Recent reforms to criminal legislation confirm the incompatibility of the dictatorship with democratic institutions. It’s not only about an addiction to total power, but above all, the incompetence of its prosecution, its police, and its justice administration. This is demonstrated by the reasoning used to justify these reforms.
It is already a recognized fact that the dictatorship has skipped the constitutional barriers established to contain the ever-present temptation of exercising presidential executive power in a totalitarian fashion. The criminal reforms shed light on another angle of exercising that power. In their arguments, their representatives acknowledge that the constitutional norm is far beyond their capabilities. Thus, aware of their ineptitude, they evade the difficulty with a juridical monstrosity.
Firstly, they increase the prison sentences for common crimes, thereby deepening the dictatorship’s tendency to imprison those it labels as “undesirables.” Their tragic and simplistic logic dictates that more incarcerated individuals result in fewer crimes. Secondly, they irrationally extend provisional detention to prevent lawyers from using procedural deadlines to free their clients. The dictatorship forgets that this practice is entirely legitimate. The only way to prevent the accused from being released by the judge is to convincingly prove their criminal responsibility. But this is precisely what the prosecution and the police cannot do, either because the crime is non-existent or due to their laziness in proving it.
The burden of the accusation does not lie with the defense, but with the prosecution and the police, who must prove the charges. The dictatorship tries to evade its responsibility by simply disqualifying defense lawyers as “bad litigants” for doing their duty, that is, for not playing along in the courts. The problem lies elsewhere. Lacking the capacity to investigate or to articulate an accusation based on evidence, they consider the arrest by their soldiers and police sufficient for the detainee to be guilty and deserving of prison. According to this logic, the defense is unnecessary, as are the prosecutors’ offices and the presidential commissioner for human rights. The judicial process is a mere corrupted formality.
The dictatorship extends to common crimes the method used to imprison gang members for life. Instead of individualizing the charges and proving them consistently, it adopts the easy stance of grouping anyone they consider a gang member under the generic term of terrorist association, which in itself is a legal atrocity. This is not just a simple error of judgment, but their competence in police investigation and prosecutorial action is almost nil. It is also their inclination to imprison indiscriminately anyone in front of their forces. Mere capture leads to a life sentence, to suffer torture, or forcibly disappear and end up in a clandestine grave.
The nonsense does not stop there. The dictatorship claims that increasing prison sentences will prevent the rise of crimes against property. This argument is doubly absurd. Increasing sentences has never deterred criminals. The death penalty, where practiced, does not deter murderers. Closer to home: Arena has already tried a tough and super-tough stance against gangs, only to strengthen their organization and power. The lack of ideas and tools drives the dictatorship to revisit overused solutions by “the same old ones.” Naivety or ignorance from the legal team of Casa Presidencial. Most likely, ineptitude.
Secondly, there is no evidence of an increase in crimes against property. The excuse to imprison for longer periods is not acceptable. However, there are far more serious crimes such as disappearances and clandestine burials in prisons, for which there is undeniable testimony without the dictatorship taking responsibility. Likewise, there is evidence of corruption among the representatives of Nuevas Ideas in the legislature. But these lawmakers have not yet been labeled as “undesirables.” The administration looks the other way. It pretends to sanction minor offenses with many years of prison while treating with leniency the crimes against humanity and the plundering of a bankrupt State. The dictatorship’s approach to the criminal world is perverse.
It is much easier to imprison massively without formal accusation and without authentic judicial process than to investigate and punish the leaders of corruption networks, money laundering, and the trafficking of arms, drugs, and people. Indiscriminate imprisonment stirs popularity while criminal networks roam freely.
* Rodolfo Cardenal, director of Centro Monseñor Romero.
UCA: https://noticias.uca.edu.sv/articulos/aproximacion-perversa-al-mundo-criminal
Aproximación perversa al mundo criminal
Las últimas reformas a la legislación penal confirman la incompatibilidad de la dictadura con la institucionalidad democrática. No se trata solo de la adicción al poder total, sino, sobre todo, de la incompetencia de su fiscalía, su policía y su administración de justicia. Así lo demuestran los razonamientos esgrimidos para justificar esas reformas.
