Legislative corruption is a time bomb. The reason why Bukele pulled the trigger is, like everything he does, unknown. One thing is certain: he will hardly be able to lock up the unleashed demons again. If he intended to cut legislative spending, already excessive, he had less damaging options for his party and himself. In fact, the amount saved is small compared to the overall state spending, especially that of the Presidential House and its surroundings. In reality, there is no savings, since he has allocated it to a scholarship program. If the reason was to curb rampant corruption among lawmakers, he could have been more discreet and not give rise to a scandal with unpredictable consequences. If he intended to discredit a more belligerent opposition lawmaker, who received more money than her colleagues, the matter got out of hand. Whatever the case, Bukele, as usual, looks the other way. He has left his lawmakers smeared, as he has also left the Salvadoran diaspora abandoned to Trump’s excesses.
Evils, as they say, never come alone. When the rot was discovered, the leaders of the ruling party made their situation worse by attempting to downplay the fact that, in addition to receiving a salary much higher than the national average, they receive another large sum of dollars to spend at their discretion. To their greater shame, previous statements circulated where they presented themselves as the epitome of honesty. They went to great lengths not to report how they used those additional thousands of dollars until hackers silenced them with the revelation of their payroll. The scandal and anger rose several degrees, because there appears a picturesque collection of opportunists. The picture of the ruling party is dramatic.
There is no reason to believe that in the other branches of the State, starting with the Executive, the situation is different. Contracting, payroll, salaries, and other expenses are not hidden for national security reasons, but because they are unacceptable. If they were known, the honorability of the dictatorship’s top officials would implode, just like that of the lawmakers. The dictatorship cannot govern in the face of the people. Bukele says he doesn’t want to go down in history as a thief. It may be so, but he allows officials at all levels to steal while the economy languishes, the debt is out of control, and the people, his followers, are hungry, sick, and unemployed. The dismantling of administrative controls has facilitated the proliferation of corruption and, along the way, the perversion of his political project, if there ever was one.
The first step was taken when he dissolved the International Commission against Impunity in El Salvador. He had plenty of reasons because the Commission was investigating several figures surrounding him. By guaranteeing them impunity, he legitimized corruption. Not only do the great and powerful steal, but also the middlemen and the small, each at their level and within their means. Soldiers, police, and jailers, the alleged guarantors of the state of exception’s security, extort the poor in the same way as gang members. Wherever one looks, corruption is perceived.
The only ones who don’t see it are the officials in charge of pursuing it. They also do not see the massive and systematic human rights violations. This denialist attitude has facilitated the dictatorship’s survival so far without major upheavals. But the legislative scandal has opened a dangerous flank, and the denial of human rights violations is losing ground internationally. Claiming sovereignty, the last recourse, is unconvincing. The advantage for the dictatorship is that the international community faces more serious challenges to humanity.
Having said that, another possibility arises. Now Bukele has the perfect excuse to dissolve the legislature for being corrupt. In reality, he can do without it since his lawmakers merely nod along with what comes from the Presidential House. The furor of social networks would make that decision popular. In addition to having a few more million dollars for his spending, the Bukele brothers’ regime would shed its democratic mask and show its true identity. The lawmakers and their cliques would be left in the air, despite their loyalty. Nothing strange. Dictatorship disregards loyalty and friendship, only taking care of its interests.
* Rodolfo Cardenal, director of the Monsignor Romero Center.
UCA: https://noticias.uca.edu.sv/articulos/la-corrupcion-al-desnudo
La corrupción al desnudo
La corrupción legislativa es una bomba de efecto retardado. El motivo por el cual Bukele tiró del detonador es, como todo lo que hace, desconocido. Una cosa es cierta, difícilmente podrá encerrar de nuevo a los demonios sueltos. Si pretendía recortar el gasto legislativo, de por sí desmedido, tenía otras posibilidades menos dañinas para su partido y para él mismo. De hecho, el monto ahorrado es poco en comparación con el gasto general del Estado, sobre todo de Casa Presidencial y sus aledaños. En realidad, no hay tal ahorro, ya que lo ha destinado a un programa de becas. Si la razón era cortar por lo sano la corrupción rampante entre los diputados, podía haber sido más discreto y no dar pie a un escándalo de consecuencias imprevisibles. Si lo que pretendía era desprestigiar a una diputada de la oposición más beligerante, que percibía más dinero que sus colegas, el asunto se le salió de las manos. Sea lo que sea, Bukele, como es usual en él, mira para otro lado. Ha dejado a sus diputados embarrados, así como también ha dejado a la diáspora salvadoreña abandonada a los desafueros de Trump.
