Some years ago, in December 2011, the Archbishop of San Salvador, José Luis Escobar Alas, made a decision for which he will always be remembered. He ordered the removal of a colorful mosaic on the façade of the Metropolitan Cathedral that artist Fernando Llort had placed in 1997. That destruction was marked by ignorance: Escobar Alas said he was unaware it was a protected asset.
But that ignorance is much deeper than just being unaware that, in 2008, the Legislative Assembly had protected the entire Historic Center of San Salvador with a decree, where the Metropolitan Cathedral is located.
An ignorance that transcends priests and public officials who, in theory, have been privileged with some kind of knowledge.
To ignore that public spaces, squares, churches, street life, monuments, traditional music, food sold on street corners, history, century-old kiosks are all part of something that, even if we don’t see it, is present. Identity. What we are, what defines us as a people.
The decision to destroy part of the National Palace caused much indignation for several reasons. Because the removal of the Palace’s floors, entrusted to the Ministry of Public Works, was treated as the repair of a pothole and not as a historic building belonging to an entire country; because the rubble was dumped into a river, confirming, if necessary, that the State doesn’t give a damn about the environment; and because, to date, there has been no explanation of who made that decision and with what purpose.
So much fuss over some tiles? So much fuss over some tiles in front of the Cathedral? Yes, because those destructions have violated laws for the protection of our heritage. Yes, because we cannot normalize ignorance defining our destiny. And yes, because those little pieces, as part of monuments or artistic expressions, belong to a people and not a priest or a despot. They are part of the history and identity of this nation.
The destruction of the Palace has spread throughout the historic center. This week we have seen MOP crews destroying houses and buildings near the National Palace. Some of these places housed merchants who were evicted two weeks ago for allegedly not having permits.
What are they demolishing for? We still don’t know. Who authorized it? Who will benefit? Whose downtown is it now? We’re looking for those answers.
The truth is that all these works are far from what the Ministry of Culture had sold to the citizens.
In March 2023, prior to the approval of a law that supposedly sought to reorganize the Historic Center of San Salvador, Culture Minister Mariem Pleitez met with lawmakers and told them that there were few well-preserved buildings. Urgently endorsing a process to rescue them, she said.
It’s hard to imagine preserving the cultural heritage of the Historic Center if rehabilitation is being directed by a backhoe. It’s impossible to have it without a hint of coherence and respect for the law.
No one is against the reordering of the downtown area, a request as ancient as the opportunism of many politicians who have wanted to jump on it. But reordering cannot be directed from ignorance and with a bulldozer mentality; without listening to downtown users who are looking for something more than a selfie; throwing away the foundations of a nation to convince us, in case propaganda fails, that El Salvador’s history began in 2019.
Revista Factum: https://www.revistafactum.com/editorial-patrimonio-arrasado/
Patrimonio arrasado
Hace algunos años, en diciembre de 2011, el arzobispo de San Salvador, José Luis Escobar Alas, tomó una decisión por la que siempre será recordado. Mandó a remover un colorido mosaico de la fachada de la Catedral Metropolitana que el artista Fernando Llort había colocado en 1997. Aquella destrucción estuvo marcada por la ignorancia: Escobar Alas dijo que desconocía que era un bien protegido.
Pero esa ignorancia es mucho más profunda que el mero hecho de desconocer que, en 2008, la Asamblea Legislativa había protegido con un decreto a todo el Centro Histórico de San Salvador, donde se encuentra la Catedral Metropolitana.
Una ignorancia que trasciende a los curas y a los funcionarios públicos que, en teoría, han sido privilegiados con algún tipo de conocimiento.
Es ignorar que los espacios públicos, las plazas, las iglesias, la vida en las calles, los monumentos, la música tradicional, la comida que se vende en las esquinas, la historia, los quioscos centenarios forman parte de algo que, aunque no lo veamos, está presente. La identidad. Lo que somos, lo que nos define como pueblo.
La decisión de destruir una parte del Palacio Nacional causó mucha indignación por múltiples razones. Porque la remoción de los suelos del Palacio, encargada al Ministerio de Obras Públicas, se trató como la reparación de un bache y no como un edificio histórico que pertenece a todo un país; porque los escombros fueron arrojados a un río, confirmando, por si hiciera falta, que al Estado le importa un carajo el medio ambiente; y porque, hasta la fecha, no ha habido una explicación de quién tomó esa decisión y con qué objetivo.
¿Tanto escándalo por unas baldosas? ¿Tanto escándalo por unos azulejos frente a Catedral? Sí, porque esas destrucciones han violado leyes para la protección de nuestro patrimonio. Sí, porque no podemos normalizar que la ignorancia marque nuestro destino. Y sí, porque esos pedacitos, como parte de monumentos o manifestaciones artísticas, le pertenecen a un pueblo y no un cura o un déspota. Son parte de la historia e identidad de esta nación.
La destrucción del Palacio se ha esparcido por el centro histórico. Esta semana hemos visto cuadrillas del MOP destruyendo casas y edificios cercanas al Palacio Nacional. Algunos de esos lugares albergaban a comerciantes que fueron desalojados hace dos semanas por, supuestamente, no tener permisos.
¿Para qué está demoliendo? Aún no lo sabemos. ¿Quién lo autorizó? ¿Quién se beneficiará? ¿De quién es el centro ahora? Buscamos esas respuestas.
Lo cierto es que todas esas obras distan mucho de lo que el Ministerio de Cultura había vendido a la ciudadanía.
En marzo de 2023, previo a la aprobación de una ley que supuestamente buscaba reordenar el Centro Histórico de San Salvador, la ministra de Cultura Mariem Pleitez se reunió con los diputados y les dijo que había pocos inmuebles en buen estado. Es urgente avalar un proceso para rescatarlos, les dijo.
Es muy difícil imaginar la conservación del patrimonio cultural del Centro Histórico si la rehabilitación está siendo dirigida por una retroexcavadora. Es imposible tenerla sin una pizca de coherencia y respeto a las leyes.
Nadie está en contra del reordenamiento del centro capitalino, una petición tan añeja como el oportunismo de muchos políticos que se han querido colgar de ella. Pero el reordenamiento no puede ser dirigido desde la ignorancia y con mentalidad de bulldozer; sin escuchar a los usuarios del centro que buscan algo más que una selfie; botando los cimientos de una nación para convencernos, por si falla la propaganda, que la historia de El Salvador comenzó en 2019.
Revista Factum: https://www.revistafactum.com/editorial-patrimonio-arrasado/