US-El Salvador in the Short Term — EE. UU. y El Salvador al corto plazo

Apr 10, 2025

Today, all of El Salvador loses (foreign trade, families receiving remittances) and the prison business falters as the US Supreme Court rules that any person subject to expulsion must be notified that they are subject to the law and have the opportunity to have their deportation reviewed, a right to Due Process that Bukele denies to tens of thousands of innocent civilians, with no criminal ties, imprisoned under the state of exception. — Hoy, todo El Salvador pierde (el comercio exterior, familias que reciben remesas) y el negocio carcelario se tambalea al resolver la Corte Suprema de EE. UU. que toda persona susceptible de expulsión tiene que ser notificada de que está sujeta a la ley y cuenta con la oportunidad de que se revise su deportación, derecho al Debido Proceso que Bukele niega a decenas de miles de civiles inocentes, sin nexos criminales, encarcelados bajo el régimen de excepción

Thucydides’ “History of the Peloponnesian War,” as well as the works of our contemporary Professor Charles Tilly, particularly “Coercion, Capital, and European States, AD 990-1990,” continue to confirm for me that wars strongly influence the formation of states, although only in recent centuries have major upheavals led to democratic societies. Monarchies still exist in Europe; however, kings are no longer relevant political actors.

The Cold War and the civil war in El Salvador embodied the Greek historian’s profound observation: “The strong do what they can and the weak suffer what they must.” The core meaning of democracy, equity, human rights, the International Criminal Court, and environmental protection lies in this point: that the actions of the strong should empower the weak so they cease to be weak and suffer no more.

This transition is what occurred for the US and El Salvador between 1989 and 1992, between the negotiations and the Peace Accords. Before that, Democratic and Republican administrations misused their power in key episodes in El Salvador. The thirty-first president, Herbert Hoover—a Republican—did not take a strong stance against the December 1931 coup d’état against the civilian and liberal government of Arturo Araujo, who was sincerely inspired by the British Labour agenda to implement social reforms in an El Salvador of one and a half million inhabitants. Amid the developing global crisis—preceded by protectionism and US tariffs on 25,000 imported goods that led to the stock market crash of October 1929—the next president, Democrat Franklin Roosevelt, compounded the error and recognized Maximiliano Hernández Martínez in 1935 after rigged elections in which he was the sole candidate.

Not repeating that mistake was what interim Ambassador Jean Manes did on September 21, 2021, when lawmakers loyal to Nayib Bukele had dismissed the Supreme Court magistrates and the Attorney General, replacing them with loyalists to fabricate approval for his re-election and break the constitutional principle of alternation in power. That morning, Manes announced sanctions (Engel List) against the architects of the re-election bid and questioned before the press:

“What are we seeing now? It is a decline in their democracy.”

Minutes later, on social media, Bukele called himself “Dictator of El Salvador,” but his apparent joke concealed the decision to perpetuate himself in power.

The alert remained active in Washington D.C. In July 2022, during William Duncan’s Senate confirmation hearing, Senator Marco Rubio—now Secretary of State—stated:

“Bukele doesn’t seem concerned about US foreign policy towards his country; he has criticized it and mocked other Western institutions.”

Another senator added:

“Hitler was popular. Putin is popular in Russia. But that doesn’t mean that when a person is popular in their country, we don’t pressure them hard on democracy and human rights violations.”

Duncan responded to the senators:

“Bukele has been responsible for alarming setbacks in democratic governance: undermining judicial independence, intimidating opposition lawmakers with security forces to occupy the Assembly, negotiating political pacts with gangs, attacking journalists and media outlets.”

Duncan was confirmed as ambassador without being instructed to use the full power of his nation to halt the dismantling of democracy in El Salvador. On the contrary, he recognized the “transfer” of power to himself that Bukele staged last June. A great opportunity missed by Biden, like Roosevelt with the dictator Martínez. The Trump Administration has extended recognition at the cost of the prison offer—violating international law and the Salvadoran Constitution—that Rubio received during his visit to Bukele. What a paradox!

Later, Undersecretary Joseph Salazar simplified the payment-for-prison arrangement as the short-term focus:

“it was not a negotiation, it was not a quid pro quo or any kind of deal. There is no preferential treatment regarding illegal immigration in the US.”

Nor was there tariff mercy or new investments, which are of national interest; only the transfer of “El Greñas” and a White House audience for Bukele.

Today, all of El Salvador loses—foreign trade, families receiving remittances—and the prison business falters as the US Supreme Court rules that any person subject to expulsion must be notified that they are subject to the law and have the opportunity to have their deportation reviewed, a right to Due Process that Bukele denies to tens of thousands of innocent civilians, with no criminal ties, imprisoned under the state of exception. Meanwhile, “El Crook” and the MS-13 leadership face legal proceedings in New York. What’s next?

