Time after Time

Aug 30, 2024

"Confusion is nothing new," says the song. And politicians know this well and take advantage of it. In Latin American history, the authoritarian military, police, or civilian figure, the strongman, wielding the club and striking mercilessly is admired and feared but not respected. — “Confusion is nothing new”, dice la canción. Y los políticos lo saben bien y se aprovechan. En la historia latinoamericana, el militar, policía o civil autoritario, el hombre fuerte, el que esgrime el garrote y golpea sin piedad es admirado y temido, pero no respetado.

In its most recent issue, American magazine Time published an extensive monologue. It called it an interview with the “most popular authoritarian in the world.” To leave no doubt about its editorial stance, it hammered home the slogan “The Strongman.” This is the same label that several Central American dictators, such as the Somozas, Ríos Montt, or Noriega, received at various points. A term revived from the Cold War and its banana republics.

In this lengthy soliloquy, the supposed interviewee makes very dubious assertions that warrant various levels of analysis from semiotics, text analysis, political science, international law, and more. Most of these are falsehoods of cosmic proportions. If his heavy-handed regime dislikes being defined in terms of left and right, it is easier to accept other socio-political terms, such as being a staunch fascist dictatorship, for example.

The argument that his model prison is open to the world and can be visited by anyone who requests it is part of the official discourse. That which the interviewee defines as propaganda, in every letter. The problem lies in the fact that there is no such possibility of free visitation to the rest of the prison facilities in the country. It is there where the torture and deaths reported by NGOs and international organizations have occurred. As if that were not enough, there is no way to verify information about the cases because all information is locked away under seven keys and many years of reserve. Furthermore, the two main officials dedicated to human rights can only be seen in their viral promotional videos or during their travels around the world. Within El Salvador, they are no longer awaited because they neither see nor hear nor denounce; they are simply two more perpetrators, either by omission or direct complicity.

The state of exception ceased to be one after the end of its second term, established by the Constitution. That same Constitution prohibits life sentences and immediate reelection in seven of its articles. But none of this matters in a dismantled rule of law where the Supreme Court of Justice cannot resolve even one of the thousands of habeas corpus petitions filed for the past two years. The Time journalist forgot all about this. And none of those actions can be justified by a dubious mass vote for an unconstitutional and decidedly unbalanced electoral event for the participation of smaller parties with fewer resources than the government.

The Time journalist also neglected to reference all occasions when police and military checkpoints have detained dozens of buses heading to protest marches. Or the arbitrary detention of citizens who report abuses from those in power. Or extreme cases of human rights violations, such as those involving the Muyshondt cousins or the Twitter user El Comisionado. The interviewer, with her few questions, also ignored the existence of paid troll farms attacking dissenters and opponents through all possible electronic means. The narrative of fear was left out of the extensive monologue, but that was allowed. Or edited. Who knows.

Directly reaching the population is propaganda, as it lacks sufficient filters of truthfulness and verification. Thus, any render has turned into public works, and a building called a library has no books but has been the most photographed in recent national history. Or a historical center has been demolished to give it the air of a shopping mall, in complete disregard for its history and internal treasures. Nothing is yet known about the whereabouts of the historical documentary funds of the Biblioteca Nacional Francisco Gavidia and the Archivo General de la Nación, or the collections of the recently dismantled network of Casas de la Cultura.

The Time journalist missed the opportunity to inquire about the geopolitical and geostrategic situation of El Salvador at a time when the United States is fighting an internal political battle. She did not investigate anything about the official silence regarding the war in Ukraine, the intentions to send troops to Haiti, the rapprochements with the regimes of Russia and Turkey, and the resounding revelations of corruption cases. She also overlooked the presence of many ideological mercenaries from South America within the Salvadoran government, who have been granted expedited nationalities and other resources paid for with taxes and pension funds.

“Confusion is nothing new,” says the song. And politicians know this well and take advantage of it. In Latin American history, the authoritarian military, police, or civilian figure, the strongman, wielding the club and striking mercilessly is admired and feared, but not respected. He is the violent father that every household believes it needs, but he is merely part of the absence of mental health in a society that has been traumatized for centuries. Time wasted the opportunity offered by this extensive monologue, from which it could have extracted much more of its contradictory and manipulative marrow.

Salvadoran writer and historian.

EDH: https://www.elsalvador.com/opinion/editoriales/balances-politicos-/1165041/2024/

Time after Time

En su más reciente número, la revista estadounidense Time publicó un extenso monólogo. Lo llamó entrevista con el “autoritario más popular del mundo”. Para que no quedara duda de su postura editorial, lo martilló con la consigna “El hombre fuerte”. Es el mismo calificativo que en su momento recibieron varios dictadores centroamericanos, como los Somoza, Ríos Montt o Noriega. Un término revivido de la Guerra Fría y de sus repúblicas bananeras y cafetaleras.

