Pollution and pressure on water resources, along with social, economic, biodiversity, and human health impacts, are some of the risks associated with the reactivation of metallic mining, the Trinational Network for the Rescue of the Lempa River stated during a press conference on Friday.
The opposition to a potential reactivation of this activity in the country aligns with positions already expressed by entities such as the Unidad Ecológica Salvadoreña (UNES) and the Episcopal Conference of El Salvador, which issued a statement signed by eleven bishops of El Salvador and the archbishop of San Salvador, Monsignor José Luis Escobar Alas.
President Bukele has expressed desires for the country to resume this activity, banned by law since 2017, arguing that the country “potentially has the highest density gold deposits per km² (square kilometer) in the world.”
Studies conducted in only 4% of the potential area have identified 50 million ounces of gold, valued at $131,565 million, which equals 380% of El Salvador’s Gross Domestic Product (GDP).
The potential area is located in the Pacific Ring of Fire, which is “one of the richest zones in mineral resources thanks to its volcanic activity.”
The Trinational Network for the Rescue of the Lempa River expressed “concern over the severe implications” that such practices would have on the management of the Lempa River basin, an essential source of fresh water for millions of people across three countries: El Salvador, Guatemala, and Honduras.
The basin provides water for various uses, including human consumption, agricultural irrigation, electricity generation, and other ecosystem services.
The Network highlighted that metallic mining, particularly gold mining, involves the release of heavy metals and toxic chemicals, including cyanide and mercury, into water bodies.
“Although ‘mercury-free’ mining is promoted, the Minamata Convention warns that its complete elimination is complex, especially in large-scale operations, while alternatives like cyanidation also pose significant contamination risks. Moreover, mining consumes large amounts of water, with UNEP reports indicating that a gold mine may require up to 700 liters of water for each gram of gold produced, compromising water availability for human consumption and agriculture,” stated the Network in a communiqué.
In 2017, the Legislative Assembly passed the Law on the Prohibition of Metallic Mining in El Salvador, making it the first country to ban metallic mining, prohibiting exploration, extraction, and processing of metallic minerals, as well as the use of toxic chemicals like cyanide and mercury.
This prohibition was described by Bukele as “Absurd!” adding that “this wealth, given by God, can be responsibly exploited to bring unprecedented economic and social development to our people.”
He also expressed his intention to request the Legislative Assembly to repeal the law.
However, its approval was the result of active resistance by affected communities, supported by civil society and national and international institutions.
At that time, mining in El Salvador had evolved from artisanal mining to industrial mining but collapsed during the Civil War.
After the Peace Accords, the government designated 33 zones for mining exploration and issued licenses to foreign companies, generating strong opposition in Chalatenango and Cabañas, which contributed to the approval of the law in 2017.
The Network pointed out that protecting the Lempa River basin is critical for the water security and climate resilience of the region.
It covers approximately 56% of El Salvador’s surface, “being an essential source for local life and economy.”
This region coincides with El Salvador’s gold belt, a mineral-rich area, especially in the departments of Chalatenango and Cabañas.
“Mining exploitation in these areas would have a direct impact on the basin. Major issues include deforestation, which reduces essential vegetation coverage for water capture; pollution from wastewater and agrochemical discharges, which degrade water quality; and overexploitation of water resources, risking their availability for human consumption and productive activities,” stated the communiqué.
Furthermore, the introduction of metallic mining activities could compromise the availability of clean and safe water for millions of people in the trinational region.
“The protection of this basin is vital to ensure water security, the sustainability of livelihoods, and the conservation of aquatic ecosystems that depend on it,” the statement noted further.
Among the concerns about possible mining reactivation in the country is that exposure to heavy metals like mercury and cyanide can lead to respiratory illnesses, cognitive deficits, neurological damage, and acute poisoning.
Communities near mining projects are at constant risk of these conditions, especially children and the elderly, who are more vulnerable to toxic effects.
The Network also highlighted that mining expansion may lead to forced displacements of communities, disruption of social cohesion, and the loss of lands destined for agriculture, affecting food security, the local economy, and cultural traditions.
Lastly, it called for a national dialogue involving State institutions, international cooperation, local governments, academia, civil society organizations, and churches.
“We propose the creation of a permanent dialogue table that promotes joint solutions and the follow-up of clear and verifiable commitments,” it concluded.
Reactivar la minería podría generar desplazamientos, pérdida de tierras y enfermedades: ambientalistas
Contaminación y presión sobre los recursos hídricos e impacto social, económico, en la biodiversidad, y salud humana, son algunos de los riesgos que están asociados a la reactivación de la minería metálica, denunció, el viernes, la Red Trinacional por el Rescate del Río Lempa durante una conferencia de prensa.
La postura en contra de una posible reactivación de dicha actividad en el país se suma a la ya realizada por entidades como la Unidad Ecológica Salvadoreña (UNES) y la Conferencia Episcopal de El Salvador que emitió un comunicado que fue firmado por once obispos de El Salvador y el arzobispo de San Salvador, monseñor José Luis Escobar Alas.
