The Lost Miracle — El milagro extraviado

Mar 7, 2025

The promised paradise has been swallowed by corruption and the ruin of public finances. It will take at least another three years to reach some measure of financial stability. Meanwhile, ordinary citizens will bear heavier tax burdens than the rich, with decreasing access to public services. — El paraíso prometido se lo tragó la corrupción y el desastre de las finanzas públicas. Al menos habrá que aguardar tres años para alcanzar cierta estabilidad financiera. Mientras tanto, las mayorías pagarán muchos más impuestos que los ricos y cada vez tendrán menos acceso a los servicios públicos.

The $1.4 billion bailout from the IMF reveals the long path the country must travel to achieve the “economic miracle” promised by Bukele. The loan is unavoidable to contain the imminent explosion of the debt crisis and could, in turn, unlock another $2.1 billion from multilateral lenders. In addition to exposing financial chaos, the agreement imposes a heavy burden on a population already carrying significant hardships. Personally, Bukele’s honor is tarnished.

Since taking office in 2019, Bukele has not only kept the country on the verge of default but also deepened this risk through rising public debt and the absence of investment in productive infrastructure. Throughout these years, he has managed public finances with astonishing carelessness. In 2024, he accelerated the rate of indebtedness, surpassing 90 percent of GDP while real economic growth declined. The reckless 30 percent increase in pensions in 2023 is unsustainable in the short term. Rising debt resulted in extremely high interest rates, compounded by a massive fiscal deficit. The dismantling of judicial independence, along with the persecution of opposition leaders and critical media, aggravated the crisis—in short, the climate created by Bukele drove investors away.

This irrational enthusiasm for cryptocurrencies is closely tied to the collapse of public finances. Bukele declared Bitcoin legal tender and promised to circumvent conventional capital markets, deliver financial services to the two-thirds of adults excluded from the banking system, reduce the cost of remittances (which, in the first seven months of 2024, accounted for roughly half the value of imports), generate billions of dollars through issuing crypto-bonds via a multinational, build a crypto-city, and develop geothermal energy to serve cryptocurrency miners. Yet traditional financial markets didn’t buy into Bukele’s dreams. National bonds depreciated, and as the government began delaying public sector wage payments, investors withdrew even further.

If debt is high and both investment and GDP growth languish, borrowing at 12 percent, as Bukele did early last year, is unsustainable. By delaying the IMF bailout and clinging to the cryptocurrency experiment, he maintained high risk premiums and the threat of default seemed imminent. The risks of bank runs, financial contagion, and even de-dollarization were real, given that local deposits are partially backed by government debt.

Disaster was avoided because Bukele took responsibility for the debt; he used what little cash reserves remained to buy back bonds at considerable discounts, saving a significant portion of the principal repayment. Additionally, the country benefited from a reduced fiscal deficit and cutbacks in tax evasion, coupled with remittance inflows and slight economic growth. However, without the IMF bailout, survival was improbable. The returns from cryptocurrency investments and “crypto-tourism,” two of his largest bets, have proved insignificant.

In the end, the IMF was the only available option. Negotiations took several years because the Fund demanded fiscal discipline, lifting classified information restrictions, and—above all—abandoning Bitcoin (perhaps Bukele’s most resounding failure). Rejection of the cryptocurrency had already become a reality. The mistake lies with Bukele and his crypto-activist allies, who failed to account for the limited size of the formal economy and the population’s low level of digital proficiency. Their obsession made them impatient, leading them into improvisation and failure.

This recklessness produced more losses than gains. Bukele’s cryptocurrency project cost around $375 million, a sum far exceeding any profits made, profits which, moreover, could evaporate at any moment. It is widely recognized that volatility poses a risk to financial and fiscal stability. Reluctantly, Bukele initially agreed to suspend Bitcoin transactions. But this commitment quickly faded, as Bukele rushed to challenge the IMF. Constancy is hardly his most prominent virtue. It remains to be seen how much indiscipline the IMF will tolerate as it anxiously attempts to orchestrate a successful program.

The promised paradise has been swallowed by corruption and the ruin of public finances. It will take at least another three years to reach some measure of financial stability. Meanwhile, ordinary citizens will bear heavier tax burdens than the rich, with decreasing access to public services. Cryptocurrencies have not paved the way to Bukele’s promised “economic miracle.” His most promising bets have deflated upon confronting reality (see The Economist, “El Salvador’s wild crypto experiment ends in failure. Its curtailment is the price of an IMF bail-out. And one worth paying,” March 2, 2025).

* Rodolfo Cardenal, Director of the Centro Monseñor Romero.

