Why do churches get involved in the matter of mining?  — ¿Por qué se involucran las iglesias en el tema de la minería?

Mar 30, 2025

For Christians, protecting creation is not just an ecological issue but also an act of love for one’s neighbor. Any environmental degradation brings direct consequences for the health, well-being, and quality of life of those who have fewer resources to adapt or recover. — Para los cristianos, proteger la creación no solo es una cuestión de ecología, sino también un acto de amor al prójimo. Todo deterioro ambiental conlleva consecuencias directas en la salud, el bienestar y la calidad de vida de quienes tienen menos recursos para adaptarse o recuperarse.

The churches’ concern for the environment is not new, nor is it the product of partisan political motivations. In 2017, churches led the effort to achieve a ban on metal mining in El Salvador. It is only natural that now, when this achievement has been dismantled, they once again express their concern and continue their struggle, which is grounded in deep theological, ethical, and social convictions.

One of the foundations that undergird Christians’ interest in the environment is the concept of stewardship of creation. According to the Genesis account, “Then the LORD God took the man and put him in the garden of Eden to cultivate it and to keep it.” The Christian understanding of that passage is that human beings must act as stewards of creation, protecting and caring for the earth for future generations. This idea underscores each believer’s responsibility before God for the state of the environment. Taking care of nature is, at its core, an act of spirituality, faith, and obedience.

For Christians, protecting creation is not only a matter of ecology but also an act of love for one’s neighbor. All environmental deterioration has direct consequences for the health, well-being, and quality of life of those who have fewer resources to adapt or recover. Thus, environmental commitment becomes, for churches, a moral mandate of equity and solidarity, where caring for nature is a way of reaching out to those in need. Environmental degradation does not affect everyone in the same way. The consequences of pollution, water contamination, and loss of biodiversity disproportionately impact the most vulnerable and marginalized communities. Aware of these facts, churches embrace the commitment to love their neighbor by defending the environment.

But there is also an ethical dimension that urges Christians to get involved in the issue of mining. They view indifference in the face of ecosystem degradation as a moral negligence that contradicts the principles of love and care for the vulnerable. They do more than just pray; they act, practically fulfilling the commandment of love. This perspective sees harming the environment as tantamount to scorning God’s gift to humanity. Therefore, the commitment to preserving the integrity of the environment stands as an ethical imperative: it is a Christian responsibility to act proactively to protect natural resources, as a sign of gratitude and faithfulness to the Creator.

In addition, environmental protection is part of the Great Commission to bring the good news to all humanity. Caring for creation is a way of bearing witness to God’s love and justice in a world marked by environmental and social crises. By getting involved in initiatives to defend water and biodiversity, churches set a concrete example of how faith translates into transformative actions for the common good and justice. It thus becomes a form of evangelism based on praxis, allowing churches to draw near to those threatened by mining, accompany them, and offer encouragement. No one doubts that evangelism is the churches’ task; environmental protection is a form of evangelism based more on deeds than on words.

In short, the involvement of churches in the matter of mining is rooted in biblical principles and in a sincere commitment to justice and the common good. Given the scientific evidence about the serious risks of mining in a country like El Salvador—where there is low gold density and a water crisis—churches have come to view environmental protection as an urgent priority. Far from being a political or merely cultural stance, it is founded on the conviction that caring for the environment means caring for God’s handiwork, a call to responsible stewardship that transcends divisions and aims at the well-being of the entire population. It is an effort to live out Christian values coherently, promoting a more just, sustainable, and compassionate society.

Senior Pastor of Misión Cristiana Elim (Elim Christian Mission).

EDH: https://www.elsalvador.com/opinion/editoriales/mineria-/1209390/2025/

¿Por qué se involucran las iglesias en el tema de la minería?

La preocupación de las iglesias por el medio ambiente no es nueva y tampoco es el producto de motivaciones políticas partidarias. En 2017 fueron las iglesias quienes abanderaron el esfuerzo para lograr la prohibición de la minería metálica en El Salvador. Es natural que hoy, cuando tal logro ha sido desmantelado, vuelvan a manifestar su preocupación y su lucha, la cual, se fundamenta en profundas convicciones teológicas, ética y sociales.

Uno de los fundamentos que sustentan el interés cristiano por el medio ambiente es el concepto de la mayordomía de la creación. Según el relato del Génesis «Dios el Señor tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara». La interpretación cristiana de ese relato es que los seres humanos deben actuar como administradores de la creación, debiendo proteger y cuidar la tierra para las futuras generaciones. Esta idea subraya la responsabilidad de cada creyente ante Dios por el estado del medio ambiente. Cuidar la naturaleza es, en esencia, un acto de espiritualidad, fe y obediencia.

Para los cristianos, proteger la creación no solo es una cuestión de ecología, sino también un acto de amor al prójimo. Todo deterioro ambiental conlleva consecuencias directas en la salud, el bienestar y la calidad de vida de quienes tienen menos recursos para adaptarse o recuperarse. De esta manera, el compromiso ambiental se transforma para las iglesias en un mandato moral de equidad y solidaridad, donde cuidar la naturaleza es una forma de tender la mano a los necesitados. La degradación ambiental no afecta a todas las personas de la misma manera. Las consecuencias de la contaminación, el envenenamiento del agua y la pérdida de la biodiversidad impactan de manera desproporcionada a las comunidades más vulnerables y marginadas. Conociendo estos hechos, las iglesias adoptan el compromiso de amar al prójimo a través de la defensa del medioambiente.

Pero también existe una dimensión ética que impulsa a los cristianos a involucrarse en el tema de la minería. La indiferencia frente a la degradación de los ecosistemas la consideran una negligencia moral que contradice los principios de amor y cuidado hacia los vulnerables. No se limitan a orar, actúan y cumplen prácticamente el mandamiento del amor. Esta perspectiva ve el daño ambiental equivalente a despreciar el regalo de Dios para la humanidad. Por tanto, el compromiso con la integridad del medio ambiente se erige como un imperativo ético: es una responsabilidad cristiana actuar de manera proactiva para proteger los recursos naturales, como muestra de gratitud y fidelidad al creador.

Además, la protección ambiental es parte de la Gran Comisión de llevar las buenas nuevas a la humanidad. El cuidado de la creación es una forma de testificar del amor y la justicia de Dios en un mundo marcado por crisis ambientales y sociales. Al comprometerse con iniciativas de defensa del agua y la biodiversidad, las iglesias dan un ejemplo concreto de cómo la fe se traduce en acciones transformadoras a favor del bien común y la justicia. Se trata entonces de una evangelización basada en la praxis que sirve para acercarse a aquellas personas amenazadas por la minería para acompañarlas y llevarles aliento. Nadie pone en duda que la evangelización es la tarea de las iglesias; la protección ambiental es una forma de evangelización basada en hechos más que en palabras.

En definitiva, el involucramiento de las iglesias en el tema de la minería está enraizado en principios bíblicos y en un compromiso sincero con la justicia y el bienestar común. Con las evidencias científicas sobre los graves riesgos de la minería en un país con las condiciones de El Salvador, con baja densidad de oro y crisis hídrica, las iglesias han pasado a ver la protección ambiental como una prioridad urgente. Lejos de tratarse de una postura política o meramente cultural, se fundamenta en la convicción de que cuidar el medio ambiente es cuidar la obra de Dios, un llamado a la mayordomía responsable que trasciende las divisiones y se orienta hacia el bienestar de toda la población. Es un esfuerzo por vivir de manera coherente los valores cristianos que promueven una sociedad más justa, sostenible y solidaria.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

EDH: https://www.elsalvador.com/opinion/editoriales/mineria-/1209390/2025/