it alleges to be members of Tren de Aragua, a gang—to El Salvador. Many were expelled under the Alien Enemies Act, a rarely used law passed in 1798. Mr Bukele has placed them in his Terrorism Confinement Centre, a “mega-prison” built to hold domestic gang members.
This arrangement is being challenged in courts in the United States. Human Rights Watch, an ngo, says 238 Venezuelans have been arbitrarily detained. There is no evidence that more than a few of them are the violent criminals that Mr Trump says they are. Just 5% have been charged with serious crimes, according to Bloomberg. Though the us Supreme Court has allowed the Trump administration to invoke the Alien Enemies Act, it ruled that deportees must be given an opportunity to contest their removal. So far, none has.
Take the case of Kilmar Abrego Garcia, a Salvadorean resident of Maryland. American officials argue that they cannot “facilitate” his return to the us, as ordered by the Supreme Court, despite acknowledging that he was deported by mistake. Mr Bukele’s response was similarly defiant. Asked if he would send him back, he said he would not “smuggle a terrorist into the United States”. (That is a vague allegation that has not been tested in court.)
There are few legal constraints, if any, in El Salvador. Since taking office in 2019, Mr Bukele has stacked the courts, eliminated bodies which might check his power and won control of the national assembly. Stacked with Mr Bukele’s allies, the Supreme Court reinterpreted the constitution to permit his re-election in 2024.
Despite this allergy to oversight, Mr Bukele is hugely popular thanks to his crackdown on gangs. El Salvador’s murder rate was already falling when he was elected, but has since plummeted from 51 per 100,000 in 2018 to just 1.9 in 2024. But the price has been a three-year state of emergency and the highest incarceration rate in the world, in some of its grimmest prisons. “There are thousands of Kilmars in El Salvador,” says Noah Bullock of Cristosal, a human-rights ngo in San Salvador, El Salvador’s capital.
Mr Bukele relishes helping Mr Trump to flout the law. When an American judge ordered the return of a planeload of deported people, Mr Bukele posted, “Oopsie… too late,” on X, a social-media platform. There’s money involved, too. The Trump administration is paying El Salvador $6m to hold those deported.
Mr Bukele may want an exemption from the 10% tariffs that Mr Trump has put on most countries’ exports to the United States. He may also want to preserve Salvadoreans’ Temporary Protected Status (tps), which allows them to stay in the United States without a visa. Most important, Mr Bukele likes the publicity.
El Salvador’s role as America’s jailor may expand. Mr Trump has talked of helping Mr Bukele build more prisons. At the Oval Office Mr Bukele told Mr Trump he is “eager to help” with America’s “crime problem” and its “terrorism problem”. He has offered to hold American prisoners in El Salvador, as well as deported foreigners. Mr Trump has said he “loves” the idea, though admits it may be legally tricky.
Officials in Washington may yet find workarounds. According to Politico, a news outlet, Erik Prince, who founded a military contractor, Blackwater, has suggested that Mr Trump could designate prisons in El Salvador as American territory. That would enable the Trump administration to claim that transfers to those prisons would not amount to deportation or extradition.
Mr Bukele said he had been criticised for locking up too many people, but that in doing so he “actually liberated millions”. Mr Trump, he said, has 350m Americans to liberate. With Mr Bukele’s help, Mr Trump is now testing how far borders—and the law—can be bent to that end.
The Economist: https://www.economist.com/the-americas/2025/04/16/nayib-bukele-provides-donald-trump-with-a-legal-black-hole
Nayib Bukele proporciona a Donald Trump un agujero negro legal
Nayib Bukele se ha ganado a muchos aspirantes a autócratas con su combinación de encanto y desprecio por el Estado de derecho. El 14 de abril, esa potente mezcla se exhibió ante su homólogo en Estados Unidos, Donald Trump. Durante una reunión en el Despacho Oval, el presidente de El Salvador sonreía radiante mientras preguntaba por qué los medios no informaban sobre el “notable” trabajo de Trump en la frontera. Aseguró a Trump que las mujeres de su gabinete no habían sido contratadas en nombre de la diversidad, la igualdad y la inclusión. Trump rio entre dientes y lo llamó “un gran amigo”. Su bromance es teatral. Sus consecuencias no lo son.
