The tiny Central American nation of El Salvador has long been a U.S. ally. A snapshot of Secretary of State Marco Rubio’s visit with Salvadoran President Nayib Bukele last week shows the men smiling, out on a sunny deck in front of a beautiful lake. Rubio, wearing a suit without a tie, beams at someone off camera, with Bukele next to him in sunglasses, khakis and an unbuttoned shirt. The tableau exudes the casual rapport of close friends.
But let’s not fool ourselves. Bukele is not a friend who shares our values of respect for the rule of law or for basic freedoms. El Salvador can’t be a “safe third country” partner, accepting deportees from other nations, because it isn’t a safe country.
The big headline from Rubio’s trip to El Salvador was that Bukele had offered to take in deportees from other nations and also American convicts — for an undetermined fee. Rubio called it “an act of extraordinary friendship,” and President Donald Trump said he would jail Americans in El Salvador “in a heartbeat” if his government had the legal right to do it.
We’re not aware of any law or provision in our Constitution that would allow the United States to deport its own citizens. That the offer was floated publicly as a possibility worth contemplating should be shocking to all of us, regardless of how we feel about the current White House.
El Salvador has an obligation to accept its own citizens deported from the United States, but Bukele goes too far in offering its overcrowded prisons to house citizens from other nations. The demand for a fee, for one, shows that this isn’t a selfless act of friendship; it’s a business transaction dependent on a perverse incentive. Here is an impoverished nation of 6 million that has crammed its own prisons with its own people, now offering to take extra prisoners for payment that, according to Bukele, would make the prisons “sustainable.”
Gangs terrorized El Salvador for decades, and Bukele’s crackdown has been understandably popular with Salvadorans. Bukele took advantage of the pandemic to make his office’s broad emergency powers permanent, directing police to arrest people en masse, without due process. Caught in the net were career criminals as well as innocent, everyday Salvadorans who have been jailed on as little evidence as an anonymous allegation.
Bukele often publicizes the Center for the Confinement of Terrorism, a new maximum-security megaprison built by his government. We see far less of the country’s other prisons — unsanitary, overcrowded and beset with allegations of torture.
The Salvadoran official who oversees the prison system, Osiris Luna, appears on a State Department list of foreign corrupt and undemocratic actors, in his case involving government contracts and bribery. Luna has also been sanctioned by the U.S. Treasury Department for his role in covert negotiations with Salvadoran gang leaders to secure a truce between the gangs and the Bukele administration. When that truce fell apart in 2022, Bukele began his crackdown.
It is true that our allies don’t always reflect our values. But we should be wary of accepting an invitation to violate the rights of our own citizens as an “act of extraordinary friendship.”
Dallas Morning News: https://www.dallasnews.com/opinion/editorials/2025/02/09/be-wary-of-el-salvadors-extraordinary-act-of-friendship-to-trump/
Cuidado con el “acto de amistad extraordinaria” de El Salvador hacia Trump
La pequeña nación centroamericana de El Salvador ha sido durante mucho tiempo aliada de Estados Unidos. Una instantánea de la visita del secretario de Estado Marco Rubio con el presidente salvadoreño Nayib Bukele la semana pasada muestra a ambos sonrientes, al aire libre, frente a un hermoso lago. Rubio, con traje pero sin corbata, sonríe a alguien fuera de cámara, mientras que Bukele, a su lado, lleva gafas de sol, pantalones caqui y una camisa desabotonada. La escena transmite la relación informal propia de amigos cercanos.
Pero no nos engañemos. Bukele no es un amigo que comparta nuestros valores de respeto por el estado de derecho o las libertades básicas. El Salvador no puede ser un “tercer país seguro”, aceptando deportados de otras naciones, porque no es un país seguro.
El gran titular del viaje de Rubio a El Salvador fue que Bukele ofreció acoger a deportados de otros países y también a convictos estadounidenses, por un costo aún sin determinar. Rubio calificó esto como “un acto de amistad extraordinaria”, y el presidente Donald Trump dijo que encarcelaría estadounidenses en El Salvador “en un abrir y cerrar de ojos” si su gobierno tuviera el derecho legal de hacerlo.
No tenemos conocimiento de ninguna ley o disposición en nuestra Constitución que permita a Estados Unidos deportar a sus propios ciudadanos. El hecho de que la oferta se haya planteado públicamente como una posibilidad que vale la pena considerar debería ser impactante para todos, independientemente de lo que pensemos de la actual Casa Blanca.
El Salvador tiene la obligación de aceptar a sus propios ciudadanos deportados de Estados Unidos, pero Bukele va demasiado lejos al ofrecer sus cárceles sobrepobladas para albergar a ciudadanos de otras naciones. La demanda de un pago, para empezar, demuestra que no se trata de un acto desinteresado de amistad; es una transacción comercial sujeta a un perverso incentivo. Se trata de una nación empobrecida de 6 millones de habitantes que ya ha atiborrado sus propias cárceles con su propia gente, y ahora ofrece acoger prisioneros adicionales a cambio de un pago que, según Bukele, haría que las prisiones fueran “sostenibles”.
Las pandillas han aterrado a El Salvador durante décadas, y la represión de Bukele ha sido comprensiblemente popular entre los salvadoreños. Bukele aprovechó la pandemia para convertir en permanentes los amplios poderes de emergencia de su oficina, ordenando a la policía arrestar a personas de manera masiva, sin el debido proceso. Entre los detenidos se encuentran delincuentes de carrera, pero también salvadoreños comunes e inocentes que han sido encarcelados con tan solo una acusación anónima.
Bukele suele difundir imágenes del Centro de Confinamiento del Terrorismo, una nueva megacárcel de máxima seguridad construida por su gobierno. Vemos mucho menos de las otras cárceles del país: insalubres, abarrotadas y con denuncias de tortura.
El funcionario salvadoreño que supervisa el sistema penitenciario, Osiris Luna, aparece en una lista del Departamento de Estado de actores extranjeros corruptos y antidemocráticos, en su caso relacionado con contratos gubernamentales y soborno. Luna también ha sido sancionado por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos por su papel en negociaciones encubiertas con líderes de pandillas salvadoreñas para lograr una tregua entre las pandillas y la administración Bukele. Cuando dicha tregua se rompió en 2022, Bukele inició su represión.
Es cierto que no todos nuestros aliados reflejan siempre nuestros valores. Pero debemos ser cautelosos a la hora de aceptar una invitación a violar los derechos de nuestros propios ciudadanos como un “acto de amistad extraordinaria”.
Dallas Morning News: https://www.dallasnews.com/opinion/editorials/2025/02/09/be-wary-of-el-salvadors-extraordinary-act-of-friendship-to-trump/