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A year ago, on March 27, 2022, Nayib Bukele and the Nuevas Ideas party changed the Salvadoran reality completely. The proposal and approval of the state of emergency consolidated an authoritarian government.

Thousands of Salvadorans, especially young men from impoverished areas, have been the target of arbitrary arrests, prolonged detentions, and torture within Salvadoran prisons without institutional recourse to guarantee their rights. To date, the Ministry of Justice and Public Security reports that 65,795 people have been arrested under the regime.

The images of the government’s propaganda machine, projecting humiliation and control over the bodies of these men, are comparable to concentration camps. And this comparison is not far from reality: President Nayib Bukele boasted of ensuring torture conditions in the country’s prisons. In these prisons, at least 111 people have been handed over to their families in coffins or buried in mass graves, according to the human rights organization Servicio Social Pasionista (SSP).

Throughout the year, civil society organizations, international organizations, and independent media have documented severe human rights violations. On November 25, the United Nations Committee against Torture issued El Salvador’s Third Periodic Report, which recorded the cases of 90 people who were deprived of their liberty and died while in custody without any explanation from the competent authorities. In September 2022, Alharaca reconstructed the case of José Bonilla, a man who died in state custody five months after his arrest without the Prosecutor’s Office presenting any evidence against him.

Arbitrary arrests have also been massively reported. Relatives of 66 people detained under the state of emergency in Bajo Lempa, in the eastern part of the country, denounced the Salvadoran state before the Inter-American Commission on Human Rights (IACHR) for systematic human rights violations. Through this policy, the state has freed itself from controlling laws. It operates without the slightest accountability, concentrating more and more power and resources around the Bukele family and those who serve them.

During this period, in addition to the direct consequences for adults who have been detained, state repression has taken various forms against children, youth, and women. Since the enactment of the state of emergency, Alharaca has documented cases in which children suffer the direct effects of this reality and how women – grandmothers, aunts, and sisters – are taking on the role of caregiving for those children left helpless after the arrest of their mothers and fathers. This implies assuming double or triple workloads and caregiving responsibilities in the absence of the state.

All this democratic deterioration — the co-optation of state powers, the loss of freedoms and rights, and human rights violations — Nayib Bukele has justified it as the only way to stop gang violence and as a necessary measure to ensure public safety.

Punitive measures and pacts with gangs are not new in El Salvador. Since the signing of the Peace Accords in 1992, various governments have implemented public security policies with repressive approaches and, at least since the mandate of Mauricio Funes, clandestine negotiations with gangs. As a result, violence did not decrease but became more complex, leading gangs to mutate and strengthen their control over the territory.

Like “iron fist” measures, the state of emergency is not a solution to the entrenched violence in our country. Repression does not solve the structural causes that led to the origin and sustenance of gangs and other social violence in our country. The measure is not only unsustainable: it is criminal.

In December 2022, the international organization Human Rights Watch presented its global report and pointed to the consolidation of political projects and leaders with autocratic tendencies, such as the Salvadoran one. A political system conducive to a lack of transparency, corruption, and the flourishing of ultraconservative and anti-rights initiatives.

It is indisputable that the homicidal violence of Salvadoran gangs has decreased to its lowest level. But it is also beyond dispute that the government has arrested thousands of innocent people and committed systematic and massive human rights violations.

The relative calm and security that many people perceive in El Salvador, and for which they still support Bukele, come at the price of torture and murder of innocent people inside prisons. Arrests and detentions for long, indefinite periods are breaking up families, leaving an entire generation of children in despair, who will grow up seeing the state not as a guarantor of rights but as a punisher and even a killer. Repairing the profound damage of the state of emergency on these families will take decades and, in thousands of cases, will be impossible.

Alharaca: https://www.alharaca.sv/descompases/no-hay-paz-en-un-estado-de-terror/

No hay paz en un Estado de terror

Hace un año, el 27 de marzo de 2022, Nayib Bukele y la bancada de Nuevas Ideas modificaron la realidad salvadoreña por completo. La propuesta y aprobación del régimen de excepción consolidaron un Gobierno autoritario. 

Miles de salvadoreños, sobre todo hombres jóvenes de zonas empobrecidas han sido el blanco de capturas arbitrarias, detenciones prolongadas y tortura al interior de las prisiones salvadoreñas sin ningún recurso institucional para garantizar sus derechos. A la fecha, el Ministerio de Justicia y Seguridad Pública, reporta a 65,795 personas capturadas en el marco del régimen.  