Es un hecho ya reconocido que la dictadura se ha saltado impunemente las barreras constitucionales establecidas para contener la tentación, siempre actual, de ejercer la presidencia del poder ejecutivo de forma totalitaria. Las reformas penales arrojan luz sobre otro ángulo del ejercicio de ese poder. En sus argumentaciones, sus representantes reconocen que la norma constitucional está muy por encima de sus capacidades. Así, pues, conscientes de su ineptitud, evaden la dificultad con un adefesio jurídico.
En primer lugar, elevan la pena de cárcel por los delitos comunes, con lo cual la dictadura profundiza así su tendencia a encarcelar a quienes etiqueta como “indeseables”. A más encarcelados, menos delitos, reza su lógica trágica y facilitona. En segundo lugar, amplía irracionalmente la detención provisional para impedir que los abogados utilicen los plazos procesales para liberar a sus defendidos. Olvida la dictadura que ese recurso es completamente legítimo. La única forma de impedir que los acusados sean puestos en libertad por el juez es demostrar fehacientemente su responsabilidad penal. Pero eso es, precisamente, lo que la fiscalía y la policía no pueden hacer, ya sea porque el delito es inexistente o por dejadez para probarlo.
El peso de la acusación no recae en la defensa, sino en la fiscalía y la policía, que deben probar los cargos. La dictadura intenta evadir su responsabilidad descalificando sin más a los abogados de la defensa como “malos litigantes” por cumplir con su deber, es decir, por no seguirle el juego en los tribunales. El problema es otro. Al no tener capacidad para investigar ni para articular una acusación con base en pruebas, considera que el detenido por sus soldados y policías es culpable y merecedor de cárcel sin más. Según esa lógica, la defensa sobra, como también están de más las procuradurías y el comisionado presidencial de derechos humanos. El proceso judicial es una mera formalidad viciada.
La dictadura amplía a los delitos comunes el método utilizado para encarcelar de por vida a los pandilleros. En lugar de individualizar los cargos y probarlos consistentemente, adopta la actitud cómoda de agrupar a quienquiera que considere pandillero bajo la figura genérica de asociación terrorista, lo cual, en sí mismo, es una barbaridad jurídica. No es un simple error de juicio, sino que su competencia para la investigación policial y la acción fiscal es casi nula. Se trata también de su inclinación a encarcelar indiscriminadamente a quien se ponga delante de sus huestes. La simple captura condena a cadena perpetua, a sufrir tortura o a desaparecer forzosamente y acabar en una fosa clandestina.
El disparate no se detiene ahí. La dictadura alega que el aumento de las penas de cárcel impedirá el aumento de los delitos contra el patrimonio. La aberración es doble. El aumento de las penas nunca ha detenido a los delincuentes y los criminales. La pena de muerte, ahí donde se practica, no detiene al asesino. Más cerca aún: Arena ya intentó la mano dura y la súper dura contra las pandillas, y solo consiguió que fortalecieran su organización y su poder. La falta de ideas y de herramientas lleva a la dictadura a revisitar soluciones trilladas por “los mismos de siempre”. Ingenuidad o ignorancia del equipo jurídico de Casa Presidencial. Probablemente, ineptitud.
En segundo lugar, no existe evidencia del aumento de los delitos contra el patrimonio. La excusa para encarcelar por más tiempo no es admisible. Sin embargo, hay otros delitos mucho más graves como las desapariciones y los entierros clandestinos en las cárceles, de los cuales hay testimonio fehaciente sin que la dictadura se haga cargo. Asimismo, existe evidencia de la corrupción de los representantes de Nuevas Ideas en la legislatura. Pero estos diputados no han sido etiquetados todavía como “indeseables”. El oficialismo mira hacia otro lado. Pretende sancionar faltas leves con muchos años de cárcel mientras trata con generosidad los crímenes de lesa humanidad y el saqueo de un Estado en quiebra. La aproximación de la dictadura al mundo criminal es perversa.
Es mucho más fácil encarcelar masivamente sin acusación formal y sin proceso judicial auténtico, que investigar y sancionar a los líderes de las redes de la corrupción, del lavado de activos y del tráfico de armas, drogas y personas. El encarcelamiento indiscriminado agita la popularidad, mientras las redes criminales campean a sus anchas.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.
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