The fear of being spied on has become the main instrument of control that the Bukele government exercises over its employees. Ever since Apple sent alerts to iPhone users about the use of state-sponsored spyware on their devices, paranoia has transformed the diplomatic corps, which should be representing the country’s interests abroad, into mere servants of the whimsical designs of the president, his brothers, and a network of Presidential House officials.
“Once a high official of the Foreign Ministry, in the middle of 2022, told a group of Salvadoran ambassadors abroad that she knew everything we said’, a source revealed to me. Another employee assured me that from the Presidential House, they had been informed via Whatsapp that their social networks were being monitored to measure their loyalty to Bukele. A third high-ranking official in the Presidential House assured me he believed his phone had been tapped, as another official close to the president told him about personal information only he knew. This coincides with alerts about possible phone hacking through the spying software that Apple sent to three pro-government deputies at the end of 2021, which they tried to use as a way to dismiss the that the Salvadoran government was behind the spying.
The paranoia induced by El Salvador’s diplomatic elite uses the fear government critics and journalists have of being tapped by spyware. In November 2021, Apple sued NSO Group for generating ‘sophisticated surveillance’ against specific actors through its cellular devices. Months later, in January 2022, in El Salvador, the phones of 35 people, including activists, journalists, and civil society individuals, were confirmed to have been infected with Pegasus spying software. Now, in February 2023, for the first time, it was made public that the spying also reached the magistrate Paula Velásquez of the Supreme Court of Justice.
The Bukele government wants to transform government offices into a panopticon. According to French scholar Michel Foucault, the panopticon theory entails the idea that modern society resembles an architectural structure called the panopticon, meaning that those at the top can observe everyone, but no one can watch them. According to newspaper reports, the panopticon could be spying on up to 500 people, including U.S. embassy personnel and foreign nationals in El Salvador. However, its power is more effective against its employees, who are de facto hostages of a regime that distrusts them, but at the same time uses them as repeaters of the official propaganda to support the unconstitutional reelection of Bukele, according to sources within the Foreign Ministry.
The Salvadoran panopticon has led several diplomats to establish unofficial conversations with officials from other countries. They seek help outside the country and plan to leave the diplomatic corps while publicly defending the administration. A former high-ranking Bukele official assured me that he still communicates with people at high levels of the Salvadoran government but that they change the SIM cards in their phones to avoid having conversations tapped by Salvadoran intelligence. This source claims that Bukele’s top officials privately tell him they are against policies such as the extension of the eleven-month-old emergency regime. The half dozen sources who spoke with me agree that they have assumed that being part of the Salvadoran government, they are spied on by the State. However, they do not know if those responsible are in the Presidential House or other intelligence operators.
The Bukele government’s panopticon feeds an eternal paranoia among Salvadoran officials who, in response, believe it is necessary to approach the governments of other countries to ask for help. Talking to them, it is easy to realize that they would rather be spied upon by the CIA and not by the Bukele government’s intelligence ecosystem. At least with the CIA, I gather from the conversations, that the information collected would not be used as illegitimate evidence to fire them on suspicion of speaking ill of the president. The greatest fear for many Salvadoran diplomats is not being spied on by China, Russia, or the United States; but falling into the electronic espionage networks of a government they have sworn to defend.
El cuerpo diplomático salvadoreño está enfermo de paranoia
El miedo a ser espiados se ha convertido en el instrumento principal de control que el gobierno de Bukele ejerce sobre sus propios empleados. Desde que Apple envió alertas a los usuarios de iPhone sobre la utilización de spyware patrocinado por el Estado en sus dispositivos, la paranoia ha transformado al cuerpo diplomático, que debería de ser representante de los intereses del país en el exterior, en simples sirvientes de los designios caprichosos del presidente, sus hermanos y una red de funcionarios de Casa Presidencial.
