Juan Renderos says that the proof that his arrest was an arbitrary act on the part of the police is that he is free because, after almost five months, PNC agents and prosecutors could not sustain the accusation that he is a gang member. Juan’s real name has been changed for his safety and not to affect him, as he is still tied to a judicial process.
Juan arrived at the La Esperanza prison, known as Mariona, mid-April. On the most challenging days for prisoners under the exception regime.
Custodians complied, with the letter, with the statements of officials, including President Nayib Bukele himself.
For Juan, everything he endured in Mariona has no name other than physical and psychological torture. Just like that, he says.
“The physical torture began when they entered: as soon as the guards arrived, they would give them a beating of no less than four blows, with such force that many would not recover for two or three days, the time they spent lying on the floor.”
They only fed them a tortilla with beans every day, and they did not give them water to drink; they poured tear gas into the cells and counted them up to three times at night to keep them awake.
“Damn you; you are the scum of the country. Mr. President does not want you; we have orders for you to die, not to give you even to feed you, but we, still being vergones (awesome guys), give you a tortilla, dogs”.
That was part of the psychological torture that the guards inflicted on them. They shouted at them frequently when someone complained of pain or asked for help for someone sick or fainted.
“They wouldn’t let you sleep there. At midnight they would count us up to three times, and you had to run away. They put me in a punishment cell, all of us, in the caves. The cell was for 20, and there were almost 100 of us. There you could not sleep; there was no room to lie down; you could only stand and curl up day and night,” he said.
The cruelty in the prisons, according to Juan, reached such a point that you could not even speak; you could not make any noise, much less shout for help, because the response was that the guards would come and throw tear gas grenades into the caves.
Another form of punishment, says the ex-prisoner, was to take away their water. No one bathed, no one defecated. No one drank.
Juan says he went 13 days without defecating. Until the person in charge of the cell determined that it was already too long, he would authorize defecation.
“I lived through that for about two months. One could go up to 13 or 15 days without defecating. When the warden saw that one could no longer stand the pain, he would authorize it. If someone disobeyed, he would report to the custodians so that they could give him a correction”.
“Honestly, before a God sees me, I tell him: I got to drink water with excrement and urine. Some licked the basin of water that was poured into the toilets,” says Juan, who also affirms that the tortillas with beans were often ruined, but they had to eat them that way so as not to die of hunger.
In the six months that the exception regime has been in force, there have been more than 80 cases of people who died while in prison, under the responsibility of State agents.
Exrecluso de Mariona: “En la celda 32 vi morir a tres (personas)”
Juan Renderos dice que la prueba de que su arresto fue un acto arbitrario, de parte de policías, es que está libre, porque tras casi cinco meses, agentes de la PNC y fiscales no pudieron sostener la acusación de que él es pandillero. El nombre verdadero de Juan se ha cambiado por su seguridad y para no afectarlo, pues aún continúa atado a un proceso judicial.
Juan llegó al centro penal La Esperanza, conocido como Mariona, a mediados de abril. En los días más duros para los prisioneros bajo el régimen de excepción.
Los custodios cumplían, al pie de la letra, las afirmaciones de funcionarios, incluyendo el mismo presidente Nayib Bukele.
Para Juan, todo lo que soportó en Mariona no tiene otro nombre más que tortura; tortura física y psicológica. Así de simple, dice.
“La tortura física comenzaba al ingresar: en cuanto llegaban los custodios, les daban una golpiza de no menos de cuatro golpes, con tal fuerza que muchos no se reponían en dos o tres días, tiempo que pasaban tendidos en el piso.”
Solo los alimentaban con una tortilla con frijoles cada día, no les daban agua para beber, les echaban gas lacrimógeno en las celdas, los contaban hasta tres veces en la noche para no dejarlos dormir.
“Malditos, ustedes son la escoria del país. El señor presidente no los quiere; tenemos órdenes de que ustedes se mueran, tenemos órdenes de no darles ni de hartar pero nosotros, todavía de vergones, les damos una tortilla, perros”.
Eso era parte de la tortura psicológica que los custodios les infligían. Eso les gritaban frecuentemente o cuando alguien se quejaba de algún dolor o pedían ayuda para algún enfermo o desmayado.
“Allí no lo dejaban dormir a uno. A medianoche nos contaban hasta tres veces, y uno tenía que salir corriendo. De allí me fueron a meter a una celda de castigo, a todos, a las cuevas. La celda era para 20 y habíamos casi 100. Allí no se dormía, no había espacio para acostarse; solo podía estar parado y acurrucado, día y noche”, aseguró.
La crueldad en los centros penales, según Juan, llegó a tal punto de que no se podía ni hablar; no se debía hacer ningún ruido, menos gritar pidiendo ayuda, porque la respuesta era que llegaban los custodios a aventar granadas de gas lacrimógeno en las cuevas.
Otra forma de castigo, afirma el exprisionero, era quitándoles el agua. Nadie se bañaba, nadie defecaba. Nadie bebía.
Juan afirma que pasó 13 días sin defecar. Hasta que el encargado de la celda determinaba que ya era demasiado tiempo, autorizaba defecar.
“Viví eso como dos meses. Uno se aguantaba hasta 13 o 15 días sin ir a defecar. Ya cuando el encargado miraba que ya uno ya no soportaba el dolor, entonces autorizaba. Si alguien desobedecía se reportaba a los custodios para que le dieran una corrección”.
“Honestamente, ante un Dios que me ve, le digo: yo llegué a tomar agua con excremento y orina. Hay quienes lamían la pila del agua que se le echaba a los servicios”, comenta Juan, quien también afirma que muchas veces la tortilla con frijoles se las entregaban arruinadas pero así tenían que comerlas, para no morirse de hambre.
En los seis meses que lleva de estar en vigencia el régimen de excepción, se han conocido más de 80 casos de personas que murieron mientras estaban en centros penitenciarios, bajo la responsabilidad de agentes del Estado.