After 25 years of Venezuela being materially, mentally, and emotionally devastated with terror, coercion, and precariousness, leaving 8 million or more of its people with no choice but to emigrate, the dictatorship has an end in sight. The Venezuelan exodus defies imagination: it’s equivalent to depopulating El Salvador and removing half a million people each from neighboring Honduras and Guatemala.
Between the 6th and 4th centuries BC, between Confucius and Aristotle, the foundation of political thought on collective evils and goods was established. Confucius preserved the nuance of the “good emperor,” who, together with his officials, could lead by example in terms of capability and honesty. Aristotle insisted that the formalities of democracy alone are not enough to benefit the majority; there must be effective guarantees for the community’s wellbeing.
It’s clear that Venezuela lacked both good governance and minimal life guarantees for its people. However, the Constitution of the Bolivarian Republic ensures everything denied in reality, such as the basic fact that votes are counted and accepted: more than 65% for Edmundo González, an overwhelming defeat for Maduro. The governments of Colombia, Brazil, and Mexico—ideologically very close to Maduro—communicated the imperative of “an impartial verification of results, respecting the fundamental principle of popular sovereignty” in response to Maduro’s self-declared victory through institutions he has commandeered, and at the expense of brutal repression against the opposition that won at the polls.
This model, on a different scale, is replicated in Nicaragua by Daniel Ortega and in El Salvador by Nayib Bukele, with communication channels between them. But why do they cling to power? Why violate the law to get re-elected? Does the psychopathy of someone who sees themselves as a despot, the owner of a nation, explain the entire disaster?
By now, it’s clear that beyond individual and familial greed, there are interests and currents of various kinds leading to two main outcomes: organized crime and the interference of Russia and China.
Chávez and Maduro turned Venezuela into a dynamic hub for criminal structures. The latest: “El Tren de Aragua” with criminal activities across the continent. Ortega has already been sanctioned for using free trade agreements to export minerals, particularly gold, that these cartels extract from Venezuelan deposits. “ALBA Petróleos El Salvador” was the machinery that milked the wealth of the Venezuelan people. It has been accurately reported by independent and investigative press that some millions of dollars ended up in the Bukele family’s pockets. Thus, on July 29, amid the post-electoral crisis, Maduro—much like Trump pointed to Bukele at the Republican Convention as Trump’s administration initiated the 2020 indictment against the MS-13 leadership and sought extradition—called Bukele a “criminal,” “corrupt,” “fascist” who “only sought to enrich himself with our oil.”
As hours passed, Chinese IT experts and Russian military ships arrived in Venezuela to bolster Maduro, reaffirming that Beijing and Moscow don’t mind if their allies are enemies as long as their cheap “beachheads” remain intact and defiant while the democratic world resists their military threats on the borders of Ukraine and Taiwan.
The Wall Street Journal has leaked that the Biden Administration would facilitate an exit and amnesty formula for Maduro and some of his accomplices. Additionally, Panama’s new president has offered asylum, recalling the refuge granted in the canal country to disparate figures like the Shah of Iran and Guatemalan autogolpista Jorge Serrano Elías. Whether these claims are true or not, the key is that the dictatorship has reached its terminal point, and the paths to democratic restoration in Venezuela are multiple.
Maduro’s epilogue has a significant impact on El Salvador. First, with González and María Corina Machado in power, we will uncover the truth about the corrupt officials involved and the money handled by ALBA Petróleos. They will put us under healthy pressure to ensure every cent is returned to its rightful owner: the people of Venezuela. More importantly, it will dismantle the brainwashing that Bukele will endlessly violate our Constitution and that, with impunity, they will invent “a bukelism without Bukele” for 2029.
Just as between 1990 and 1992, national reality and the international system converged to push the transition from civil war to the Chapultepec Peace Accords, the fall of Maduro would enable a new convergence to transition from the current grave authoritarian episode to the construction of a democracy in El Salvador whose only adjective is irreversible.
Specialist from El Salvador in International Relations, regional integration, and migrations.
EDH: https://www.elsalvador.com/opinion/editoriales/elecciones-en-venezuela-/1161711/2024/
Más allá de Maduro y Bukele
Tras 25 años de ser Venezuela devastada material, mental y emocionalmente con terror, coacción y precariedad, sin otra opción que emigrar para 8 millones o más de sus habitantes, la dictadura tiene un final a la vista. El éxodo venezolano desborda la imaginación: equivale a dejar a El Salvador sin habitantes y borrarles a las vecinas Honduras y Guatemala medio millón de personas, a cada una.