El presidente Bukele ha mostrado sus intenciones de que el país retome dicha actividad, prohibida por ley desde el 2017, bajo el argumento que “tiene potencialmente los depósitos de oro con mayor densidad por km² (kilómetro cuadrado) en el mundo”.
Además de que estudios realizados en sólo el 4% del área potencial, identificaron 50 millones de onzas de oro, valoradas en $131,565 millones; lo que equivale al 380% del Producto Interno Bruto (PIB) de El Salvador.
La zona potencial se ubica en el Anillo de Fuego del Pacífico, que es “una de las zonas más ricas en recursos minerales gracias a su actividad volcánica”.
La Red Trinacional por el Rescate del Río Lempa mostró “su preocupación por las graves implicaciones” que la práctica tendría en la gestión de la cuenca del río Lempa, que es una fuente esencial de agua dulce para millones de personas de tres países: El Salvador, Guatemala y Honduras.
La cuenca proporciona agua para diferentes usos, entre ellos, el consumo humano, riego agrícola, la generación de energía eléctrica y otros servicios ecosistémicos.
La Red expuso que la minería metálica, sobre todo la de oro, implica la liberación de metales pesados y químicos tóxicos, incluidos el cianuro y el mercurio, en los cuerpos de agua.
“Aunque se promueve la minería ‘sin mercurio’, el Convenio de Minamata advierte que su eliminación total es compleja, especialmente en operaciones de gran escala, mientras que alternativas como la cianuración también presentan riesgos significativos de contaminación. Además, la minería consume grandes cantidades de agua, con informes de la UNEP que señalan que una mina de oro puede requerir hasta 700 litros de agua por cada gramo de oro producido, comprometiendo la disponibilidad de agua para consumo humano y agricultura”, señaló en un comunicado.
En el 2017, la Asamblea Legislativa aprobó la Ley de Prohibición de la Minería Metálica en El Salvador, convirtiéndose en el primer país en prohibir la minería metálica, impidiendo la exploración, extracción y procesamiento de minerales metálicos, así como el uso de químicos tóxicos como cianuro y mercurio.
Dicha prohibición fue calificada por Bukele como “¡Absurdo!” y agregó que “esta riqueza, dada por Dios, puede ser aprovechada de manera responsable para llevar un desarrollo económico y social sin precedentes a nuestro pueblo”.
También mostró su intención de solicitar a la Asamblea Legislativa que se derogue la ley.
Sin embargo, su aprobación fue producto de la resistencia activa de comunidades afectadas, el respaldo de la sociedad civil e instituciones nacionales e internacionales.
Para entonces, la minería en El Salvador había evolucionado de la minería artesanal a la minería industrial; pero colapsó durante la Guerra Civil.
Tras los Acuerdos de Paz, el gobierno designó 33 zonas para exploración minera y otorgó licencias a empresas extranjeras, generando fuerte oposición en Chalatenango y Cabañas, lo que contribuyó a la aprobación de la ley en 2017.
La Red señaló que la protección de la cuenca del río Lempa es fundamental para la seguridad hídrica y la resiliencia climática de la región.
Ésta abarca aproximadamente el 56% de la superficie de El Salvador, “siendo una fuente esencial para la vida y la economía local”.
Dicha región coincide con el cinturón de oro salvadoreño, que es una zona rica en yacimientos de minerales metálicos, especialmente en los departamentos de Chalatenango y Cabañas.
“La explotación minera en estas áreas tendría un impacto directo en la cuenca. Entre los principales problemas se encuentran la deforestación, que reduce la cobertura vegetal esencial para la captación de agua; la contaminación por vertidos de aguas residuales y agroquímicos, que degrada la calidad del agua; y la sobreexplotación de los recursos hídricos, que pone en riesgo su disponibilidad para consumo humano y actividades productivas”, señaló en el comunicado.
Además que la introducción de actividades mineras metálicas podría comprometer la disponibilidad de agua limpia y segura para millones de personas en la región trinacional.
“La protección de esta cuenca es vital para garantizar la seguridad hídrica, la sostenibilidad de los medios de vida y la conservación de los ecosistemas acuáticos que dependen de ella”, señaló en otra parte.
Entre las preocupaciones por una posible reactivación minera en el país está que la exposición a metales pesados, como el mercurio y el cianuro, puede provocar enfermedades respiratorias, déficit cognitivo, daños neurológicos e intoxicación aguda.
Mientras que las comunidades cercanas a proyectos mineros están en riesgo constante de padecer estas afecciones, especialmente niños y personas mayores, quienes son más vulnerables a los efectos tóxicos.
También expuso que la expansión de la minería puede generar desplazamientos forzados de comunidades, la ruptura de la cohesión social y la pérdida de tierras destinadas a la agricultura, afectando la seguridad alimentaria, la economía local y las tradiciones culturales.
Finalmente hizo un llamado a un diálogo nacional con las instituciones del Estado, la cooperación internacional, los gobiernos locales, la academia, las organizaciones de sociedad civil e iglesias.
“Proponemos la creación de una mesa de diálogo permanente que promueva soluciones conjuntas y el seguimiento de compromisos claros y verificables”, concluyó.