Cursed Gold — Oro maldito

Dec 6, 2024

God did not “place a gigantic treasure beneath our feet” to enrich a multinational and its local sponsors, nor to pollute or destroy life. Undoubtedly, God desires good, but not just for a privileged few—he wants it for all humanity, and never at any cost. Creation has a limit, beyond which lies death. — Dios no “colocó un gigantesco tesoro bajo nuestros pies” para enriquecer a una multinacional y sus patrocinadores locales, ni para contaminar, ni para destruir la vida. Indiscutiblemente, Dios desea el bien, pero no el de unos cuantos privilegiados, sino de la humanidad entera y nunca a cualquier costo. La creación tiene un límite más allá del cual se encuentra la muerte.

The controversy surrounding metallic mining poses two questions. The first concerns whose interests Bukele is so fiercely defending: those of the country or those of a multinational corporation? It’s hard to claim he is protecting the former. In his more than five years in power, he has stood out for promoting the interests of a handful of privileged individuals, including his own family clan. If his position this time is solid, why then does he resort to twisted arguments and call upon the unwavering trust of his supporters? Ultimately, he asks them to trust his leadership, just as they did when he repressed the gangs. It’s not the same thing. Now he’s asking them to trust that he will distribute the nation’s wealth.

This discussion began with a surprising announcement: El Salvador sits on “the world’s most densely concentrated gold deposits per square kilometer,” he claimed. He then added, to stoke greed, that in addition to gold, there are many other highly coveted metals. This fabulous treasure—until now hidden and conveniently discovered by him—will supposedly usher the country into the first world. A goal that’s impossible without further contaminating one of the most devastated environments in Latin America.

Pragmatism and deceit overcome this hurdle. Bukele promises “modern and sustainable” mining with “today’s technology” and thus “responsible” and with “low environmental costs.” But the only known method to extract gold is a chemical process involving heavy metals and enormous amounts of water. Consequently, the prohibition on mining is justified. This is a stumbling block for a Bukele determined to stop at nothing. Pressured by unknown interests, he lashes out at the ban, calling it absurd. But El Salvador is not the only country that has prohibited metallic mining, contrary to Bukele’s claim. Others have done so, totally or partially. Unsatisfied, he compares El Salvador to wealthy countries. The comparison is simplistic, superficial, and biased. El Salvador will not enter that exclusive club by virtue of gold.

The nature of multinational corporations contradicts the innocent rhetoric surrounding gold. They do not recognize responsibilities or human and environmental risks; instead, they understand only exploitation and maximum profit. The answer to this new problem, according to Bukele, is himself—he presents himself as a guarantee against multinational depredation. As evidence of his competence in this role, he cites his newfound concern for polluted surface waters and a promise to “do things right,” unlike in the past when corrupt rulers sold the country off to extractive multinationals. But that is not enough. He has no record of defending the environment. On the contrary, climate change does not feature on his agenda. In the name of development, he has not only openly disregarded caring for our “common home” but also legally persecuted community environmentalists.

It’s also untrue that gold will significantly raise the standard of living for the population. Bukele promises that “no one will be upset about living next to the mine” because “they will buy your house for a ton of money.” But that’s not how it worked for the hundreds of property owners forced to sell their lands and homes at a loss to make way for concrete and asphalt. Why would it be any different for the mine? Locals won’t see an improved quality of life. On the contrary, it will become even harsher. There will be expropriation of lands, displacement of communities, and diseases associated with water pollution and environmental destruction. The only ones to profit will be the multinational and its local intermediaries. It might not even increase tax revenue, since they will likely be granted numerous exemptions.

The second question is even more difficult to answer. Defending the interests of the multinational and its local partners is actually unnecessary. All it would take is ordering legislators to repeal the ban on metallic mining and to grant concessions to the extractive company. This approach is not unprecedented. Perhaps Bukele thought that glorifying gold would spark a new wave of popularity, but he was mistaken. The immediate backlash, both inside and outside the country, has put him on the defensive.

God did not “place a gigantic treasure beneath our feet” to enrich a multinational and its local sponsors, nor to pollute or destroy life. Undoubtedly, God desires good, but not just for a privileged few—he wants it for all humanity, and never at any cost. Creation has a limit, beyond which lies death.

The gleam of gold fuels unbridled fantasies and insatiable greed. Gold triggers a vortex with fatal consequences for those who let themselves be ensnared by it. Gold kills both human and environmental life, and, like all murderers, it is a great deceiver.