Entre los Siglos VI y IV antes de Cristo, entre Confucio y Aristóteles, se fundó el pensamiento político vigente sobre los males y bienes colectivos. Confucio salvaba el matiz del “emperador bueno”, quien junto a sus funcionarios podían predicar con el ejemplo de capacidad y honradez; Aristóteles insistió que no bastaba la formalidad de una democracia para beneficiar a las mayorías, había que garantizar el provecho efectivo de la comunidad.
Está claro que en Venezuela no hubo buen gobernante ni garantías mínimas de vida para la gente. Pero la Carta Magna de la República Bolivariana asegura todo lo negado en la realidad tan elemental de que los votos se cuenten y sean aceptados: más del 65% para Edmundo González, una derrota arrolladora para Maduro. Los gobiernos de Colombia, Brasil y México-muy afines ideológicamente a Maduro-comunicaron el imperativo de “una verificación imparcial de los resultados, respetando el principio fundamental de la soberanía popular” ante la adjudicación de triunfo a Maduro por las instituciones públicas que él mismo ha secuestrado y a costa de la represión despiadada contra la oposición que ganó en las urnas.
Este modelo, a diferente escala, es replicado en Nicaragua por Daniel Ortega y en El Salvador por Nayib Bukele, y hay venas comunicantes entre ellos. Pero ¿por qué se aferran al poder? ¿Por qué violar la ley para reelegirse? ¿Todo el desastre lo explica la psicopatología de alguien que se cree sátrapa, dueño de una nación?
A estas alturas, está claro que más allá de la codicia individual y familiar, existen intereses y corrientes de varios signos que desembocan en dos bahías: el crimen organizado, y la injerencia de Rusia y China.
Chávez y Maduro hicieron de Venezuela un núcleo dinámico de estructuras criminales. La última: “El Tren de Aragua” con actividad delictiva en todo el hemisferio. Ortega ya fue sancionado por utilizar los tratados de libre comercio para exportar minerales-en particular el oro-que estos cárteles extraen de yacimientos venezolanos. “ALBA Petróleos El Salvador” fue la maquinaria que ordeñó riqueza del pueblo venezolano. Certeramente, la prensa independiente y de investigación nos informó que algunos millones de dólares llegaron a los bolsillos de los Bukele. Por ello, el 29 de julio, en plena crisis postelectoral, Maduro –como Trump que señaló a Bukele en la Convención Republicana pues el Trump presidente inició el 2020 la acusación contra la alta dirigencia de la MS-13 para la que solicitó la extradición– llamó a Bukele “delincuente”, “corrupto”, “fascista”, quien “solo buscó a Venezuela para intentar enriquecerse con nuestro petróleo”.
Con el paso de las horas, expertos informáticos chinos y buques militares rusos arribaron a Venezuela para apuntalar a Maduro, reafirmando que a Pekín y Moscú no les importa que sus aliados sean enemigos entre sí toda vez sus baratas “cabezas de playa” se mantengan intocables y desafiantes mientras el mundo democrático resiste sus amenazas militares en las fronteras de Ucrania y Taiwán.
The Wall Street Journal ha filtrado que la Administración Biden facilitaría una fórmula de salida y amnistía para Maduro y algunos de sus cómplices. También, el nuevo presidente de Panamá le ha ofrecido asilo, lo que nos recuerda el refugio otorgado en el país canalero a personajes tan disímiles como el Sha de Irán y el autogolpista guatemalteco Jorge Serrano Elías. Ciertas o no las especies, lo clave es que la dictadura ha llegado a su punto terminal y las rutas hacia la restauración democrática en Venezuela son varias.
El epílogo de Maduro es de gran impacto para El Salvador. En primer lugar, al ser gobierno, González y María Corina Machado nos permitirán conocer la verdad sobre los corruptos involucrados y el dinero transado por ALBA Petróleos; nos pondrán saludablemente contra la pared para que cada centavo vuelva a su dueño: el pueblo de Venezuela. En segundo lugar, y aún más importante, es que disolverá el lavado de cerebro de que Bukele violará interminablemente nuestra Constitución y de que, impunemente, inventarán “un bukelismo sin Bukele” para el 2029.
Así como entre 1990 y 1992, la realidad nacional y el sistema internacional confluyeron para empujar el paso de la guerra civil a los Acuerdos de Chapultepec, tras caer Maduro una nueva convergencia viabilizaría el tránsito del actual grave episodio autoritario a la construcción en El Salvador de una democracia cuyo único adjetivo sea el de irreversible.
Especialista salvadoreño en Relaciones Internacionales, integración regional y migraciones.
EDH: https://www.elsalvador.com/opinion/editoriales/elecciones-en-venezuela-/1161711/2024/