A young university student has been reported 20 times for fraud in 13 different municipalities in the country, even though she only dedicated herself to selling cellphones. Unbeknownst to her, she was a victim of organized crime, and by lending her bank account, she ended up involved in a legal case, accused by the Attorney General of the Republic (FGR).
Upon learning of the cases against her, the young woman filed a complaint with the same institution, claiming that she herself was a victim of threats and aggravated fraud, as she did not participate in a “deceitful or conscious” manner and received threats from her employers if she did not hand over the money.
The lawyers for the young woman, whom we will call Rosa to protect her identity, filed a document with the Attorney General’s Office to request a consolidation of the complaints, as they are linked to the modus operandi of organized crime. They believe that the crimes of which she is accused were “carried out in a planned, premeditated, systematic, and repeated manner through a structure of people that probably operates at a transnational level.”
According to the defenders, Rosa “was deceived by unscrupulous people who used her personal data and savings account to commit fraud crimes.” They ask for a joint investigation to “track down the criminals who deceived and incriminated” the young woman.
How did the fraud happen?
Rosa says that out of need to pay for her studies, she applied to a job advertisement she saw on the internet. This company, whose name we will keep confidential so as not to hinder investigations, advertised a job for $800 just for selling cellphones through social media. She was encouraged because she could do the job from home.
Once hired, she had to post the cellphone sales and their prices. After a couple of months, she was informed that she had been promoted to “cashier.” They told her that the company was based in the United Kingdom but had a branch in El Salvador. They explained that they needed an “honest and reliable” person to keep track of the incoming money and asked her to have bank accounts so that customers could deposit the money from their cellphone purchases. Upon receiving this money, she would receive 10% of each sale. The rest had to be sent to a user via Chivo Wallet, which required her to have an account with this electronic wallet.
Another requirement they asked for was a photo of her DUI (national identification card) and her schedules. Transactions sometimes had delays in the bank, as they were large amounts of money coming in and then she had to send using Chivo Wallet. When this happened, she would receive threats from her employers, who told her not to delay in sending the money because they “knew where she lived.”
At first, she did not doubt the company, as they sent her photos of customers with the cellphones they supposedly bought. But it wasn’t until her bank blocked one of the accounts that she realized something was amiss. Then someone contacted her to tell her she had been scammed with the purchase of a cellphone through a Facebook post, and that Rosa’s number was the contact provided, as well as her account number.
That’s when Rosa realized she had been reported for fraud several times and that her employers were part of organized crime.
A frequent modus operandi
One of Rosa’s lawyers stated that dozens of young people are being accused of fraud under this modus operandi, without knowing that they are participating in this crime.
She mentioned that a serious factor is the information these criminal groups obtain from the young people they recruit, as they impersonate their identity to continue committing crimes.
“They (organized crime) use the information from the collected DUIs and resumes to impersonate their identities and with that information recruit more people,” she said.
The lawyer mentioned that there is another case of a young woman who was also reported for fraud in several municipalities and was collecting money to reach an agreement with the victims and not go to prison.
In several cases of this “modus operandi,” they have noticed that when these young sellers reach $10,000 in their bank accounts, “they are discarded so as not to trigger alarms in the banks for suspicions of money laundering.”
Rosa’s situation is not unique. LA PRENSA GRÁFICA learned of another case where Colombians used the account of a Salvadoran.
The alleged employers told a young man that they had a fabric company in Colombia but could not establish themselves in El Salvador and asked him to use his bank accounts to deposit the money from the sales. The young man, whom we will call Roberto, received $2,000 but together with some friends realized that the money had been withdrawn from the electronic wallet of a businessman in Quezaltepeque, and Roberto had to return it to avoid jail. The masterminds were never identified.
“In the end, the Attorney General’s Office only deals with these people (young people), but does not reach the masterminds. Although the accused in El Salvador reach a settlement, because the crime allows it, the masterminds receive their economic benefit and do not get punished,” said criminal lawyer Otto Flores, when commenting on these cases.
Crimen organizado utiliza jóvenes salvadoreños de bajos recursos para cometer estafas electrónicas
Una joven estudiante universitaria ha sido denunciada 20 veces por estafa en 13 municipios distintos del país, pese a que solo se dedicaba a vender celulares. Sin saberlo, ella fue víctima del crimen organizado y por prestar su cuenta bancaria terminó envuelta en un caso judicial, acusada por la Fiscalía General de la República (FGR).
Al enterarse de los casos en su contra, la joven interpuso una denuncia ante la misma institución, aduciendo que ella misma fue víctima de amenazas y estafa agravada, pues no participó de manera “dolosa o consciente” y recibió amenazas de sus empleadores si no les daba el dinero.