*Rodolfo Cardenal, Director of the Monseñor Romero Center

UCA: https://noticias.uca.edu.sv/articulos/oro-maldito

Oro maldito

La polémica sobre la minería metálica plantea dos incógnitas. La primera pregunta por la identidad de los intereses que Bukele defiende con tanta fuerza. ¿Los del país o los de una multinacional? Es difícil responder que protege los primeros. En los más de cinco años en el poder se ha caracterizado por promover los intereses de unos cuantos privilegiados, incluido su clan familiar. Si en este caso su posición es sólida, ¿por qué arguye retorcidamente y apela a la confianza de los incondicionales? En definitiva, les pide confiar en su liderazgo, así como lo hicieron cuando reprimió a las pandillas. No es lo mismo. Ahora les pide confiar en que distribuirá la riqueza nacional.

La discusión comenzó con un anuncio sorprendente. El Salvador está asentado sobre “los depósitos de oro con mayor densidad por km2 en el mundo”, dijo. Luego agregó, para espolear la codicia, que, además de oro, hay otros muchos metales muy cotizados en los mercados. Este fabuloso tesoro, hasta ahora escondido y felizmente descubierto por él, introducirá al país en el primer mundo. Un objetivo imposible sin contaminar todavía más uno de los medioambientes más devastados de América Latina.

El pragmatismo y la mentira superan este escollo. Bukele promete una “minería moderna y sostenible”, con “tecnología de ahora” y, por tanto, “responsable” y con “costos ambientales bajos”. Pero el único procedimiento conocido para extraer oro es un proceso químico que usa metales pesados y cantidades ingentes de agua. En consecuencia, la prohibición está justificada. Una contrariedad para un Bukele decidido a todo. Presionado por unos intereses desconocidos, se revuelve contra ella por considerarla absurda. Pero El Salvador no es el único país que ha prohibido la minería metálica, tal como sostiene Bukele. Otros también lo han hecho, total o parcialmente. No satisfecho, compara al país con los países del mundo rico. La comparación es simplista, superficial y sesgada. El Salvador no ingresará en ese exclusivo club de la mano del oro.

La naturaleza de las multinacionales contradice el discurso inocente del oro. Estas no entienden de responsabilidades ni de riesgos humanos y medioambientales, sino de explotación y ganancias máximas. La respuesta a esta nueva dificultad es Bukele, quien se ofrece como garantía contra la depredación multinacional. Prueba de su solvencia para asumir ese papel es su hasta ahora desconocida preocupación por la contaminación de las aguas superficiales y la promesa de “hacer bien” las cosas, a diferencia del pasado, cuando los gobernantes corruptos vendieron el país a multinacionales extractoras. Pero eso no es suficiente. No posee credenciales que lo acrediten como defensor del medioambiente. Al contrario, el cambio climático no figura en su agenda. En nombre del desarrollo, no solo ha despreciado abiertamente el cuidado de “la casa común”, sino también persigue judicialmente a los ambientalistas comunitarios.

Tampoco es cierto que el oro elevará sustancialmente el nivel de vida de la población. Bukele  promete que “nadie se va a enojar por vivir a la par de la mina”, porque “le van a comprar la casa en un montón de dinero”. Ese no es el caso de centenares de propietarios forzados a malvender sus tierras y viviendas para hacer espacio al cemento y al asfalto. ¿Por qué habría de ser distinto en el caso de la mina? Los vecinos no conseguirán un mejor nivel de vida. Más bien, esta será más dura. Habrá expropiación de tierras, expulsión de población y enfermedades asociadas a la contaminación de las aguas y del entorno. Los únicos que sacarán provecho son la multinacional y sus intermediarios locales. Probablemente, ni siquiera contribuirá a aumentar la recaudación fiscal, porque será colmada de exoneraciones.

La segunda incógnita es aún más difícil de despejar. La defensa de los intereses de la multinacional y sus socios locales es innecesaria. Basta ordenar a los diputados la derogación de la prohibición de la minería metálica y la aprobación de concesiones para la empresa extractora. El procedimiento no es nuevo. Tal vez pensó que la apología del oro suscitaría una nueva oleada de popularidad, pero se ha equivocado. El rechazo inmediato, dentro y fuera del país, lo ha puesto a la defensiva.

Dios no “colocó un gigantesco tesoro bajo nuestros pies” para enriquecer a una multinacional y sus patrocinadores locales, ni para contaminar, ni para destruir la vida. Indiscutiblemente, Dios desea el bien, pero no el de unos cuantos privilegiados, sino de la humanidad entera y nunca a cualquier costo. La creación tiene un límite más allá del cual se encuentra la muerte.

El brillo del oro alimenta fantasías desorbitadas y codicias insaciables. El oro desata una vorágine con consecuencias fatales para quienes se dejan atrapar. El oro mata la vida humana y ambiental, y, como todo asesino, es un gran mentiroso.

* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero

UCA: https://noticias.uca.edu.sv/articulos/oro-maldito