“Una vez una alta funcionaria de Cancillería, a mediados de 2022, nos dijo a un grupo de embajadores salvadoreños en el exterior que ella sabía todo lo que decíamos’, me reveló una fuente. Otro empleado me aseguró que desde Casa Presidencial se les había informado vía Whatsapp que se monitoreaban sus redes sociales para medir su lealtad a Bukele. Un tercer alto funcionario en la esfera de Casa Presidencial me aseguró que él cree que su teléfono ha sido intervenido, ya que otro funcionario cercano al presidente le comentó de sobre información personal que solo él sabía. Esto coincide con alertas sobre posible hackeo de teléfonos a través del software de espionaje que Apple le envió a tres diputados oficialistas a finales de 2021 y que intentaron usar como una manera de desestimar que el gobierno salvadoreño estuviera detrás de ese espionaje.
La paranoia inducida por la élite diplomática de El Salvador utiliza el miedo que críticos del Gobierno y periodistas tienen de ser intervenidos por programas espías. En noviembre de 2021, Apple demandó a NSO Group por generar ‘vigilancia sofisticada’ contra actores específicos a través de sus aparatos celulares. Meses más tarde, en enero de 2022, en El Salvador se confirmó la infección de los teléfonos de 35 personas, incluidos activistas, periodistas y personas de la sociedad civil, con el software de espionaje Pegasus. Ahora, en febrero de 2023, por primera vez se hizo público que el espionaje también alcanzó a la magistrada Paula Velásquez, de la Corte Suprema de Justicia.
Es claro que el gobierno de Bukele quiere transformar las oficinas gubernamentales en una especie de panóptico. De acuerdo con el académico francés Michel Foucault, la teoría del panóptico entraña la idea de que la sociedad moderna se asemeja a una estructura arquitectónica llamada el panóptico, lo que significa que los que habitan en la cúspide pueden observar a todos, pero nadie los puede observar a ellos. De acuerdo con reportes periodísticos, ese panóptico podría estar espiando hasta 500 personas, entre las cuales también habría personal de la embajada de Estados Unidos y ciudadanos extranjeros en El Salvador. Sin embargo, su poder es más efectivo contra sus mismos empleados, quienes son rehenes de facto de un régimen que desconfía en ellos, pero que al mismo tiempo los utiliza como repetidoras de la propaganda oficialista para apoyar la inconstitucional reelección de Bukele, según me han revelado fuentes dentro de Cancillería.
El panóptico salvadoreño ha llevado a varios diplomáticos a establecer conversaciones extraoficiales con funcionarios de otros países. Buscan ayuda fuera del país y planean su salida del cuerpo diplomático, mientras en público defienden a la administración. Un ex alto funcionario de Bukele me aseguró que aún se comunica con gente en altos niveles del gobierno salvadoreño, pero que estos cambian los chips de sus teléfonos para evitar que sus conversaciones sean intervenidas por la inteligencia salvadoreña. Esta fuente asegura que los altos funcionarios de Bukele le comentan en privado estar en contra de políticas como la prórroga del régimen de excepción, que ya lleva once meses en vigencia. La media docena de fuentes que conversaron conmigo coincide que ellos han asumido que al ser parte del gobierno salvadoreño son espiados por el Estado, aunque no saben si los responsables están en Casa Presidencial o son otros operadores de inteligencia.
Lo real es que el panóptico del gobierno de Bukele alimenta una eterna paranoia entre funcionarios salvadoreños que, como respuesta, creen necesario acercase a gobiernos de otros países para pedir ayuda. Al conversar con ellos, es fácil darse cuenta de que algunos preferían ser espiados por la CIA que por el ecosistema de inteligencia del gobierno de Bukele. Al menos con la CIA, intuyo de las conversaciones, la información recolectada no sería usada como prueba ilegítima para despedirlos solo con la sospecha de hablar mal al presidente. El más grande miedo para muchos diplomáticos salvadoreños no es ser espiado por China, Rusia o Estados Unidos, sino caer en las redes electrónicas de un gobierno que han jurado defender.