Bukele, de 43 años, ha sido influyente durante mucho tiempo dentro del movimiento MAGA por su mano dura contra la delincuencia y su llamativo uso de las redes sociales. Ahora es uno de los aliados más útiles de Trump. Desde marzo, la administración Trump ha deportado a cientos de personas —en su mayoría venezolanos que alega son miembros del Tren de Aragua, una pandilla— a El Salvador. Muchos fueron expulsados bajo la Ley de Enemigos Extranjeros, una ley poco utilizada aprobada en 1798. Bukele los ha recluido en su Centro de Confinamiento del Terrorismo, una “megacárcel” construida para albergar a pandilleros locales.
Este acuerdo está siendo impugnado en los tribunales de Estados Unidos. Human Rights Watch, una ONG, dice que 238 venezolanos han sido detenidos arbitrariamente. No hay pruebas de que más que unos pocos sean los criminales violentos que Trump dice que son. Solo el 5 % ha sido acusado de delitos graves, según Bloomberg. Aunque la Corte Suprema de Estados Unidos ha permitido a la administración Trump invocar la Ley de Enemigos Extranjeros, dictaminó que los deportados deben tener la oportunidad de impugnar su expulsión. Hasta ahora, ninguno la ha tenido.
Tomemos el caso de Kilmar Abrego García, un residente salvadoreño de Maryland. Funcionarios estadounidenses argumentan que no pueden “facilitar” su regreso a EE. UU., como ordenó la Corte Suprema, a pesar de reconocer que fue deportado por error. La respuesta de Bukele fue igualmente desafiante. Cuando se le preguntó si lo enviaría de regreso, dijo que no “introduciría clandestinamente a un terrorista en Estados Unidos”. (Esa es una acusación vaga que no ha sido probada en los tribunales).
Hay pocas restricciones legales, si es que hay alguna, en El Salvador. Desde que asumió el cargo en 2019, Bukele ha copado los tribunales, eliminado instituciones de contrapeso a su poder y ganado el control de la Asamblea Legislativa. Llena de aliados de Bukele, la Corte Suprema de Justicia reinterpretó la Constitución para permitir su reelección en 2024.
A pesar de esta aversión al escrutinio, Bukele es enormemente popular gracias a su mano dura contra las pandillas. La tasa de homicidios de El Salvador ya estaba disminuyendo cuando fue elegido, pero desde entonces se ha desplomado de 51 por cada 100,000 habitantes en 2018 a solo 1.9 en 2024. Pero el precio ha sido un estado de emergencia de tres años y la tasa de encarcelamiento más alta del mundo, en algunas de sus prisiones más sombrías. “Hay miles de Kilmars en El Salvador”, dice Noah Bullock de Cristosal, una ONG de derechos humanos en San Salvador, la capital de El Salvador.
Bukele disfruta ayudando a Trump a burlar la ley. Cuando un juez estadounidense ordenó el regreso de un avión lleno de deportados, Bukele publicó: “Oopsie… too late”, en X, una plataforma de redes sociales. También hay dinero involucrado. La administración Trump está pagando a El Salvador 6 millones de dólares por mantener a los deportados.
Bukele podría querer una exención de los aranceles del 10 % que Trump ha impuesto a las exportaciones de la mayoría de los países a Estados Unidos. También podría querer preservar el Estatus de Protección Temporal (TPS) de los salvadoreños, que les permite permanecer en Estados Unidos sin visa. Lo más importante es que a Bukele le gusta la publicidad.
El papel de El Salvador como carcelero de Estados Unidos podría ampliarse. Trump ha hablado de ayudar a Bukele a construir más prisiones. En el Despacho Oval, Bukele le dijo a Trump que está “ansioso por ayudar” con el “problema de criminalidad” y el “problema de terrorismo” de Estados Unidos. Ha ofrecido albergar a prisioneros estadounidenses en El Salvador, así como a extranjeros deportados. Trump ha dicho que “le encanta” la idea, aunque admite que puede ser legalmente complicado.
Los funcionarios en Washington aún podrían encontrar subterfugios legales. Según Politico, un medio de comunicación, Erik Prince, fundador de la contratista militar Blackwater, ha sugerido que Trump podría designar prisiones en El Salvador como territorio estadounidense. Eso permitiría a la administración Trump afirmar que los traslados a esas prisiones no equivaldrían a deportación o extradición.
Bukele dijo que había sido criticado por encarcelar a demasiadas personas, pero que al hacerlo “en realidad liberó a millones”. Trump, dijo, tiene 350 millones de estadounidenses que liberar. Con la ayuda de Bukele, Trump ahora está probando hasta dónde se pueden forzar las fronteras —y la ley— para ese fin.
The Economist: https://www.economist.com/the-americas/2025/04/16/nayib-bukele-provides-donald-trump-with-a-legal-black-hole