The Bukele Mirage — El espejismo bukele

Aug 2, 2023

In recent months, I've heard all kinds of people praise Nayib Bukele's management in El Salvador: "Look at what Bukele has done, it works. What we need here is something like that: strong-armed," said a computer technician a couple of weeks ago. And we see profiles in the media of the dictator or his officials, applauding his supposed audacity and creativity; his unique approach to confronting Salvadoran crime. — En los últimos meses he escuchado a todo tipo de personas alabar la gestión de Nayib Bukele en El Salvador: “Mire que lo que hizo Bukele sí funciona. Lo que necesitamos acá es algo así: mano dura”, decía hace un par de semanas un técnico en computadores. Y se ven perfiles en medios de comunicación del dictador o sus funcionarios, que aplauden su supuesta audacia y creatividad; su enfoque único para enfrentar la criminalidad salvadoreña.

In recent months, I’ve heard all kinds of people praise Nayib Bukele’s management in El Salvador: “Look at what Bukele has done, it works. What we need here is something like that: strong-armed,” said a computer technician a couple of weeks ago. And we see profiles in the media of the dictator or his officials, applauding his supposed audacity and creativity; his unique approach to confronting Salvadoran crime. 

The truth is that the Salvadoran people were desperately crying out for relief from the maras (gangs), the rampant, out-of-control drug trafficking. In 2015, that Central American corner had one of the worst homicide rates in the world: 104 per 100,000 inhabitants. Faced with such violence, in a country where the political class dedicated itself to stealing and deepening inequality, a populist and sensationalist discourse against crime would be easily promoted.

What is Bukele’s magic? It consists of the concentration of state investment in the brutal and arbitrary punishment of criminality. To achieve this, it is not only necessary to structurally increase the public force, but to co-opt the judicial system that allows and endorses arrests, processes, and convictions without guarantees. Like the collective trials law just approved by Congress, which he owns.

Of course, it’s also important to add the suppression of criticism and of the free press that ask uncomfortable questions about the inconveniences of respecting the Rule of Law. Ah! Don’t forget to take over those who produce the figures and drive away internal and external control bodies that intend to audit repressive policies. The myth of authoritarian efficiency packaged in a delicious and deceptive pupusa (a traditional Salvadoran dish).

It’s obviously a tempting mess for the rest of Latin America, where democracy projects have not fulfilled their promises to improve the quality of life for the majority of the population. Other places where there is also rampant criminality. The problem — in addition to the democratic erosion in El Salvador — is that this is not a replicable model. First, because the figures with which they intend to demonstrate the improvement are produced by the dictator himself. Public policy examination or study is almost a utopian feat in the Bukele era; it’s impossible to know with certainty how he achieved what he claims and if it’s true.

Moreover, El Salvador is a small country that suffers from a very specific phenomenon of crime and in many aspects unique. This, coupled with the strategy of concentrating most of the state expenditure on the imposition of public force and the maintenance of prisons, is short-sighted and myopic; it is inefficient, costly, and ignorant of the social phenomena that feed crime. Just look at the results of Rodrigo Duterte’s criminal policy in the Philippines, another concoction of the same nature, which Amnesty International has already classified as a mass crime against humanity.

It’s just the promise of force, of dictatorship packaged and enabled by social networks. A known formula: the co-option of the legislative, judicial, governance in a state of exception, to cover up human rights violations and colorful and failed strategies like the imposition of bitcoin as an official currency. For some, a new youthful and refreshing authoritarian model; for others, a quaintly dangerous man.

The reasons for Bukele’s regime to be an attractive case are obvious, but that does not justify ignoring the magnitude of the mirage. Hence, it is not understood why the international press applauds the dictator: they are falling into a dark trap. They amplify a message of dubious credibility and promote an authoritarian recipe, whose main ingredient is the suffocation of free and independent journalism. They cheer on a model that depends on ending them. As happened to the brave journalists from El Faro, who Bukele confronted and who now broadcast from Costa Rica, where they have found refuge to continue their important work.

When Colombian and other Latin American media applaud Bukele, they forget that it’s a formula that invites the non-existence of the press, but official narratives that manipulate and handle the truth at will. Moreover, they promote the formulation of a false dichotomy between dictatorship and chaos. As if the only way to impose order was to disappear democracy. A failed and exhausted bet in this neighborhood.

