“Let the people decide,” say the spokespeople for the regime led by Vice President Félix Ulloa, who spent half his life defending the constitutional prohibition of reelection until opportunism reshaped his judicial interpretation. But the Constitution and the rule of law have no place in populism nor state propaganda greased with taxpayer money. There can be no free elections nor democracy without respect for the Constitution, accountability, pluralism, separation of powers, and judicial independence, but in a context of state repression.
From the start, Bukele and his circle plotted to put an end to our democracy. Their dictatorial plan involved concentrating power by seizing control of all government institutions and shutting the door on dissent, public oversight, and any possibility for alternation in power.
Their trick for maintaining popularity while working toward this goal has been propaganda, and it worked better than almost any could foresee. Each step of that dismantling was taken in public, with the satisfaction and complicity of corrupt businesspeople, corrupt judges, corrupt government officials, corrupt police officers, corrupt soldiers, and citizens content with silence.
The first step came on February 9, 2020, just before the pandemic, when a delirious Nayib Bukele stormed the Assembly with the Army, threatening to dissolve the legislature if it did not approve a loan for security equipment. In our editorial 24 hours later, we warned of the dark course that Bukele had charted for the country. Entitled, Dictatorial Dressings, we called the moment “the lowest moment that Salvadoran democracy has lived in three decades.” Only the international community stopped the attempted coup, but Bukele’s conspiracy had just begun.
The pandemic offered him another dress rehearsal: that of disobeying resolutions from the Supreme Court of Justice and limiting civil liberties without following the law. He learned then that he could violate all of the country’s laws that he wished, without a single consequence.
He compensated for his control over the population by handing out food provisions and money to low-income families, boosting his popularity. Those food bundles were also part of a scheme to loot the state, purchased at inflated prices from friends of the president and sold on the illegal market by the director of prisons and his family.
Journalists from this and other news outlets sounded the alarm on the systematic plundering of public funds and rampant corruption. Minister of Health Francisco Alabí purchased pandemic-response supplies from his own relatives and Minister of Agriculture Pablo Anliker embezzled millions in public money. The scandal reached such dimensions that the OAS-sponsored International Commission against Impunity in El Salvador (CICIES), a discreet ally to Bukele, was forced to open 12 corruption investigations that it later transferred to the Attorney General’s Office. Threatened by state institutions not yet under his control, Bukele sent the National Civil Police to block auditors’ entry into the ministries under investigation and within months expelled the short-lived OAS commission. If the pandemic had allowed him to test the loyalty of the police and Armed Forces, these events were the ultimate confirmation.
Full article available in English…
El Faro: https://www.elfaro.net/en/202209/opinion/26397/Bukele-Announces-a-Dictatorship.htm
Bukele anuncia una dictadura
La falta de sorpresa no le resta gravedad al anuncio que Nayib Bukele ha hecho de buscar la reelección. No solo por tratarse de una violación a la Constitución y las leyes de El Salvador, sino porque el régimen ha eliminado ya todos los contrapesos que servían para que esa Constitución y esas leyes se cumplieran.
“Que el pueblo decida”, dicen los portavoces del engaño, encabezados por el vicepresidente Félix Ulloa –que se pasó media vida defendiendo la prohibición constitucional a la reelección hasta que el oportunismo le transformó la interpretación jurídica–. Pero la Constitución y el estado de derecho no son asuntos de populismos ni de propaganda engrasada con el dinero de los contribuyentes. Sin respeto a la Constitución, sin rendición de cuentas, sin pluralidad, sin división de poderes e independencia judicial, y con represión, tampoco hay elecciones libres ni democracia.
Bukele y su grupo urdieron un plan completo, desde el principio, para terminar con nuestra democracia. Su plan dictatorial, como lo son todos, pasaba por arrebatar todas las instituciones del Estado y concentrar poder; cerrar la puerta a todo disenso, a toda auditoría a su ejercicio público y a toda posibilidad de alternancia.
Su truco para mantener la popularidad mientras llegaban a este punto fue la propaganda, que les funcionó mejor de lo que casi nadie vaticinó. Pero cada paso de este desmantelamiento lo hizo en público, con la complacencia y complicidad de empresarios corruptos, de jueces corruptos, de funcionarios corruptos, de policías corruptos, de soldados corruptos y de ciudadanos cómodos en el silencio.
El primer gran eslabón fue aquel 9 de febrero de 2020, poco antes de la pandemia, cuando un delirante Nayib Bukele se tomó la Asamblea con el Ejército, amenazando con disolverla si no le aprobaban un préstamo para comprar equipos de seguridad. Nuestro editorial de esa semana ya advertía el camino oscuro en que Bukele metía al país. Titulado Maneras de Dictador, colocaba aquel momento como la hora más baja de nuestra democracia en tres décadas. Solo la comunidad internacional frenó aquella intentona golpista. Apenas comenzaba la conspiración de Bukele.
La pandemia le permitió otro ensayo: el de desobedecer resoluciones de la Corte Suprema de Justicia y limitar las libertades de los ciudadanos sin cumplir con los procedimientos de ley; allí comprobó que podía violar todas las leyes que quisiera sin ninguna consecuencia.
Su control sobre la población fue compensado con la entrega de víveres y dinero a familias de escasos recursos, lo que aumentó su popularidad. Esos paquetes de alimentos fueron también parte del esquema de saqueo del Estado, con compras de alimentos a sobreprecio a los amigos del presidente y la venta de esos paquetes en el mercado negro por parte del director de Centros Penales y su familia.
Los periodistas de este y otros medios también advertimos del saqueo sistemático de nuestros fondos públicos y la rampante corrupción. El ministro de Salud, Francisco Alabí, compró insumos a sus propios familiares y el ministro de Agricultura, Pablo Anliker, malversó millonarios fondos públicos. El escándalo fue tal que hasta la CICIES, discreta aliada de Bukele, se vio obligada a abrir doce expedientes por corrupción que trasladó a la fiscalía. Amenazado por esas instituciones del Estado que aún no controlaba, Bukele envió a la Policía a impedir el ingreso de auditores a los ministerios cuestionados y expulsó a la efímera Comisión de la OEA. Si la pandemia le había permitido poner a prueba la lealtad de policías y Fuerza Armada, estos hechos terminaron de confirmárselo.
El Faro: https://www.elfaro.net/es/202209/columnas/26396/Bukele-anuncia-una-dictadura.htm