The staging is impressive. The cameras focus on hundreds of men who, dressed only in white underwear, leave El Salvador’s prisons to be transported in buses to what is the flagship project of President Nayib Bukele’s security policy: the Terrorism Confinement Center, a vast prison complex located on the outskirts of San Salvador and announced by the president as “the largest prison in the Americas.”
It was he who shared the video that shows how in the early hours of Friday morning, members of the gangs that have spread terror in the Central American country are taken out of their cells by prison officials, handcuffed, and forced to walk with their bodies bent over, they board buses and arrive at the new maximum security prison, where they have been locked up, in a demonstration of power against the so-called maras. “This will be their new home, where they will live for decades, mixed, without doing any more harm to the population,” said the Salvadoran president.
The number of cameras used is surprising: they are in the old prisons, inside the buses, and on the road that connects the city with the gigantic confinement center. There are aerial shots and close-ups of the prisoners’ faces in the darkness of the night. And with the arrival of dawn, the image of the prison, dramatically illuminated by the first rays of the sun, is shown as the place where the hopes for the security of a country hit by crime are concentrated.
“This cinematographic transfer occurs while the Justice Department released an indictment pointing to the government’s negotiations with the gangs. This move is intended to try to control the narrative and present a strongman figure,” explains Juan Pappier, acting deputy director of the Americas Division of Human Rights Watch. “Bukele has developed a model of repression and shady negotiations with the gangs behind the backs of the Salvadoran people,” he adds. Regarding the vast prison complex, Pappier says that “this prison is a symbol of Bukele’s punitive security policies that will allow him to maintain his extremely high popularity ratings.” He adds: “But I do not doubt that there will be no more security for Salvadorans in the long run. The experiences in El Salvador show that these measures, if not accompanied by good policies that confront structural problems, do not manage to curb the rates of violence”.
The Salvadoran president, however, boasts of having lowered the high homicide rates in his country in 10 months. In his account of his crusade against gangs, Bukele celebrated a drastic drop in crime in January and February and called his country “the safest in the Americas. On Sunday; he said El Salvador achieved (“thank God”) another full week without homicides. Most Salvadorans applaud the strategy, and it seems that the staging of the prison transfer helps the president’s image. “This is a government that flaunts its human rights violations. Of course, those who commit serious crimes must be brought to justice, but what is happening here is a security policy designed for the president’s popularity and at the expense of human rights”, says Pappier.
Bukele exhibe a miles de presos como una demostración de poder sobre las maras
La puesta en escena es impresionante. Las cámaras enfocan a centenares de hombres que, vestidos solo con ropa interior blanca, abandonan las cárceles de El Salvador para ser trasladados en autobuses hasta el que es el proyecto insignia de la política de seguridad del presidente Nayib Bukele: el Centro de Confinamiento del Terrorismo, un enorme complejo presidiario localizado a las afueras de San Salvador y anunciado por el mandatario como “la cárcel más grande de toda América”.
Ha sido él mismo quien ha compartido el vídeo que muestra cómo en la madrugada del viernes integrantes de las pandillas que han sembrado el terror en el país centroamericano son sacados de sus celdas por oficiales penitenciarios, esposados y obligados a caminar con el cuerpo agachado, suben a los autobuses y llegan hasta la nueva prisión de máxima seguridad, donde han sido encerrados, en una demostración de poder contra las llamadas maras. “Esta será su nueva casa, donde vivirán por décadas, mezclados, sin hacerle más daño a la población”, ha afirmado el mandatario salvadoreño.
Es sorprendente el número de cámaras usadas: están en las viejas prisiones, dentro de los autobuses, en la carretera que conecta a la ciudad con el gigantesco centro de confinamiento. Hay tomas aéreas y planos cercanos a los rostros de los prisioneros en la oscuridad de la noche. Y con la llegada del alba, la toma del penal, iluminado dramáticamente por los primeros rayos del sol, mostrado como el lugar donde se concentran las esperanzas de seguridad de un país golpeado por el crimen.
“Este traslado tan cinematográfico ocurre mientras el Departamento de Justicia dio a conocer una acusación que señala al Gobierno de negociaciones con las pandillas. Este traslado tiene el propósito de intentar controlar la narrativa y de presentar una figura de mano dura”, explica Juan Pappier subdirector en funciones de la División de las Américas de Human Rights Watch. “Bukele ha desarrollado un modelo de represión y negociaciones oscuras con las pandillas a espaldas del pueblo salvadoreño”, agrega. Sobre el enorme complejo carcelario, Pappier dice que “esta cárcel es un símbolo de las políticas de seguridad punitivas de Bukele que le van a permitir mantener sus índices altísimos de popularidad”. Y añade: “Pero no tengo dudas de que a largo plazo no habrá más seguridad para los salvadoreños. Las experiencias en El Salvador demuestran que estas medidas, si no van acompañadas de buenas políticas que enfrenten problemas estructurales, no logran frenar los índices de violencia”.
El mandatario salvadoreño, sin embargo, se ufana de haber bajado en 10 meses los altos índices de homicidios en su país. En su recuento de la cruzada personal que ha desatado contra las pandillas, Bukele ha celebrado un drástico descenso de los crímenes en enero y febrero, y ha bautizado a su país como “el más seguro de América”. El domingo dijo que El Salvador cumplió (“gracias a Dios”) otra semana completa sin homicidios. La estrategia es aplaudida por la mayoría de los salvadoreños y parece que la puesta en escena del traslado de prisiones ayuda a la imagen del mandatario. “Se trata de un Gobierno que hace gala de sus violaciones a los derechos humanos. Por supuesto que quienes cometen delitos graves hay que llevarlos ante la justicia, pero lo que ocurre acá es una política de seguridad pensada para la popularidad de presidente y a costa a los derechos humanos”, sentencia Pappier.