Las imágenes del aparato de propaganda del Gobierno, proyectando humillación y control sobre los cuerpos de estos hombres, son dignas de comparación a campos de concentración. Y ese símil no se aleja de la realidad: el mismo presidente Nayib Bukele se jactó de asegurar condiciones de tortura en los centros penales del país. En los mismos, al menos 111 personas han sido entregadas a sus familias en ataúdes o enterradas en fosas comunes, según reporta la organización de derechos humanos Servicio Social Pasionista (SSP). 

A lo largo del año organizaciones de la sociedad civil, organizaciones internacionales y medios de comunicación independientes, han sistematizado graves violaciones a los derechos humanos. El 25 de noviembre pasado, el Comité contra la Tortura de las Naciones Unidas emitió el Tercer Informe Periódico de El Salvador en el que registraba los casos de 90 personas que fueron privadas de libertad y que fallecieron mientras estaban bajo custodia sin que las autoridades competentes hayan explicado nada al respecto. En septiembre de 2022, Alharaca reconstruyó el caso de José Bonilla, un hombre que murió estando bajo custodia del Estado después de cinco meses de haber sido arrestado y sin que la Fiscalía haya presentado pruebas en su contra.

Las capturas arbitrarias también se reportan de manera masiva. Familiares de 66 personas detenidas en el marco del régimen de excepción, en el Bajo Lempa, al oriente del país, denunciaron al Estado salvadoreño ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) por la violación sistemática de derechos humanos. De la mano de esta política, el Estado se ha liberado de leyes contraloras y actúa sin la más mínima rendición de cuentas, concentrado más y más poder y recursos alrededor de la familia Bukele y de quienes les sirven. 

En este período, además de las consecuencias directas a las personas adultas que han sido detenidas, la represión del Estado se ha ensañado en diferentes formas con la niñez, la juventud y las mujeres. Desde la entrada en vigencia del Régimen de Excepción, Alharaca ha documentado casos en los que la niñez sufre los efectos directos de esta realidad y cómo las mujeres abuelas, tías y hermandas están asumiendo el rol de cuido de esa niñez que ha quedado desamparada tras la captura de sus madres y padres. Algo que implica asumir dobles o triples cargas laborales y de cuido ante la ausencia del Estado. 

Todo este deterioro democrático —la cooptación de los poderes del estado, la pérdida de libertades y derechos, las violaciones a derechos humanos—, Nayib Bukele lo ha justificado como la única manera para frenar la violencia de las pandillas, como medida indispensable para garantizar la seguridad pública.  

Las medidas punitivas y los pactos con las pandillas no son nuevas en El Salvador. Desde la firma de los Acuerdos de Paz en 1992, los diferentes gobiernos vienen implementado políticas públicas de seguridad con enfoques represivos y, al menos desde el mandato de Mauricio Funes, negociaciones clandestinas con las pandillas. Como resultado, la violencia no mermó, sino que se complejizó y llevó a las mismas pandillas a mutar y a afianzar su control sobre el territorio.  

Como las medidas de «mano dura», el régimen de excepción no es una solución a la violencia enquistada en nuestro país. La represión no soluciona las causas estructurales que provocaron el origen y sostenimiento de las pandillas y de otras violencias sociales en nuestro país. La medida no es solo insostenible: es criminal.  

En diciembre de 2022, la organización internacional Human Rights Watch presentó su informe mundial y señaló la consolidación de proyectos políticos y de líderes con tendencias autocráticas como el salvadoreño. Un sistema político propicio para que, además, florezca la falta de transparencia, la corrupción y prosperen las iniciativas ultraconservadoras y antiderechos. 

Es un hecho incontrovertible que la violencia homicida de las pandillas salvadoreñas ha disminuido a su mínima expresión. Pero tampoco tiene discusión que el Gobierno ha capturado a miles de personas inocentes y ha cometido violaciones a los derechos humanos de forma sistemática y masiva.  

La calma y seguridad relativas que muchas personas perciben en El Salvador, y por las cuales todavía prestan su apoyo a Bukele, tienen por precio la tortura y el asesinato de personas inocentes al interior de las cárceles. Las capturas y detenciones por largos períodos indefinidos están rompiendo hogares, dejando a una generación entera de niños y niñas en desamparo, quienes crecerán viendo al Estado no como garante de derechos, sino como castigador y hasta asesino. Reparar el profundo daño del régimen de excepción sobre estas familias tomará décadas y, en miles de casos, será imposible.

Alharaca: https://www.alharaca.sv/descompases/no-hay-paz-en-un-estado-de-terror/