The agreement to receive criminals in El Salvador’s prisons demonstrates “prepaid sovereignty,” raising the question of what is being received in return, says Ruth López, head of anti-corruption and justice at Cristosal.
According to the expert, El Salvador should secure a regular migratory status for Salvadorans abroad and recommends that, for each person received in the prisons, the government should obtain legal residence for Salvadorans working in the United States.
López recalls how gangs arose in the country, with deportees who had committed crimes in the United States and were already organized. She also believes that one must consider the pollution caused by the Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT) (Terrorism Confinement Center) in the nearby communities, which could increase with the incarceration of deported individuals.
López pointed out that El Salvador has 102 people incarcerated per 100,000 inhabitants, the highest incarceration rate in the world on average. This information has been compiled through official statements or social media posts by government leaders, since the information is classified.
The head of anti-corruption at Cristosal wonders whether El Salvador’s situation is so dire that prisons are the only thing the country has to offer. She suggests the government reassess if that is truly the only asset available.
On TVX, López also spoke about the projects of the Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID) (United States Agency for International Development) that were canceled when Donald Trump took office as U.S. president.
López points out that, although it was a presidential decision, other branches of government can take different measures, since many of those funds are managed by the executive branch but approved by the U.S. Congress.
Cristosal noted that some organizations may rely on USAID funding, but that does not mean these organizations will stop working on behalf of the people who benefited from those social programs.
Cristosal cuestiona negociaciones del gobierno para recibir deportados en cárceles
El acuerdo de recibir a criminales en las cárceles de El Salvador demuestra una “soberanía prepago” donde hay que preguntarse qué es lo que se está recibiendo a cambio, dice Ruth López, jefa anticorrupción y justicia de Cristosal.
Para la experta, El Salvador tendría que gestionar una condición migratoria regular para los salvadoreños en el exterior y recomienda que, por cada una de las personas que se recibirán en las cárceles, se gestione la permanencia de salvadoreños que trabajan en Estados Unidos.
López recuerda cómo surgieron las pandillas en el país, con deportados que habían cometido delitos en Estados Unidos y estaban organizados. También considera que se debe pensar en la contaminación que causa el Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT) en las comunidades que se encuentran en la zona, y que podría aumentar con el encarcelamiento de las personas deportadas.
Ruth López puntualizó que El Salvador tiene 102 personas encarceladas por cada 100,000 habitantes, la tasa más alta de población penitenciaria del mundo en promedio. Esta información se ha podido recopilar mediante declaraciones oficiales o publicaciones en redes sociales de los dirigentes del Estado, pues la información está reservada.
La jefa anticorrupción de Cristosal se pregunta si la situación de El Salvador es tan paupérrima que lo único que el país tiene que ofrecer son las cárceles. Sugiere al Gobierno revisar si eso es lo único que puede ofrecer.
Ruth López también se refirió en el programa de TVX a los proyectos de la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID) que se han visto cancelados con la llegada de Donald Trump a la presidencia estadounidense.
López señala que, aunque sea una decisión presidencial, hay otros poderes de Estado que pueden tomar otras decisiones, pues muchos de esos fondos son gestionados desde el Ejecutivo, pero son aprobados por el congreso estadounidense.
Cristosal señaló que pueden existir organizaciones que tengan una dependencia de fondos de USAID, pero eso no significa que las organizaciones dejarán de trabajar a favor de la gente que se veía beneficiada de esos programas sociales.