UCA: https://noticias.uca.edu.sv/articulos/el-milagro-extraviado

El milagro extraviado

El rescate de 1,400 millones de dólares del FMI desvela el largo camino que el país tendrá que recorrer para llegar al “milagro económico” anunciado por Bukele. El préstamo es inevitable para contener la inminente explosión de la crisis de la deuda. De paso, puede desbloquear otros 2,100 millones de dólares de prestamistas multilaterales. Además de dejar en evidencia el caos financiero, el acuerdo impone una pesada carga sobre unas mayorías que ya arrastran bastantes penurias. Personalmente, el honor de Bukele sale escarnecido.

Desde 2019, cuando llegó al poder, no solo ha mantenido al país al borde de la mora, sino que también profundizó ese riesgo con el aumento de la deuda pública y la falta de inversión en infraestructura productiva. Durante todos estos años, ha administrado las finanzas con una ligereza sorprendente. En 2024, aceleró el ritmo del endeudamiento, que superó el 90 por ciento del PIB, mientras el crecimiento económico real disminuía. El aumento insensato del 30 por ciento de las pensiones en 2023 es inviable a corto plazo. El crecimiento de la deuda implicó intereses muy altos, todo ello exacerbado por un enorme déficit fiscal. La supresión de la independencia judicial y la persecución de la oposición y los medios de comunicación críticos contribuyeron con la crisis: el clima creado por Bukele ahuyentó a los inversionistas.

El entusiasmo irracional con las criptomonedas tiene mucho que ver con la debacle de las finanzas públicas. Declaró el bitcoin moneda de curso legal y prometió evitar los mercados convencionales de capital, dar servicios financieros a las dos terceras partes de los adultos fuera del sistema bancario, reducir el costo de las remesas (que en los primeros siete meses de 2024 representaron alrededor de la mitad del valor de las importaciones), generar miles de millones de dólares con la emisión de bonos criptográficos emitidos por una multinacional, construir una criptociudad y desarrollar energía geotérmica para los mineros de criptomonedas. Pero los mercados tradicionales no compraron los sueños de Bukele. Los bonos nacionales se depreciaron y cuando comenzó a retrasar el pago de los salarios del sector público, los inversionistas se replegaron más aún.

Si la deuda es elevada y la inversión y el crecimiento del PIB languidecen, prestar al 12 por ciento, tal como hizo Bukele a comienzos del año pasado, es insostenible. Al retrasar el rescate del FMI y al aferrarse al experimento criptográfico mantuvo alta la prima de riesgo y el peligro de mora parecía inminente. El riesgo de una estampida bancaria y de un contagio financiero, incluso de desdolarización, era real, porque los depósitos locales están respaldados parcialmente por la deuda gubernamental.

El escollo se evitó porque Bukele se hizo cargo de la deuda; echó mano de los pocos dólares que tenía para recomprar bonos con un buen descuento, lo cual ahorró buena parte del pago principal. Y por otro lado, por la reducción del déficit y la evasión fiscal, las remesas y ligero crecimiento de la economía. Sin embargo, sin el rescate no tenía probabilidades de sobrevivir. Los resultados de la inversión en criptomonedas y en criptoturismo, dos de sus apuestas más grandes, han sido insignificantes.

Al final, la única salida era el FMI. La negociación duró varios años, porque el Fondo exigió disciplina fiscal, levantar la reserva de la información y, sobre todo, abandonar el bitcoin (quizás el fracaso más sonado de Bukele). El rechazo de la criptomoneda ya era una realidad. El error es de Bukele y sus socios criptoactivistas, que no tomaron en cuenta el reducido tamaño de la economía formal y la poca competencia digital de la gente. La obsesión les metió prisas, que los llevaron a improvisar y equivocarse.

La temeridad dejó más pérdidas que utilidades. El invento costó unos 375 millones de dólares, una suma que supera por mucho las ganancias que pueda haber producido, las cuales, además, pueden evaporarse en cualquier momento. Es de sobra conocido que su volatilidad es un riesgo para la estabilidad financiera y fiscal. Muy a su pesar, Bukele se comprometió, en principio, a suspender las transacciones en bitcoin. El compromiso duró poco, el desafío al FMI no se hizo esperar. La constancia no es su virtud más destacada. Está por verse cuánta indisciplina tolerará un FMI ansioso por un programa exitoso.

El paraíso prometido se lo tragó la corrupción y el desastre de las finanzas públicas. Al menos habrá que aguardar tres años para alcanzar cierta estabilidad financiera. Mientras tanto, las mayorías pagarán muchos más impuestos que los ricos y cada vez tendrán menos acceso a los servicios públicos. Las criptomonedas no conducen al “milagro económico” de Bukele. Sus apuestas más prometedoras se han desinflado al entrar en contacto con la realidad (ver The Economist, “El Salvador’s wild crypto experiment ends in failure. Its curtailment is the price of an IMF bail-out. And one worth paying”, 2 de marzo de 2025).

* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.

UCA: https://noticias.uca.edu.sv/articulos/el-milagro-extraviado