Salvadoran political scientist, specialist in international relations

EDH: https://www.elsalvador.com/opinion/editoriales/deportacion-deportados-balances-politicos-/1211540/2025/

EE. UU.-El Salvador al corto plazo

“La Historia del Peloponeso” de Tucídides, así como las obras de nuestro contemporáneo el profesor Charles Tilly en particular “Coerción, capital y los Estados europeos, 990-1990”, me siguen confirmando que las guerras inciden poderosamente en la formación de los Estados, aunque hasta en los últimos siglos las grandes convulsiones derivaron en sociedades democráticas. En Europa aún existen monarquías; sin embargo, los reyes ya no son actores políticos relevantes.

La Guerra Fría y la guerra civil en El Salvador encarnaron la profunda observación del historiador griego: “Los fuertes hacen lo que pueden y los débiles sufren lo que deben”. El sentido toral de la democracia, la equidad, los derechos humanos, la Corte Penal Internacional, la protección al medio ambiente, reside en ese punto: que la acción de los fuertes propicie que los débiles dejen de serlo y no sufran más.

Esa transición es lo que ocurrió para EE. UU. y El Salvador entre 1989 y 1992, entre las negociaciones y los Acuerdos de Paz. Atrás, gobiernos demócratas y republicanos utilizaron su poder equívocamente en episodios claves de El Salvador. El trigésimo primer presidente Herbert Hoover -republicano- no se posicionó enérgicamente ante el golpe de Estado de diciembre de 1931 contra el gobierno civilista y liberal de Arturo Araujo, quien se inspiró sinceramente en la agenda laborista británica para ejecutar reformas sociales en un El Salvador de millón y medio de habitantes. En el desarrollo de la crisis mundial -precedida por el proteccionismo y los aranceles en EE. UU. contra 25 mil bienes importados que desembocaron en el colapso de la Bolsa de octubre de 1929- el siguiente presidente, el demócrata Franklin Roosevelt, profundizó el error y reconoció a Maximiliano Hernández Martínez en 1935 tras elecciones amañadas en las que fue el único candidato.

No repetir ese error fue lo que hizo la embajadora interina Jean Manes aquel 21 de septiembre de 2021 cuando los diputados a la orden de Nayib Bukele habían destituido a los magistrados de la Corte Suprema y al Fiscal General, reemplazándolos por leales para que le fabricaran un aval de reelección y romper el principio constitucional de la alternancia. Esa mañana, Manes anunció sanciones (Lista Engel) contra los inventores de la reelección y se cuestionaba ante la prensa:

“¿Qué estamos viendo ahora? Es un declive de su democracia”.

Minutos después, en una red social, Bukele se autodenominó “Dictador de El Salvador” pero su aparente chiste albergaba la decisión de perpetuarse en el poder.

La alerta siguió viva en Washington D.C. En julio de 2022, durante la audiencia en el Senado para William Duncan, el senador Marco Rubio -ahora Secretario de Estado- afirmó:

“A Bukele parece que no le preocupa la política exterior de EE. UU. hacia su país, la ha criticado y se ha burlado de otras instituciones occidentales”.

Otro senador complementó:

“Hitler era popular. Putin es popular en Rusia. Pero eso no significa que cuando una persona es popular en su país no la presionemos fuerte sobre la democracia y las violaciones a los derechos humanos”.

Duncan contestó a los senadores:

“Bukele ha sido el responsable de alarmantes retrocesos en gobernanza democrática: socavando la independencia judicial, intimidando diputados de oposición con fuerzas de seguridad para ocupar la Asamblea, negociando pactos políticos con pandillas, atacando periodistas y medios”.

Duncan fue ratificado como embajador sin ser instruido de frenar con todo el poder de su nación el desmantelamiento democrático en El Salvador, por el contrario, reconoció el “traspaso” de poder a sí mismo que escenificó Bukele en junio pasado. Una gran oportunidad perdida por Biden, como Roosevelt con el dictador Martínez. La Administración Trump ha extendido el reconocimiento a costa de la oferta carcelaria -violatoria de la ley internacional y la Constitución salvadoreña- que Rubio recibió en su visita a Bukele. ¡Vaya paradoja!

Luego, el subsecretario Joseph Salazar simplificó el pago por cárcel como el eje de corto plazo:

“no fue una negociación, no se trató de un quid pro quo ni de ningún tipo de acuerdo. No existe un trato preferencial con respecto a la inmigración ilegal en EE. UU.”.

Tampoco misericordia arancelaria ni inversiones nuevas, que son de interés nacional; sólo el traslado de “El Greñas” y una audiencia en la Casa Blanca para Bukele.

Hoy, todo El Salvador pierde -el comercio exterior, familias que reciben remesas- y el negocio carcelario se tambalea al resolver la Corte Suprema de EE. UU. que toda persona susceptible de expulsión tiene que ser notificada de que está sujeta a la ley y cuenta con la oportunidad de que se revise su deportación, derecho al Debido Proceso que Bukele niega a decenas de miles de civiles inocentes, sin nexos criminales, encarcelados bajo el régimen de excepción. Mientras, “El Crook” y la ranfla MS-13 siguen su proceso judicial en New York. ¿Qué sigue?

Politólogo salvadoreño, especialista en relaciones internacionales

EDH: https://www.elsalvador.com/opinion/editoriales/deportacion-deportados-balances-politicos-/1211540/2025/