Los males, como suelen decir, no vienen solos. Descubierta la podredumbre, los líderes de la bancada oficialista empeoraron su situación al intentar relativizar que, además de percibir un salario mucho más alto que la media nacional, reciben otra abultada cantidad de dólares para gastar a discreción. Para su mayor vergüenza, circulan declaraciones anteriores donde se presentaron como el summum de la honestidad. Dieron muchas vueltas para no informar cómo usan esos miles de dólares adicionales hasta que los hackers los callaron con la revelación de su planilla. El escándalo y la cólera subieron varios grados, porque ahí aparece una pintoresca colección de oportunistas. El cuadro del partido oficial es dramático.
No existe razón para pensar que en los otros poderes del Estado, comenzando por el Ejecutivo, la situación es diferente. Las contrataciones, las planillas, los salarios y otros gastos no se ocultan por seguridad nacional, sino por ser impresentables. Si se conocieran, la honorabilidad de los altos funcionarios de la dictadura implosionaría como lo hizo la de los diputados. La dictadura no puede gobernar de cara al pueblo. Bukele dice no querer pasar a la historia como ladrón. Quizás sea así, pero permite que los funcionarios de todo nivel roben, mientras la economía languidece, la deuda está desbocada y la gente, sus seguidores, está hambrienta, enferma y desempleada. La desarticulación de los controles administrativos ha facilitado la proliferación de la corrupción y, de paso, la perversión de su proyecto político, si es que alguna vez hubo alguno.
El primer paso lo dio cuando disolvió la Comisión Internacional contra la Impunidad en El Salvador. Tenía razones sobradas, porque la Comisión investigaba a varias figuras que lo rodeaban. Al garantizarles la impunidad, legitimó la corrupción. No solo roban los grandes y poderosos, también lo hacen los medianos y los pequeños, cada uno en su nivel y al alcance de sus posibilidades. Los soldados, los policías y los carceleros, los presuntos garantes de la seguridad del régimen de excepción, extorsionan a los pobres, de la misma manera que los pandilleros. Dondequiera que se mire, se percibe la corrupción.
Los únicos que no la ven son los funcionarios encargados de perseguirla. Tampoco ven las violaciones masivas y sistemáticas de los derechos humanos. Esa actitud negacionista ha facilitado hasta ahora la sobrevivencia de la dictadura sin mayores sobresaltos. Pero el escándalo legislativo ha abierto un flanco peligroso y el desconocimiento de las violaciones de los derechos humanos pierde terreno en el ámbito internacional. Alegar la soberanía, el último recurso, no convence. La ventaja para la dictadura es que la comunidad internacional se enfrenta a desafíos más graves para la humanidad.
Dicho lo anterior, cabe otra posibilidad. Ahora Bukele tiene la excusa ideal para disolver la legislatura por corrupta. En realidad, puede prescindir de ella, ya que sus diputados se limitan a asentir lo que llega de Casa Presidencial. El furor de las redes sociales haría popular esa decisión. Además de disponer de unos cuantos millones de dólares más para sus gastos, el régimen de los hermanos Bukele se despojaría de su máscara democrática y mostraría su verdadera identidad. Los diputados y sus camarillas quedarían en el aire, a pesar de su lealtad. Nada extraño. La dictadura desconoce la fidelidad y la amistad, solo cuida de sus intereses.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.
UCA: https://noticias.uca.edu.sv/articulos/la-corrupcion-al-desnudo