En su extenso soliloquio, el supuesto entrevistado hace afirmaciones muy sospechosas, que ameritan diversos niveles de análisis desde la semiótica, el análisis de textos, la ciencia política, el derecho internacional y más. En su mayoría, por ser falsedades de tamaño cósmico. Si a su régimen de mano dura no le gusta ser definido entre izquierdas y derechas, es más fácil aceptar otros términos sociopolíticos, como ser una férrea dictadura fascista, por ejemplo.

El argumento de que su cárcel modelo es abierta al mundo y que puede ser visitada por cualquiera que lo solicite es parte del discurso oficialista. Ese al que el entrevistado define como propaganda, con todas las letras. El problema radica en que no existe esa misma posibilidad de libre visita al resto de los centros penitenciarios del país. Es allí donde se han producido las torturas y muertes denunciadas por las oenegés y los organismos internacionales. Por si eso fuera poco, no hay forma de contrastar información de los casos, porque toda la información está bajo siete candados y muchos años de reserva. Además, a los dos principales funcionarios dedicados a los derechos humanos solo es posible verlos en sus videos virales de promoción publicitaria o en sus viajes por diversas partes del mundo. Dentro de El Salvador ya ni se les espera, porque no ven, no oyen y no denuncian, sino que son dos victimarios más, por omisión o por complicidad directa.

El régimen de excepción dejó de serlo tras el final de su segunda vigencia, establecida por la Constitución. Esa misma Carta Magna prohíbe las penas perpetuas y la reelección inmediata en siete de sus artículos. Pero nada de eso importa en un estado de derecho desmantelado y donde la Corte Suprema de Justicia no puede resolver ni uno de los miles de hábeas corpus interpuestos desde hace dos años. Todo eso lo olvidó la periodista de Time. Y ninguna de esas acciones puede ser justificada por un voto masivo dudoso para un evento electoral inconstitucional y muy poco equilibrado para la participación de partidos más pequeños y con menos recursos que el oficialismo.

La periodista de Time desatendió también hacer referencia a todas las ocasiones en que retenes policiales y militares han detenido decenas de buses que se dirigían a las marchas de protesta. O la detención arbitraria de ciudadanos que denuncian atropellos desde las esferas del poder. O casos extremos de violaciones a los derechos humanos, como los de los primos Muyshondt o el tuitero El Comisionado. La entrevistadora de escasas preguntas también hizo caso omiso de la vigencia de las granjas de troles pagados para atacar a disidentes y opositores por todas las formas electrónicas posibles. La narrativa del miedo quedó fuera del extenso monólogo, pero porque así fue permitido. O editado. Quién sabe.

Llegar de forma directa a la población es propaganda, porque no posee los filtros suficientes de veracidad y contraste posibles. Así, cualquier render se ha convertido en obras públicas y un edificio llamado biblioteca no tiene libros, pero sí ha sido el más fotografiado en la historia nacional reciente. O un centro histórico ha sido demolido para darle un aire de centro comercial, en desprecio absoluto de su historia y de sus posesiones internas. Nada se sabe aún de dónde están los fondos históricos documentales de la Biblioteca Nacional Francisco Gavidia y del Archivo General de la Nación ni de los acervos de la red de Casas de la Cultura recién desmantelada.

A la periodista de Time se le quedó en la libreta preguntar acerca de la situación geopolítica y geoestratégica de El Salvador en momentos en que Estados Unidos libra una batalla política interna. No averiguó nada acerca del silencio oficial ante la guerra en Ucrania, las pretensiones de querer enviar tropas a Haití, los acercamientos con los regímenes de Rusia y Turquía y las revelaciones estruendosas de casos de corrupción. Descuidó también la presencia de muchísimos mercenarios ideológicos suramericanos entre el gobierno salvadoreño, a los que se les han otorgado nacionalidades exprés y otros recursos pagados con los impuestos y el fondo de pensiones.

“Confusion is nothing new”, dice la canción. Y los políticos lo saben bien y se aprovechan. En la historia latinoamericana, el militar, policía o civil autoritario, el hombre fuerte, el que esgrime el garrote y golpea sin piedad es admirado y temido, pero no respetado. Es el padre violento que cada casa cree que necesita, pero sólo es parte de la ausencia de salud mental en una sociedad violentada desde hace siglos. Time desperdició el tiempo de ese extenso monólogo, al que pudo extraerle muchísimo más de su tuétano contradictorio y manipulador.

Escritor e historiador salvadoreño.

EDH: https://www.elsalvador.com/opinion/editoriales/balances-politicos-/1165041/2024/