Cambio Colombia: https://cambiocolombia.com/los-danieles/el-espejismo-bukele

El espejismo bukele

En los últimos meses he escuchado a todo tipo de personas alabar la gestión de Nayib Bukele en El Salvador: “Mire que lo que hizo Bukele sí funciona. Lo que necesitamos acá es algo así: mano dura”, decía hace un par de semanas un técnico en computadores. Y se ven perfiles en medios de comunicación del dictador o sus funcionarios, que aplauden su supuesta audacia y creatividad; su enfoque único para enfrentar la criminalidad salvadoreña. 

Lo cierto es que los salvatruchas sí pedían a gritos un alivio contra las maras, las pandillas, el narco rampante y desbocado. En 2015 ese rincón centroamericano ostentaba una de las peores tasas de homicidios del mundo: 104 por cada 100.000 habitantes. Ante semejante situación de violencia, en un país donde la clase política se dedicó a robar y a ahondar la desigualdad, un discurso populista y efectista contra la criminalidad sería fácilmente promovido. 

¿Y en qué consiste la magia de Bukele? Se trata de la concentración de la inversión estatal en el castigo brutal y arbitrario de la criminalidad. Para lograr ese cometido no solo es necesario el incremento estructural de la fuerza pública, sino la cooptación del sistema judicial que permita y avale las capturas, procesos y condenas sin garantías. Como la ley de juicios colectivos que le acaba de aprobar el Congreso, del cual es dueño. 

Claro, a eso es importante sumarle el aplastamiento de la crítica y de la prensa libre que hace preguntas incómodas sobre las molestias que implica respetar el Estado de Derecho. ¡Ah! No olvidar apoderarse de quienes producen las cifras y ahuyentar a los organismos internos y externos de control que pretendan auditar las políticas represoras. El mito de la eficacia autoritaria empaquetado en una deliciosa y engañosa pupusa. 

Y claro que es un amasijo tentador para el resto de América Latina, en donde los proyectos de democracia no han cumplido sus promesas de mejorar la calidad de vida para la mayoría de la población. Otros lugares en donde también hay criminalidad desbocada. El problema —además de la erosión democrática en El Salvador— es que este no es un modelo replicable. Primero, porque las cifras con las que pretenden demostrar la mejoría son producidas por el mismo dictador. La auscultación o estudio de políticas públicas es casi una gesta utópica en la era bukeliana; es imposible saber con certeza cómo hizo lo que dice haber logrado y si es verdad. 

Además, El Salvador es un país pequeño que padece de un fenómeno de criminalidad muy específico y en muchos aspectos único. Eso, sumado a que la estrategia de concentrar la mayoría del gasto estatal en la imposición de la fuerza pública y el mantenimiento de cárceles es cortoplacista y miope; es ineficiente, costosa y desconocedora de los fenómenos sociales que alimentan la criminalidad. Basta con ver los resultados de la política criminal de Rodrigo Duterte en Filipinas, otro brebaje de la misma naturaleza, que Amnistía Internacional ya calificó como crimen de lesa humanidad en masa.  

Es solo la promesa de la fuerza, de la dictadura empaquetada y habilitada por las redes sociales. Una fórmula conocida: la cooptación del legislativo, del judicial, la gobernanza en estado de excepción, para tapar las violaciones de los derechos humanos y estrategias coloridas y fracasadas como la imposición del bitcoin como moneda oficial. Para algunos, un nuevo modelo autoritario joven y refrescante; para otros, un señor pintorescamente peligroso.

Son obvias las razones que hacen del régimen de Bukele un caso atractivo, pero eso no justifica el desconocer la magnitud del espejismo. Por eso no se entiende a la prensa internacional que aplaude al dictador: están cayendo en una trampa oscura. Amplifican un mensaje de dudosa credibilidad y promueven una receta autoritaria, cuyo ingrediente principal es la sofocación del periodismo libre e independiente. Aúpan un modelo que depende de acabarlos a ellos mismos. Como les pasó a los valientes periodistas de El Faro, a los que Bukele enfrentó y que ahora emiten desde Costa Rica, en donde han encontrado refugio para seguir haciendo su importante trabajo. 

Cuando los medios colombianos y otros en Latinoamérica aplauden a Bukele olvidan que es una fórmula que invita a que no exista prensa, sino relatos oficiales que acomodan y manosean la verdad a su antojo. Además, promueven la formulación de una falsa dicotomía entre la dictadura y el caos. Como si la única manera de imponer el orden fuese desaparecer la democracia. Una apuesta fallida y ensayada hasta al cansancio en este vecindario.

Cambio Colombia: https://cambiocolombia.com/los-danieles/el-espejismo-bukele