Los abogados de la joven, a quien llamaremos Rosa para proteger su identidad, presentaron un escrito ante la Fiscalía para solicitar una acumulación de las denuncias, pues están ligados a la modalidad del crimen organizado. Consideran que los delitos de los cuales le acusan fueron “realizados de forma planeada, premeditada, sistemática y reiterada a través de una estructura de personas que probablemente funciona a nivel transnacional”.
De acuerdo a los defensores, Rosa “fue engañada por personas inescrupulosas que utilizaron sus datos personales y su cuenta de ahorros para para realizar delitos de estafa”. Piden que se realice una investigación conjunta para “dar con el paradero de los criminales que engañaron e incriminaron” a la joven.
¿Cómo sucedió la estafa?
Según cuenta Rosa, por la necesidad de pagar sus estudios aplicó a un anuncio de empleo que vio en internet. Esta empresa, de la cual se reservará su nombre para no entorpecer las investigaciones, anunciaba una plaza de trabajo por $800 solo por vender teléfonos celulares a través de redes sociales. Ella se animó porque el trabajo lo podía hacer desde su casa.
Una vez contratada debía publicar la venta de teléfonos y sus precios. Después de un par de meses le informaron que la ascendieron a “cajera”. Le dijeron que la empresa tenía su sede en el Reino Unido, pero con sucursal en El Salvador. Le manifestaron que necesitaban a una persona “honesta y confiable” para contabilizar el dinero que entraba y por ello, le pedían que tuviera cuentas bancarias para que los clientes depositaran el dinero de las compras de los teléfonos. Al recibir este dinero, de cada venta, ella recibiría el 10 %. El restante debía enviarlo a un usuario vía Chivo Wallet, por lo que era necesario que tuviera cuenta en esta billetera electrónica.
Otro de los requisitos que le pidieron fue una foto de su DUI y sus horarios. Las transacciones a veces tenían atrasos en el banco, pues eran grandes cantidades de dinero que entraban y que luego ella debía enviar usando la Chivo. Cuando eso ocurría ella recibía amenazas de sus empleadores, ya que le decían que no se tardara en enviar el dinero porque “conocían donde ella vivía”.
En un inicio no dudaba de la empresa, ya que le mandaban fotos de los clientes con los celulares que supuestamente habían comprado. Pero no fue hasta que en el banco le bloquearon una de las cuentas cuando se percató que algo no andaba bien. Luego una persona se comunicó con ella para decirle que había sido estafada con la compra de un celular por medio de una publicación en Facebook y que el número de Rosa era el contacto que proporcionaban, igual que el número de su cuenta.
Fue entonces cuando Rosa se dio cuenta que había sido denunciada por estafa en varias ocasiones y que sus empleadores eran del crimen organizado.
Una modalidad frecuente
Una de las abogadas de Rosa manifestó que son decenas de jóvenes los que están siendo acusados de estafa bajo esta modalidad, sin que estos sepan que están participando de este delito.
Menciona que un factor grave es la información que estos grupos criminales obtienen de los jóvenes a quienes reclutan, ya que suplantan su identidad para seguir con el cometimiento de los delitos.
“Ellos (crimen organizado) al recolectar los DUI y currículos utilizan la información para suplantar su identidad y con esa información reclutan a más personas”, aseguró.
La abogada mencionó que hay otro caso de una joven que también fue denunciada por estafa en varios municipios y andaba recolectando dinero para conciliar con las víctimas y no ir presa.
En varios casos de este “modus operandis” han notado que cuando estos jóvenes vendedores llegan a los $10,000 en sus cuentas bancarias, “los desechan para no encender las alarmas en los bancos, por sospechas de lavado de dinero”.
La situación de Rosa no es la única. LA PRENSA GRÁFICA tuvo conocimiento de otro caso donde colombianos utilizaron la cuenta de un salvadoreño.
Los supuestos empleadores le dijeron a un joven que tenían una empresa de telas en Colombia, pero que no podían establecerse en El Salvador y le pidieron usar sus cuentas bancarias para depositar el dinero de las ventas. El joven, a quien llamaremos Roberto, recibió $2,000 pero junto a unos amigos se dio cuenta que ese dinero había sido sustraído de la billetera electrónica de un empresario en Quezaltepeque y Roberto tuvo que regresarlo para no ir a la cárcel. Los autores intelectuales nunca fueron identificados.
“A la larga la Fiscalía solo se queda con estas personas (jóvenes), pero no llega hasta los autores intelectuales. Aunque las personas acusadas en El Salvador lleguen a un conciliación, porque el delito lo permite, los autores intelectuales reciben su beneficio económico y no obtienen castigo”, aseveró el abogado penalista Otto Flores, al opinar sobre estos casos.